Inglaterra y un guion equivocado
Southgate quiere jugar a algo que va en contra del ADN inglés
Private Eye es el nombre de una revista satírica británica que se ha reído de todo dios cada dos semanas desde 1961. Sus portadas suelen seguir el mismo modelo: una foto de algo que está en las noticias más unas palabras irreverentes dentro de un globito saliendo de la boca de alguien, típicamente un personaje famoso como la reina Isabel, el presidente de Estados Unidos o Victoria Beckham.
Hace exactamente un par de años la foto era de la selección inglesa bajando por las escaleras de un avión al llegar a Francia para participar en la Eurocopa de fútbol. El piloto les miraba por la ventana abierta de su cabina y les decía: “¿Dejo los motores encendidos?”.
La broma hubiera funcionado igual de bien este verano en Rusia. O hace cuatro años en Brasil, o hace ocho en Sudáfrica, o… bueno, han pasado varias décadas desde que el público futbolero inglés alimentó la posibilidad de avanzar mucho más allá de la fase de grupos en un importante torneo internacional. Desde 1970, cuatro años después de que el país que inventó el fútbol ganase su único Mundial, el estado de ánimo nacional dominante ha sido la irónica resignación. Este año parece más justificado que nunca.
Consideremos la materia prima: con la excepción del goleador del Tottenham Harry Kane no hay nadie, nadie en el probable once inglés de Rusia, que entraría en la lista de 23 de España, Alemania, Francia o Brasil. En cuanto a los 23 ingleses, la mayoría de los más devotos futboleros de la isla sufriría para reconocer a varios de ellos (Maguire, Pickford, Trippier, LoftusCheek…) si se los encontrasen por la calle. De los que sí conocemos, hay al menos seis (Stones, Young, Lingaard, Rashford, Welbeck, Delph) que no tienen garantizada la titularidad en sus equipos de la Premier League.
En cuanto al estilo de juego, lo más sensato sería jugar siempre como un equipo pequeño contra equipo grandes, es decir como las Islas Feroe o el Manchester United de Mourinho: todos atrás y, en los raros momentos en que se tiene posesión del balón, bombearlo hacia arriba con la esperanza de que un rival la pifie y el delantero centro tenga una oportunidad de gol. Lamentablemente para Inglaterra, su seleccionador tiene ideas por encima de sus capacidades. Gareth Southgate pretende que su equipo juege a algo que va contra 150 años de ADN inglés, ese bicho exótico y tropical que llaman possession
football.
Lo intentaron en su día con jugadores del calibre de Steven Gerrard, Frank Lampard o Paul Scholes, todos ellos figuras en sus clubs que se convertían en cucarachas patas arriba al ponerse la camiseta blanca de los tres leones. Que lo intenten ahora troncos del mediocampo como Eric Dier del Tottenham, Jordan Henderson del Liverpool o Fabian Delph, que juega de lateral izquierdo suplente para el Manchester City, indica lo alejado de la realidad que está el filósofo Southgate.
Que no se malinterprete. Southgate es un buen hombre. Cualquier persona decente, respetable y sosa lo querría como marido de su hija o hermana. Se expresa bien, y encima en inglés, a diferencia de algunos de sus antecesores como Fabio Capello o Sam Allardyce, el único seleccionador de la historia de Inglaterra que ha ganado el ciento por ciento de sus partidos (un 1-0 contra Eslovaquia). El principal defecto de Southgate no está en la cabeza sino en el corazón: no inspira confianza guerrera. No es ni Winston Churchill en 1940, ni el Enrique V de Shakespeare antes de la batalla de Agincourt, y para colmo su currículum lo delata, pobre hombre, como un perdedor en serie.
Durante sus 18 años como jugador no ganó ni un trofeo, y el logro por el que la historia más le recordará fue fallar un penalti cuando cayó Inglaterra eliminada contra Alemania en la Eurocopa de 1996. En los 12 años que lleva como entrenador tampoco ha ganado ningún trofeo, condujo el Middles-
Salvo Kane, ningún jugador entraría en la lista de 23 de España, Alemania
o Brasil
A lo único que se puede encomendar la selección
inglesa en Rusia es a la fortuna El estado de ánimo dominante en el país
ha sido la habitual
e irónica resignación
brough al descenso en el año 2009 y ha ganado bastante menos de la mitad de su total de 200 partidos disputados.
¿Existe alguna esperanza? Ante la ausencia de talento en todos los frentes, salvo el bueno de Kane, a lo único que se puede encomendar la selección inglesa en Rusia es a la diosa Fortuna, una figura nada desdeñable en el fútbol, como demuestra el curioso caso del Real Madrid y la Champions League. Y, efectivamente, en el sorteo del Mundial la diosa le sonrió a Inglaterra. Se encuentra en un grupo con Bélgica, Panamá y Túnez, con lo cual no es del todo descartable que acabe segunda y tenga la adicional suerte de jugar en octavos contra Polonia o Japón. No es absurdo imaginar, entonces, que Inglaterra llegue a cuartos de final. Pero de ahí no avanzan, seguro. En tal caso, contra quien sea que jueguen Southgate y sus muchachos, sucumbirán todos al mal de altura, o al vértigo, o a las dos cosas a la vez, y caerán, y se subirán a su avión y serán festejados a la vuelta a casa por una nación asombrada de que hayan llegado tan lejos.