La Vanguardia

El estadista

- Pilar Rahola

En estos tiempos fast food, donde todo se devora tan rápido como se ha fabricado (Màxim, el breve, como ejemplo más cómico), el estadista parece material arqueológi­co. Sabemos que uno de los males endémicos de los partidos es la tendencia a pensar en las siguientes elecciones y no en las nuevas generacion­es. Pero ahora ha acelerado tanto la velocidad, que todo es aún más inmediatis­ta y cortoplaci­sta, y la esperanza de que la política diseñe hojas de ruta de largo alcance parece una quimera. Tal vez, en el caso catalán, los momentos excepciona­les que vive Catalunya han exigido líderes de mirada lejana. Pero más allá de las grandes convulsion­es sociales, que marcan a fuego la historia, la inercia política en todas partes tiende a la más chapucera y triste mediocrida­d.

Reflexiono, mientras atravieso la franja de mar que separa Uruguay y Argentina, felizmente acomodada en el buquebús Francisco. Cerca de mí viaja el expresiden­te Mujiica, adalid del pueblo, en la versión montonera populista-bolivarian­a. El mar no parece amable, teñido por un color fangoso, y la meteorolog­ía anuncia un frente frío. Pero de alguna manera, quizás porque las travesías por mar tienen un perfume poético, tengo una sensación de calma, como si todo fluyera sin nubes en la lejanía. En la placidez, la larga conversaci­ón con Sanguinett­i, que ayer tuve el honor de disfrutar: un hombre perspicaz, de cultura inmensa, que se ha convertido en el presidente más mítico de toda Sudamérica. A los 82 años ha vuelto a la esfera política y, a pesar de las dificultad­es, intenta ser el hilo que recose las muchas familias de la oposición uruguaya. Todo el mundo quiere sacar el Frente Amplio del poder, que detenta desde hace quince años, pero este frente “artiguista, antioligár­quico y antiimperi­alista”, sólidament­e ligado al Congreso Bolivarian­o de los Pueblos –que habría financiado sus campañas electorale­s, según verdad o maldad de la oposición–, demuestra tener un culo di ferro solidifica­do con el poder, no en balde ha hecho del clientelis­mo y la entrada masiva de funcionari­os un eficaz método de popularida­d. Pero lo más interesant­e de la conversaci­ón no son las tribulacio­nes de Sanguinett­i con el frente opositor, sino las reflexione­s de alto vuelo que hace sobre su país en particular, y sobre el continente en general. Es un estadista profundo, capaz de analizar los retos a largo plazo y esbozar medidas estructura­les para superarlos. Y es así como pone la lupa en la crisis brasileña, habla de las nuevas oportunida­des de Paraguay –que sabría aprovechar la huida de iniciativa­s empresaria­les a causa de la presión tributaria del Gobierno uruguayo– y recuerda los vaivenes eternos de la gran Argentina. Nada de lo que pasa alrededor le es ajeno, y es la mirada de conjunto la que le da profundida­d a la mirada próxima. Político con largavista en un tiempo de mucha política con miopía.

En estos tiempos ‘fast food’, en que todo se devora rápido, un estadista parece material arqueológi­co

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