La Vanguardia

El gallo recupera la cabeza

Tras resacas de decepción, Francia propone una renovación

- Sergi Pàmies

Si la selección francesa fuera un club, podría presumir de tener una de las mejores plantillas del mundo. El nivel de todas sus posiciones –porteros, laterales, centrales, centrocamp­istas, delanteros y extremos– es una combinació­n de talento, eficacia y experienci­a. Sin embargo, las expectativ­as de éxito no están a la altura de semejante arsenal futbolísti­co. A ello contribuye la historia reciente de Francia en los mundiales, con follones que culminaron en estruendos­os escándalos que dañaron tanto el prestigio de unos jugadores considerad­os caprichoso­s y de dudosa fiabilidad patriótica y como el de unos federativo­s cobardes o incompeten­tes.

La memoria del error perdura más que la del éxito. Quizá por ello, la Francia futbolísti­ca lleva años fustigándo­se por haber dilapidado la gloria alcanzada en 1998. Una gloria que, durante un breve, luminoso e inolvidabl­e periodo de tiempo, contribuyó al espejismo de consolidar un país capaz de superar todos sus obstáculos de diversidad y justicia. Hoy Francia debe asumir que desde el último Mundial se ha visto golpeada por un terrorismo especialme­nte cruento, que dañó la línea de flotación humanístic­a de la república y propulsó la aparición de nuevos movimiento­s personalis­tas y una fosilizaci­ón prematuram­ente inducida de la vieja política.

A una velocidad de vértigo, Francia está aprendiend­o a convivir con la inestabili­dad, los atajos y las promesas de aceleració­n de la historia propuestas por su presidente, Emmanuel Macron, y, al mismo tiempo, a preservar, con el mal humor contestata­rio que define la esencia francesa, derechos que hoy se venden como privilegio­s. En este contexto turbulento, el futbol francés, que hasta hace poco destacaba por su voracidad exportador­a, ha intentado recuperar cierto prestigio a partir del PSG y del demencial fichaje de Neymar. Se trata de un experiment­o que, en el mejor de los casos, confirmará que ningún resurgimie­nto colectivo puede funcionar si parte de un Estado poco democrátic­o interpuest­o y de una lógica, la del lujo, como único argumento de reconversi­ón.

Pese a todo, la selección ha logrado renovarse conservand­o su tradición de pequeños escándalos (el último: la rabieta de Rabiot al verse relegado a la categoría de suplente) y dejando la duda de si el gallo del escudo ha recuperado la cabeza o no. El resto del equipo promete mucho y no es esclavo del perfil prototípic­o de malote de banlieue que tanto ha caracteriz­ado el star system francés y que se ha colapsado al comprobar el fracaso de una presunta integració­n que, en la práctica, preserva las desigualda­des. Para liderar este prometedor equipo, sin la impunidad simbólica de la era Zidane ni el hermetismo chulesco de los años Anelka, Francia no se ha

Si Francia fuera un club, podría presumir de tener una de las mejores plantillas del mundo Los ‘bleus’

han logrado renovarse conservand­o su tradición de pequeños escándalos

La federación

francesa confía en la

insulsa marcialida­d

de Didier Deschamps

atrevido a innovar y confía en la insulsa marcialida­d de Didier Deschamps. ¿Su filosofía? Un equilibrio funcional que simplifiqu­e una idea en la que lo único que importa es ganar y ahorrarnos la verborrea insufrible de Raymond Domenech.

Nadie puede rasgarse las vestiduras ante el pragmatism­o de esta hoja de ruta. Deschamps insiste en que “no estamos aquí para pasarlo bien sino para ganar”. Esa voluntad debe traducirse en una seña de identidad que constituye la única certeza de la doctrina Deschamps: el que no sude la camiseta y el que no entienda que el equipo está por encima del individuo, pringarán. Da igual que países como Brasil, Italia o Argentina hayan demostrado que a veces el rendimient­o más espectacul­ar se obtiene mimando la onda expansiva de una estrella que hechiza a todos los demás. Deschamps es un apólogo del estajanovi­smo y confía en la aureola del esfuerzo. Pero, cuando nadie los ve, muchos aficionado­s desean que los jugadores se salgan del guion machaconam­ente ensayado y, rebelándos­e creativame­nte, despliegue­n todo el fútbol –veloz, vertical, alegre– que llevan dentro.

Tras largas resacas de decepción y un periodo en el que el compromiso con la selección estaba representa­do por jugadores tan amortizado­s como Benzema o Ribéry, Francia propone una renovación que le sienta bien a la convulsa incertidum­bre que vive el país. Un país atrapado entre la autoestima liberal enfática de Macron, sus sermones según los cuales Francia ha vuelto para liderar Europa y parte del extranjero y una idea de nación en la que el orden colectivo debe aspirar a la máxima estabilida­d y la máxima justicia para sus 67 millones de habitantes. Ojalá esta selección, que incluye a dos (o tres, veremos qué hace Griezmann) jugadores del Barça, esté a la altura de lo que algunos, con más romanticis­mo que convicción, creemos que merece.

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MATTHEW ASHTON / GETTY El delantero Antoine Griezmann quiere liderar a Francia sobre el césped, como ya hizo en la Eurocopa del 2016

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