La Vanguardia

Mujeres sin canon

- EL RUNRÚN Joana Bonet

Que una mujer integre el canon cultural gozando de una influencia y reconocimi­ento incuestion­ables es una excepción, o mejor dicho una rareza. Suele haber un pero que les impide obtener un quórum cerrado, hasta que fallecen y alguna editorial inspirada las redescubre, o una serie de televisión las pone de moda. Si algunas de ellas aún viven –pienso en Joy Williams o en Vivian Gornick–, no entienden a qué se debe ese interés repentino. No hay duda de que nombres como los de Javier Marías, Mario Vargas Llosa, Félix de Azúa o Arturo Pérez-Reverte, por no alargarme, forman parte del establishm­ent intelectua­l español, pero, si pensamos en femenino, ¿quiénes serían ellas? ¿Por qué parece más difícil decidirlo? Incluso las que forman parte del canon apenas han encontrado una rendija, y aun así muchas son considerad­as de segunda clase; algo parecido a lo que ocurre con el deporte masculino y femenino.

Bien sabido es que uno de los popes de la literatura, Harold Bloom, ya se anticipó a las críticas que recibiría su almanaque de altura: El canon occidental, introducie­ndo tres mujeres entre 26 escritores. Lo atribuyó a una reacción propia de “la escuela del resentimie­nto”: una “mezcla extraordin­aria de feministas de la ola más reciente, lacanianos, todo ese cacareo semiótico. Personas que no tienen ninguna relación con los valores literarios”. Unos años más tarde, en el 2002 el maestro publicó Genios –subtitulad­o Un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares–, donde amplió su lista a Austen, Woolf, Dickinson, Brontë, Edith Wharton, Iris Murdoch y Flannery

Incluso muchas de las mujeres que forman parte del canon son considerad­as de segunda clase

O’Connor. Y para de contar. Ningún otro nombre femenino entró en el santoral del dios de los estudios literarios.

Cuando el PSOE ni sospechaba que llegaría al Gobierno, la entonces secretaria de Igualdad del partido, Carmen Calvo, convocó una jornada en el Senado sobre la mujer en la cultura, “De musas y modelos a autoras y gestoras”. Anna Caballé intervino como presidenta de la asociación Clásicas y Modernas, y aseguró que el reconocimi­ento intelectua­l sigue siendo un asunto pendiente que pasa por la triple fórmula de “educación, integració­n y transversa­lidad”. Celebremos que la ministra de Educación y portavoz, Isabel Celaá, compartier­a muchas de sus palabras en su primera rueda de prensa: si el empeño es serio necesitará abono. “La igualdad de género no avanzará sin una política educativa que incida sustancial­mente en un cambio de perspectiv­a y no en la mera incorporac­ión de algunos nombres”, reivindicó Caballé. No sólo son nombres, no sólo es reconocimi­ento, no sólo son porcentaje­s, sino algo mucho más abstracto y decisivo: autoridad intelectua­l.

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