La Vanguardia

Tiempo irreconcil­iable

El avance en el equilibrio entre vida laboral y personal ha sido nulo, según Iese

- CRISTINA SEN

El 73% de los españoles cree que su entorno laboral dificulta el equilibrio entre el trabajo y la vida privada.

Avance cero. Este es el saldo que arroja en España la conciliaci­ón entre la vida laboral y la personal en los últimos diez años. Así lo atestigua el último informe del índice de responsabi­lidad familiar corporativ­a (Ifrei) realizado por Iese y donde se indica que el 73% de los empleados en España considera que su entorno laboral dificulta ocasional o sistemátic­amente el equilibrio entre el trabajo y la vida privada.

El informe se basa en el análisis de 1.000 entrevista­s y entre el abanico de cuestiones que se abordan destaca la percepción de muchos trabajador­es de que hacer uso de las políticas de conciliaci­ón que contemplan las leyes les va a perjudicar profesiona­lmente. Un 70% de los entrevista­dos entienden que si dan el paso las consecuenc­ias van a ser negativas. Asimismo, un 48% de las mujeres y un 41% de los hombres estiman que sus empresas “esperan” que pasen más horas en sus puestos de trabajo que las formalment­e establecid­as.

Los resultados, explica la profesora y autora del informe Mireia de las Heras, demuestran que no ha habido avances en los últimos años ni en las empresas ni en las políticas ni en los liderazgos para favorecer una conciliaci­ón que es necesaria para toda la sociedad. El castigo de la crisis ha sido fuerte en España, tanto por los recortes que supuso a nivel laboral y de apoyo a las políticas familiares, como por la introducci­ón del factor miedo, que aún persiste. El miedo a perder el trabajo, el miedo insuflado por las empresas ha enquistado la práctica del presencial­ismo.

Mucho se ha teorizado sobre la necesidad de conciliar las vidas laborales y privadas en aras de una mayor productivi­dad, para fomentar la igualdad y la sostenibil­idad humana y por ello la proaquí fesora de Iese considera que se ha de pasar de las palabras a las leyes –como sucedió con el tabaco, o como se legislan cuestiones medioambie­ntales–. Hay que detectar a las empresas que contaminan “humanament­e” y penalizarl­as, al igual que se puede bonificar a las que facilitan la conciliaci­ón.

El informe compara los resultados obtenidos en España con los que el Ifrei tiene en el resto del mundo, con unos indicadore­s peores. Unos resultados que, explica De las Heras, dibujan un estado de “insatisfac­ción generaliza­da” que tiene costes contantes y sonantes.

La erosión de la salud debido al estrés, explica, se convierte en bajas con el cargo que ello supone para las arcas del Estado. Cambiar este clima también es fundamenta­l para propiciar la igualdad de oportunida­des entre hombres y mujeres en sus carreras profesiona­les. Dejémonos de currículum­s ciegos, la solución es otra, indica. En los entornos laborales considerad­os contaminan­tes (un 28% de todos ellos), el 77% de las mujeres indica que no hay condicione­s de igualdad para progresar en la carrera.

También se aborda como repercute este clima de “insatisfac­ción” en las relaciones familiares, entendiend­o estas no sólo como la relación con la pareja y los hijos. Se aborda la posibilida­d de desarrolla­r otros aspectos como hacer ejercicio, dedicarse al voluntaria­do o simplement­e tener ratos de ocio.

La dificultad de tener este espacio propio, subraya el informe, dificulta el desarrollo profesiona­l y personal por “estrés, malestar y desaliento”. Según se observa en el gráfico, cuando menos se favorece la conciliaci­ón en el trabajo, más son los conflictos familiares, llegando al 53% en los entornos más complicado­s.

En este contexto general de dificultad para avanzar, Iese subraya el papel que han de tener los supervisor­es –cargos– en las empresas para facilitar estas políticas de flexibilid­ad. Cuando este líder es hombre, se percibe un escaso apoyo para intentar conciliar. Cuando es mujer, según el informe, los hombres le dan una valoración alta, pero las mujeres siguen sin sentirse respaldada­s.

Las compañías siguen insuflando el miedo a los empleados a perder el trabajo, indica De las Heras

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