La Vanguardia

Aires andinos

- Pilar Rahola

Fernando Paulsen es uno de esos periodista­s cuya principal caracterís­tica es su apego por el sentido profundo del periodismo: la voluntad de quebrar el rompecabez­as de la realidad para poder entenderla. Pregunta, repregunta, sabe lo que pregunta y, en el juego dialéctico con su entrevista­do, lo único que le interesa es llegar al fondo de los temas. Periodista de vieja escuela, diríamos en otros tiempos lejanos, en los que el concepto de lo clásico tenía mejor vida.

No es el periodismo de antes, es el de siempre, el que se sabe cuarto poder, y no un subalterno de los otros tres poderes: el equilibrio sutil del Estado de derecho. Mientras me entrevista en su programa La clave, pienso en Josep Cuní: se gustarían. Los dos, rápidos, informados, educados e insolentes a la par, y siempre creíbles.

Con Paulsen recorro los temas que sacuden a ambos mundos, el suyo y el mío, que es el de todos. Hablamos del escándalo de la Iglesia católica chilena, con su reguero de obispos dimitidos; de Oriente Medio, y sus sangrías seculares, con Irán reforzando su potencia militar; de S.O.S. Cristianos ,el derecho de creencia y la tragedia de 300 millones de cristianos perseguido­s por su fe; y también del lío catalán, que conoce bien. Acaba de volver de una gira por nuestro país para entender las claves del conflicto y me explica que estuvo en todas partes, “incluso en un pueblo muy pequeño, que es el único que tiene un alcalde del PP”, y es así como Pontons triunfa en Santiago de Chile. Como buen periodista, entendió la mayor: “Me parece que el problema empezó con Aznar, que le sacó los complejos al franquismo”. ¡Uauh!, y pensar que un chileno entiende mejor lo que ocurre que una gran masa de periodista­s españoles. Lo entiende o quiere entenderlo, lo cual sabemos que es muy distinto. En un renuncio, le comento que lo nuestro viene de más lejos, pero que sí, que Aznar hizo un gran trabajo con la pólvora.

Fuera del estudio, Santiago se ha levantado con un ataque de invierno, y alguien comenta que el cambio climático está devorando las estaciones intermedia­s. “Todo es frío o calor, ya no hay tránsito”. Y debe ser cierto porque en la calle cae una nieve espesa que alborota la vida e incluso alienta pasitos de populismo al presidente Piñero. Mientras espero para mi entrevista en el canal 24 Horas, la pantalla reproduce unas imágenes que, al repetirse, multiplica­n el ridículo.

Aparece el presidente y su mujer tirándose bolitas de nieve a la cabeza, ella le tira, él hace como si se asusta, él coge otra, las cámaras los enfocan, y la farsa infantil me alegra el rato. Por los restos, además de su peculiar Spotlight, Chile se debate entre el derecho de los homosexual­es a la adopción, las iniciativa­s del Gobierno para frenar la entrada de inmigrante­s y la obsesión antiisrael­í que sacude a los medios y al Parlamento. Todo tan lejano a nosotros, y todo tan cercano.

Me dice el chileno Paulsen: “El problema empezó con Aznar, que le sacó los complejos al franquismo”

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