Exceso de velocidad
La Federación de Fútbol de Estados Unidos impide cabecear la pelota a los niños de 10 años o menos. Los que tienen entre 11 y 13 años sólo pueden hacerlo en los entrenamientos. La medida pretende evitar contusiones o lesiones cerebrales producidas por el impacto del balón con la testa o por el choque de cabezas entre jugadores en las disputas aéreas. Este afán protector contrasta poderosamente con el reglamento del Campeonato de España de Velocidad, un deporte de riesgo. En la parrilla de PreMoto3 se autoriza la participación de pilotos de entre 12 y 29 años. Se trata, además, de una categoría en la que el presupuesto suele condicionar el resultado, con lo que el talento y las ganas pueden reemplazar la falta de moto. Y, lógicamente, le va a poner más corazón un niño que un veterano experimentado, más consciente de los riesgos y con mayor capacidad de reacción ante situaciones de peligro. ¿Es esto una escuela de campeones y a la vez un cementerio de elefantes? Resulta mucho más razonable y pedagógica una parrilla con paridad de edades e igualdad mecánica, como en las categorías de promoción, con un sistema de ascensos en función de los resultados, que la participación en categorías profesionales de niños amparados por equipos del Mundial que pretenden fabricar al futuro campeón. ¿En virtud de qué espíritu deportivo los progenitores tienen derecho a dejar a sus hijos a expensas de riesgos excesivos? Si se trata de ambición o dinero, apaga y vámonos.
Mientras en EE.UU. un chaval no puede rematar a gol con la cabeza, a su edad en España puede batirse en un circuito a más de 200 km/h. Aunque al cabo de pocos años el primero podrá ir por la calle con pistola, pero eso es otra historia.