La enfermera de Anna Frank
GENA TURGEL (1923-2018) Superviviente del Holocausto
Durante el tiempo que estuvo interna en el campo de concentración de Bergen-Belsen, Gena Turgel cuidó y dio consuelo en los últimos momentos de su vida a muchos prisioneros. Una de esas pacientes es hoy conocida en todo el mundo y su diario, lectura obligatoria para millones de niños: Anna Frank. Turgel, que ejerció de enfermera en el campo de concentración, atendió a una Anna Frank de 15 años enferma de tifus hasta su muerte en marzo de 1945, apenas un mes antes de la liberación del campo. “Lavé su cara y le di agua para beber. Todavía puedo ver su cara, su pelo y su aspecto”, dijo Turgel de los últimos momentos de la adolescente alemana detenida en Amsterdam.
Pero la historia de Gena Turgel, que murió el jueves pasado en Inglaterra, es mucho más que ese hecho. Originaria de Cracovia, fue desplazada junto a su madre y sus cuatro hermanos al gueto que los nazis crearon en la ciudad al poco de llegar, en 1941. “Dadnos todas vuestras pertenencias, incluidas las llaves de la casa, y salid. Si no lo hacéis, mataremos a alguno de tus hijos”, dijeron los soldados alemanes a su hermano mayor, Wilek Goldfinger, al que confundieron con su padre. Ese mismo año, las SS matarían a Wilek mientras intentaba unirse a la resistencia francesa tras huir del gueto.
Poco más tarde, la familia sería desplazada al campo de concentración de Plaszow, cerca de Cracovia, donde transportaban la madera con la que se quemaban los cuerpos. Fue allí donde las SS acabaron también con la vida de su hermana de 17 años, Miriam, después de que esta tratara de entrar comida al campo. Gena y su madre tuvieron que transportar la madera con la que el cadáver de Miriam fue convertido en cenizas. Tras el incidente, fueron trasladadas a Auschwitz dejando en Plaszow a otra hermana, Hela. Nunca la volvieron a ver.
Fue en el campo de Auschwitz donde en 1944 madre e hija sobrevivieron juntas a la cámara de gas. Gena, que entonces contaba ya 21 años, y su madre recibieron la orden de desnudarse junto a otras mujeres en las tristemente conocidas duchas del campo de exterminio. Pero en esa ocasión fue el agua y no el gas Ziklon-B lo que emanó de ellas. Las prisioneras no supieron lo cerca que estuvieron de la muerte hasta salir, cuando las internas que trabajaban en las cámaras de gas les explicaron la horrorosa función principal del lugar. “Cuando me lo dijeron perdí la voz”, contaba Turgel.
Semanas después, Gena y su madre fueron trasladadas otra vez, en esta ocasión al campo de concentración de Buchenwald, en Alemania. Allí permanecieron poco tiempo y fueron obligadas a marchar hasta Bergen-Belsen bajo el acoso constante del frío. Ese invierno los termómetros llegaron a marcar por debajo de los 20 grados bajo cero. Fue allí donde Gena Turgel se encontró con una moribunda Anna Frank cuando, todavía prisionera, empezó a ejercer de enfermera. También fue ese el lugar en el que recuperó su libertad el 15 de abril de 1945, fecha en la que el campo fue liberado por soldados británicos. Entre ellos se encontraba Norman Turgel, un oficial judío integrante del British Intelligence Corps que acabaría convirtiéndose en su marido.
Días después de la llegada de los ingleses, Norman invitó a Gena al comedor de oficiales. “Cuando abrí la puerta, las mesas estaban decoradas con manteles blancos y flores, algo que no había visto en seis años”. Norman y Gena se casaron seis meses más tarde en Alemania. El hecho fue difundido por la prensa británica, que le dio el sobrenombre de la novia de Belsen. Su vestido de novia, confeccionado con la tela de un paracaídas, se encuentra expuesto en el Imperial War Museum.
Gena Turgel dedicó el resto de su vida a contar su experiencia, convirtiéndose así en una importante figura dentro de la comunidad judía en el Reino Unido. En 1987 publicó un libro titulado Enciendo una vela, en el que explicaba sus vivencias.
El pasado jueves la novia de Belsen, que sobrevivió a cuatro campos de concentración, la cámara de gas y dio consuelo a Anna Frank en sus últimas horas, murió en Inglaterra a los 95 años tras una vida entera luchando para que “nunca, nunca, nunca nadie tenga que pasar por lo mismo que yo”.