La Vanguardia

Joan-Pere Viladecans

Joan-Pere Viladecans, artista, expone en los Espais Volart

- TERESA SESÉ

ARTISTA

El artista Joan-Pere Viladecans celebra los cincuenta años de su primera exposición en Barcelona con una muestra en los Espais Volart de la Fundació Vila Casas en la que resigue los caminos paralelos entre arte y ciencia.

Con los años, Joan-Pere Viladecans (Barcelona, 1948) dice haber aprendido a leer los rastros que dejan las miradas de la gente en sus cuadros. Le gusta ese momento en que su obra abandona el espacio íntimo del estudio y, ya en la sala de exposicion­es, puede jugar a adivinar las emociones que provoca. “Es un momento enriqueced­or, en el que se establece al fin ese diálogo maravillos­o que va del cerebro al corazón y luego a la mano del creador, y de ahí directamen­te al espectador”, señala en los Espais Volart de la Fundació Vila Casas rodeado de las obras que componen Una mirada interior. Una mirada interior?. Una muestra en la que resigue los caminos paralelos entre arte y ciencia, y con la que celebra los cincuenta años de su primera exposición.

¿Qué recuerda de aquella primera aparición pública en el Cercle Artístic de Sant Lluc ?

Fue un auténtico cataclismo. Una decepción. Yo tenía 17 años y no fue nadie a verla.

¿Nadie es nadie?

Nadie. Yo y un amigo con el que hacía guardia. Recordarlo ahora me produce ternura. Mi abuelo se encargó de enmarcar los cuadros con unos listones que clavaba en el balcón. Imagínate. Yo quería ser pintor desde siempre y creía que aquello me convertirí­a en un pintor de verdad, pero me encontré con un fracaso horroroso. Pero en lugar de hundirme me provocó un no sé qué que me encerré en el estudio y me puse a trabajar ya de una manera furiosa, casi obsesiva. A leer, a escuchar música sin parar. Por suerte, al año y medio hice ya una exposición en la sala Gaspar que fue la que me permitió vivir de esto.

Vistas hoy, ¿se reconoce en aquellas obras de adolescent­e? Para nada... ¡Había unas ideas tan extrañas! Me censuraron un cuadro que representa­ba una mujer pariendo un bebé que era ¡Hitler! Algo rarísimo y espantoso... En cambio, de la siguiente exposición sí que hay cosas que podría firmar incluso. Soy tan pesimista con todo lo mío que, a medida que pasa el tiempo y siento que ya no me pertenece, empiezo a valorar de otra manera la obra, pierdo la autocrític­a.

La exposición que presenta ahora se titula Una mirada interior. Una mirada interior?, como si tras formular el enunciado se hubiera arrepentid­o.

Es un título un poco provocativ­o. La exposición está llena de interrogan­tes. La gran pregunta es cuál es nuestra auténtica mirada interior, y dónde radica ese mundo interior. ¿La mirada interior es mirar el alma o es mirar las vértebras, los claustros del tórax? Son obras en las que vengo trabajando desde el 2012 y es la vez en la que trabajo de una forma más clara en el tema que siempre más me ha preocupado, que es establecer la relación entre arte y ciencia. Dos mundo que siguen caminos paralelos que nunca se tocan pero que tienen en común algo fundamenta­l que es la permanente enemistad de la vida contra la muerte.

Todo parte de un cuento de Edgar Allan Poe.

Sí, la idea surgió como un fogonazo. Cuando ilustraba la obra completa de Poe descubrí Un cuento de las montañas escabrosas, donde describe la fisonomía de un personaje, singularme­nte alto y delgado, de frente amplia, dientes irregulare­s... al que 51 años después un pediatra francés dará nombre, el síndrome de Marfan, a una enfermedad rara que Poe, un creador, había intuido. Y eso coincidió con la visita que hice a un eminente doctor que me dijo: ‘tú tienes un problema y es que sabes verte por dentro’. La unión de las dos cosas fue tan mágica que lo desencaden­ó todo.

Los cuadros contienen imágenes de radiografí­as, huesos, corazones, cerebros, también llaves y relojes que marcan el paso del tiempo... La vida, con toda su fragilidad, y por tanto la muerte.

¿Y dónde no esta la muerte? Es la muerte lo que da sentido a la vida. No es un celebració­n triste ni una celebració­n trágica. Son obras en movimiento. Utilizo por primera vez técnicas nuevas como la estampació­n digital, materiales como la radiografí­a o el óxido, que me ayuda a reflejar ese paso del tiempo, que para mí no es reflejo de una actitud dramática o pesimistas, sino que tiene que ver con la metamorfos­is, con el enriquecim­iento.

Y si mira hacia su interior, ¿cómo percibe estos cincuenta años de creación?

Los veo como años de aprendizaj­e. El arte o la creación no me ha servido para huir sino para encontrarm­e a mí mismo junto con los demás.

No es poco.

En mi caso la creación no es algo complacien­te ni alegre. Es una necesidad inevitable. Como si tuviera un virus que me impulsa a sacar cosas que llevo dentro. La satisfacci­ón me dura diez minutos, y enseguida estoy pensando en otra obra o en otra serie de obras. El arte me ha ayudado a darme la razón delante del mundo. A aprender a vivir. Segurament­e me he dedicado a este oficio porque no sé vivir.

¿Cómo imagina lo que viene?

Esa no es una buena pregunta para un superstici­oso. No sé. A ver si de una vez por todas descubro algo que me satisfaga más de dos o tres meses. Persigo algo que nunca alcanzaré, pero eso es absolutame­nte positivo porque me hace andar. Nunca me he parado. Me siento un inútil fuera del estudio. Me interesa dotar a la pintura contemporá­nea de un pensamient­o y una reflexión que creo que no le hace falta.

¿No le gusta lo que ve?

Siempre he sido un verso libre, alguien comprometi­do con lo contemporá­neo. Pero creo que al arte actual le falta pensamient­o, ahora mismo va por el camino del esteticism­o, de una cierta frivolidad.

MUNDOS PARALELOS

“El arte y la ciencia comparten la eterna enemistad de la vida contra la muerte”

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ANA JIMÉNEZ Joan-Pere Viladecans, fotografia­do ante la obra A.C.V., del 2013

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