Las estrellas de la fe
Josep Miró i Ardèvol escribe: “A partir de Jesús, se produce una secuencia histórica con tres nombres decisivos. Pablo de Tarso, que lleva el proyecto al mundo helénico y a Roma, e introduce la idea revolucionaria de la conciencia personal por encima de la ley. Agustín de Hipona, cuyo pensamiento sobre la interioridad entrevera toda la cultura moderna basada en la subjetividad (...) Y Tomás de Aquino, que construye la gran obra que conocemos como tomismo, bien viva en sus diversas corrientes”.
La crisis de la unidad europea ha conducido a abundar en la opinión publicada en el ejemplo contrario, el de la unión, reiterando el recuerdo de los “30 años gloriosos”, que van de la posguerra mundial hasta bien entrados los años setenta. Si en esta remembranza se da un paso más recuperando a los sujetos y a las ideas que los hicieron posibles, nos encontramos con la experiencia cristiana y su pensamiento social. Es un hecho más que se inscribe en el patrón universal del cristianismo como transformador radical de la historia.
Toda esta revolución tuvo su origen en Jesús, un judío, que a su muerte en la cruz apenas tenía unos dos mil seguidores, que además eran rechazados en gran parte por su propio pueblo, pero que llegaron a ser mayoría en el imperio romano antes de Constantino.
A pesar de un inicio humanamente frágil, el cristianismo construyó la gran bóveda bajo la que ha surgido y crecido la civilización occidental, al articular mediante la nueva concepción cristiana dos grandes pilares de nuestra cultura, la concepción bíblica y la cultura clásica de griegos y romanos.
A partir de Jesús, se produce una secuencia histórica con tres nombres decisivos. Pablo de Tarso, que lleva el proyecto al mundo helénico y a Roma, e introduce la idea revolucionaria de la conciencia personal por encima de la ley. Agustín de Hipona (en la actual Argelia), cuyo pensamiento sobre la interioridad entreverá toda la cultura moderna basada en la subjetividad, una influencia que Charles Taylor relata con detalle en su extraordinaria Fuentes del yo. Agustín desempeña otra tarea: articula la filosofía platónica en una teología cristiana. En el siglo XIII surge la tercera figura monumental, la de Tomás de Aquino, que construye la gran obra que conocemos como tomismo, bien viva en sus diversas corrientes. Maritain, Étienne Gilson, Gioacchino Pecci (León XIII), Edith Stein, Karol Wojtyla (Juan Pablo II) o MacIntyre son algunos de sus nombres. Y cuenta con una nutrida presencia catalana: de Sant Vicent Ferrer a Balmes y Torras i Bages, hasta llegar a la actual escuela tomista de Barcelona.
En la actualidad el neotomismo aristotélico de MacIntyre constituye la principal formulación de filosofía política global y contracultural frente al sistema. La idea es esta: los individuos deben entender que para realizarse solamente pueden obtener sus propios bienes individuales en compañía de los bienes comunes, los que compartimos con los demás. Cuando no es así sólo queda un individuo que ignora las relaciones sociales y las normas de justicia que han de inspirar tales relaciones.
El cristianismo ha establecido nuevos marcos de referencia universales, que determinan en su desarrollo cómo nos entendemos, nos relacionamos entre nosotros y con la realidad. Subrayo algunos de ellos:
La desacralización de la naturaleza, que la libera para su ulterior abordaje científico. El rechazo de la magia donde la deidad es prisionera del hombre, y la asunción de infinitud y naturaleza inescrutable de Dios, que a su vez se hace inteligible con Jesús: “Quien me ve a mí ve al Padre”, que hace surgir una nueva relación con Dios basada en la experiencia personal, y en el camino de perfección que es la santidad, independiente de la posición en el orden mundano y eclesial. El engaño se convierte en el deber de la verdad porque es imposible ocultarse ante los ojos de Dios, como creía el mundo pagano. Por eso un pueblo incristiano es carne de cañón de la falsedad, de las fake news. La subjetividad cristiana queda delimitada por la trascendencia que corrige el individualismo excesivo. De todo ello surgen los valores de igualdad y fraternidad, de los que continuamos siendo deudores. Se desarrolla la razón objetiva como seres razonadores basados en fines, marginada en nuestro tiempo por la razón instrumental que ha transformado los medios en finalidades, como lo constata la adoración del dinero. Aquel amor por el razonamiento y por desvelar la naturaleza conduce a la universidad, una institución cristiana en su origen y desarrollo, basada en el método –hoy tan ausente en ella– de la pregunta y el debate. La separación de la Iglesia y del Estado en el gobierno de lo humano es una característica del cristianismo latino, que anticipa la neutralidad religiosa de aquel cuando la sociedad se vuelve plural en sus creencias, y que conlleva el desarrollo de la democracia, en una formulación previa a la liberal, como lo constata la doctrina que surge de la Escuela de Salamanca y de Francisco de Vitoria: “Todo el poder del rey viene de la nación, porque esta es libre desde el principio”; de la justicia social: “Es lícita al hombre la propiedad privada, pero nadie es propietario que no deba, a veces, compartir sus cosas... y en extrema necesidad, todas las cosas son comunes”; del orden internacional: “El orbe entero, que en cierta manera constituye una república, tiene poder de dar leyes justas y convenientes a toda la humanidad” (Justos Títulos).
Sin las raíces, el árbol se marchita; en términos sociales, se vuelve anómico. En eso estamos.
La separación de Iglesia y Estado en el gobierno de lo humano es una característica del cristianismo latino