Vanguardia y transgresión
Niño de Elche e Israel Galván deslumbran el primer día
Como la oferta musical es amplia, conviene degustarla con algunos otros sentidos bien saciados. Sea en el Sónar, sea en otro festival de estas dimensiones. Pero en este caso se trata de la cita barcelonesa de música y cultura electrónica por excelencia, que ayer levantó el telón de sus actividades en su capítulo de día, en el recinto ferial de Montjuïc.
Y en esta edición de guarismo remarcable (un cuarto de siglo explorando y, también, marcando tendencia), la oferta procura estar a la altura en todos los frentes, como el gastronómico. En este aspecto, al poco de comenzar las descargas musicales a la una de la tarde en un SonarVillage poco transitado debido al sol y en el SonarDôme con una propuesta malaya, en la zona de acreditados y de los llamados vips la cocina de Les Cols ya tiraba bien engrasada. Es una de las tres propuestas de restaurantes con estrellas Michelin que este año harán aquello de saciar otros sentidos. En el caso de la propuesta gastronómica formulada por Fina Puigdevall, la propuesta era triple: por 30 euros, un menú convencional (terrina de verduras y vinagreta; pollo en escabeche y postre), uno convencional vegano (la misma terrina; una cebolla dulce del volcán Croscat rellena de vegetales y migas de pan, y postre) o un fast food de 15 euros consistente en dos llonguets de aspecto bien sabroso. A eso de las cinco de la tarde, el veredicto era claro: una clientela mayoritariamente extranjera y un predilección por el menú completo normal entre las dos y las cuatro, y más bien bocatero antes y después. Hoy será el turno del mexicano Hoja Santa.
Entre las propuestas que ayer habían despertado expectación, al menos entre el aficionado local y nacional, la que protagonizaron Israel Galván y Niño de Elche era una de las que más votos se llevaba a priori. La caracterología de la pareja ya invitaba al interés, pues se trata de dos creadores que se mueven con transgresora brillantez en los campos de la vanguardia y la experimentación. Galván en el del baile, Francisco Contrera/Niño de Elche en el del cante, el flamenco, los sonidos. Este último ya es un viejo conocido del festival y ayer volvió en una propuesta totalmente diferente, en la que la somera coreografía, la voz y el arte bailaor de Galván ofrecieron una muestra de creatividad en estado latente, sin fronteras definidas y determinada por los impulsos.
La propuesta, que llenó las 1.500 butacas del auditorio del Sónar, no lleva título, lo que ilustra perfectamente una propuesta sin contorno definido ni definible. Varios capítulos donde la voz corre de la mano de Niño (que cuenta aquí con una legión de entregados incondicionales) en forma de declamación, enunciado explicativo, sonidos guturales o
OBRA ABIERTA
Niño de Elche y Galván trabajan en obra abierta y realizada a base de impulsos
MÚSICAS URBANAS
Las músicas urbanas de todo talante estuvieron entre las protagonistas de la jornada
canciones flamencas más o menos ortodoxas. Junto a ello, el taconeo –y ocasional gesticulación de brazos y manos, y alguna palabra también– de Israel Galván en superficies cambiantes, como tablaos de madera, placas metálicas oscilantes, un mesa de madera o sobre las cuerdas de un piano. Propuesta radicalmente vanguardista y modélica por su transparencia expositiva, con mínima a la improvisación.
También impactante pero en unos parámetros totalmente diferentes fue la llegada al escenario de SonarXS de Chenta Tsai, el madrileño de ascendencia china que se ha hecho un hueco tanto en la escena de las músicas urbanas nacionales como en el de la denuncia de los colectivos LGTBIQA. Es decir, estamos hablando de Putochinomaricón, un cantante/rapero autor de certeras e imaginativas letras de denuncia y de crítica, que fue desgranando en sus piezas más brillantes como Tu puta vida nos da (un poco) igual, No tengo wifi o Gente de mierda.
Sobre unas bases sonoras más bien elementales y sencillas –vagos recuerdos de Astrud, quizás Hidrogenesse–, Chenta Tsai fue entregando un show con la cara maquillada, un chándal con la leyenda Compro oro y de verbo directo, afectado pero sin medias tintas entre tema y tema, que hizo las delicias de un público que se apiñaba ante el escenario. Un escenario que acogería justo continuación la muy agradable descarga de las islandesas Cyber, un trío que en su día nació de la combinación de trash-metal y disco y ahora ofrecen un rap de tonos agraconcesión
dables –las rítmicas sintéticas del trap suenan– y estéticamente atractivos.
Un choque de percepciones y de lejanías geográficas, cuyo último vértice podría ser el aportado por la banda congoleña KOKOKO!, con una propuesta desenfrenada cuando no caótica, y muy imbuida de espíritu punk, como protagonizó al final su vocalista lanzándose al público.