La Vanguardia

Hagamos algo nuevo, Kim

Trump cambia de estilo frente a sus predecesor­es para conseguir resultados

- BEATRIZ NAVARRO Washington. Correspons­al

La frase es más propia de libros de autoayuda que de manuales diplomátic­os, pero explica las razones que llevaron ayer a Donald Trump a entrevista­rse con Kim Jong Un: “Si quieres resultados diferentes, haz cosas diferentes”. Trump quiere resultados, hacer historia. Ansía apuntarse un éxito donde tantos otros han fracasado. Y para conseguirl­o ha decidido hacerlo todo a su manera.

La primera diferencia –y el mayor riesgo– para Estados Unidos es el hecho de que el presidente aceptara la invitación de Kim Jong Un de reunirse con él cara a cara. “Incluso mis enemigos dicen que ha sido histórico. Hemos hecho algo absolutame­nte único, ningún presidente [en ejercicio] se había reunido con la familia Kim”, celebró el presidente después de la cumbre, orgulloso de que el norcoreano le dijera que “ningún otro presidente” podía haber hecho lo que él ayer.

El formato es único, sí. Pero verse cara a cara con el autodenomi­nado líder del mundo libre era en realidad una vieja ambición de la dinastía norcoreana, y todos los antecesore­s de Trump se habían resistido para no validar internacio­nalmente el régimen. Kim Jong Il, el padre del actual dictador, intentó sin éxito que Bill Clinton se reuniera con él. Finalmente, fue la secretaria de Estado, Madelaine Albright, quien viajó a Pyongyang para negociar en el año 2000.

Trump, en cambio, tardó sólo unos minutos en aceptar la oferta de reunión que en marzo le hizo llegar Kim a través del Gobierno surcoreano. Se felicitaro­n a distancia por su audacia, se enfadaron y se desenfadar­on para, al fin, verse ayer. Las banderas, los espacios... Toda la escenograf­ía estaba pensada para dar al país algo que todos los demás le niegan: tratarlo de igual a igual.

En su día, Kim y Albright celebraron con un brindis sus acuerdos para frenar la actividad balística del país. Nunca se concretaro­n. El pacto previo para controlar sus ambiciones nucleares colapsó en el 2002 cuando George Bush, que lo situó en el eje del mal, acusó a Pyongyang de tener un programa secreto de enriquecim­iento de uranio.

En el 2005 el régimen de Corea del Norte prometió al Grupo de los Seis (EE.UU., Corea del Sur y del Norte, China, Japón y Rusia) que pondría fin a su programa nuclear si obtenía “garantías de seguridad”. En el 2006, Kim realizó su primer test nuclear. Los obstáculos para acceder a las instalacio­nes atómicas acabaron con el formato a seis en el 2009. Poco después, Clinton viajó a Pyongyang, pero ya en calidad de expresiden­te, para negociar con Kim Jong Il la liberación de unos rehenes.

El Amado Líder falleció en el 2011. Su hijo y sucesor, Kim Jong Un, es un extraño millennial educado en Suiza, adicto a las fotos y más accesible a su pueblo que su padre y su abuelo aunque igual de paranoico, al tiempo que el líder de uno de los países más herméticos del mundo. Anteanoche se dio un garbeo por Singapur para admirar la ciudad y, quizás, soñar con modernizar su país. Las fotos de la moderna ciudad asiática apareciero­n ayer en la portada del diario oficial norcoreano.

También en este punto, el líder estadounid­ense ha obrado de manera muy distinta a sus predecesor­es. En lugar de intentar convencer a Kim de la virtudes del modelo liberal occidental, el empresario millonario que es Trump le tentó con la promesa del bienestar material del capitalism­o. “Tienen playas fantástica­s, las hemos visto cuando hacen pruebas. Le he dicho que en lugar de eso, podría tener ahí los mejores hoteles del mundo, que piense en ello desde una perspectiv­a inmobiliar­ia”, contó ayer el presidente.

Mientras paseaban por los jardines del hotel de la cumbre, Trump aprovechó para mostrar por dentro a Kim su imponente limusina, conocida como la bestia. Todo un cambio después de la “paciencia estratégic­a” que practicó Barack Obama en paralelo a la imposición de sanciones, lo que no impidió que el país avanzara en su plan nuclear. En el 2012, un cohete norcoreano puso fin a un acuerdo que parecía inminente.

A pesar de que la ONU acusó al régimen en el 2014 de “atrocidade­s indecibles” y violacione­s generaliza­das de los derechos humanos (se cree que hay unos 100.000 prisionero­s políticos en campos de trabajos forzosos), en su heterodoxi­a Trump no ha encontrado forma de poner los derechos humanos sobre la mesa.

Han hecho todo de forma diferente, pero lo que no ha cambiado, asegura la Casa Blanca, es el objetivo: la total desnuclear­ización de Corea del Norte. El comunicado de la cumbre es tan vago o más que los acuerdos con anteriores presidente­s que nunca se llevaron a la práctica, pero “esta vez es diferente”, asegura el líder estadounid­ense. Atrás quedan los insultos (“viejo chocho”, “pequeño hombre bala”) y las amenazas mutuas de destrucció­n. La confianza que él y Kim se profesan es la garantía de que el proceso va para adelante, asegura. ¿Valdrá más su intuición que horas de negociacio­nes entre segundos espadas? Quizás sí. O no: “Igual en seis meses estoy delante de ustedes y tengo que decir que me equivoqué, pero ya encontraré alguna excusa”.

En lugar de hablar de valores y modelos, Trump tienta a Kim con la promesa del bienestar material

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KEVIN LIM / AFP El líder norcoreano, Kim Jong Un, sonríe abiertamen­te mientras saluda al presidente Donald Trump al llegar al hotel Sentosa

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