El gallo recupera la cabeza
Tras resacas de decepción, Francia propone una renovación
Si la selección francesa fuera un club, podría presumir de tener una de las mejores plantillas del mundo. El nivel de todas sus posiciones –porteros, laterales, centrales, centrocampistas, delanteros y extremos– es una combinación de talento, eficacia y experiencia. Sin embargo, las expectativas de éxito no están a la altura de semejante arsenal futbolístico. A ello contribuye la historia reciente de Francia en los mundiales, con follones que culminaron en estruendosos escándalos que dañaron tanto el prestigio de unos jugadores considerados caprichosos y de dudosa fiabilidad patriótica y como el de unos federativos cobardes o incompetentes.
La memoria del error perdura más que la del éxito. Quizá por ello, la Francia futbolística lleva años fustigándose por haber dilapidado la gloria alcanzada en 1998. Una gloria que, durante un breve, luminoso e inolvidable periodo de tiempo, contribuyó al espejismo de consolidar un país capaz de superar todos sus obstáculos de diversidad y justicia. Hoy Francia debe asumir que desde el último Mundial se ha visto golpeada por un terrorismo especialmente cruento, que dañó la línea de flotación humanística de la república y propulsó la aparición de nuevos movimientos personalistas y una fosilización prematuramente inducida de la vieja política.
A una velocidad de vértigo, Francia está aprendiendo a convivir con la inestabilidad, los atajos y las promesas de aceleración de la historia propuestas por su presidente, Emmanuel Macron, y, al mismo tiempo, a preservar, con el mal humor contestatario que define la esencia francesa, derechos que hoy se venden como privilegios. En este contexto turbulento, el futbol francés, que hasta hace poco destacaba por su voracidad exportadora, ha intentado recuperar cierto prestigio a partir del PSG y del demencial fichaje de Neymar. Se trata de un experimento que, en el mejor de los casos, confirmará que ningún resurgimiento colectivo puede funcionar si parte de un Estado poco democrático interpuesto y de una lógica, la del lujo, como único argumento de reconversión.
Pese a todo, la selección ha logrado renovarse conservando su tradición de pequeños escándalos (el último: la rabieta de Rabiot al verse relegado a la categoría de suplente) y dejando la duda de si el gallo del escudo ha recuperado la cabeza o no. El resto del equipo promete mucho y no es esclavo del perfil prototípico de malote de banlieue que tanto ha caracterizado el star system francés y que se ha colapsado al comprobar el fracaso de una presunta integración que, en la práctica, preserva las desigualdades. Para liderar este prometedor equipo, sin la impunidad simbólica de la era Zidane ni el hermetismo chulesco de los años Anelka, Francia no se ha
Si Francia fuera un club, podría presumir de tener una de las mejores plantillas del mundo Los ‘bleus’
han logrado renovarse conservando su tradición de pequeños escándalos
La federación
francesa confía en la
insulsa marcialidad
de Didier Deschamps
atrevido a innovar y confía en la insulsa marcialidad de Didier Deschamps. ¿Su filosofía? Un equilibrio funcional que simplifique una idea en la que lo único que importa es ganar y ahorrarnos la verborrea insufrible de Raymond Domenech.
Nadie puede rasgarse las vestiduras ante el pragmatismo de esta hoja de ruta. Deschamps insiste en que “no estamos aquí para pasarlo bien sino para ganar”. Esa voluntad debe traducirse en una seña de identidad que constituye la única certeza de la doctrina Deschamps: el que no sude la camiseta y el que no entienda que el equipo está por encima del individuo, pringarán. Da igual que países como Brasil, Italia o Argentina hayan demostrado que a veces el rendimiento más espectacular se obtiene mimando la onda expansiva de una estrella que hechiza a todos los demás. Deschamps es un apólogo del estajanovismo y confía en la aureola del esfuerzo. Pero, cuando nadie los ve, muchos aficionados desean que los jugadores se salgan del guion machaconamente ensayado y, rebelándose creativamente, desplieguen todo el fútbol –veloz, vertical, alegre– que llevan dentro.
Tras largas resacas de decepción y un periodo en el que el compromiso con la selección estaba representado por jugadores tan amortizados como Benzema o Ribéry, Francia propone una renovación que le sienta bien a la convulsa incertidumbre que vive el país. Un país atrapado entre la autoestima liberal enfática de Macron, sus sermones según los cuales Francia ha vuelto para liderar Europa y parte del extranjero y una idea de nación en la que el orden colectivo debe aspirar a la máxima estabilidad y la máxima justicia para sus 67 millones de habitantes. Ojalá esta selección, que incluye a dos (o tres, veremos qué hace Griezmann) jugadores del Barça, esté a la altura de lo que algunos, con más romanticismo que convicción, creemos que merece.