Moral para la tropa
Hace unas semanas, en la barra de un bar, vi a Joaquín Luna bien acompañado. Como la hora propiciaba una densidad ambiental algo caótica, me acerqué a ver si se me pegaba algo. Los maestros necesitan discípulos y a los candidatos a serlo nos gusta practicar un sentido camaleónico de la discreción que no interrumpa las conversaciones ni las maniobras, elegantes y noctámbulas, de aproximación. Me admiró la gestualidad de Luna: ni demasiado excesiva para agobiar ni demasiado pasiva para aburrir, idónea para completar un tono de voz macerado en cubalibres que le ha permitido convertirse en referencia radiofónica (en Islàndia, RAC1) de un tipo de periodismo que lleva décadas cultivando, por escrito, en La Vanguardia.
Aunque con los años he perdido algo de oído, juraría haber escuchado una de las palabras que Luna le decía a su interlocutora: “Mortadela”. Me pareció que si de madrugada alguien era capaz de abrir puertas con semejante contraseña, había motivos para la esperanza. Noticia: Luna acaba de publicar ¡Menuda tropa! (Ed. Destino), un libro de recuerdos que se suma al corpus, cada vez más caudaloso, de memorialismo periodístico barcelonés. Situado entre las memorias de Lluís Foix, Enric González y Jaime Arias, el libro destila el punto justo de pasión por la información internacional y, al mismo tiempo, un respeto fraternal por una tribu que ha perdido identidad y que, quizás por eso, conviene reivindicar sin herir la precaria susceptibilidad de las nuevas generaciones de periodistas, siempre dispuestas a despreciar la batallita como fuente de conocimiento. La temeraria generosidad de Luna no se limita a su envolvente y mortadélica locuacidad. Con este libro eleva a públicas las anécdotas más rentables de las cenas, sobremesas y penúltimas copas que, en privado, ha sabido convertir en intransferible way of life. Países asiáticos en tiempos convulsos, promiscuidades con la periferia de la Casa Blanca, incursiones en desiertos en guerra, tan peligrosos como los clubs de intercambio parisinos en los que lo mejor es perder la memoria.
Y de vez en cuando, para reivindicar la capacidad de observación de los mejores reporteros y corresponsales, un manojo de frases perdurables: “En todos los países, la noche dice tanto o más que el día. La manera de relacionarse es otra, el reloj se olvida y, entre copas, emerge el carácter de muchas sociedades”. O: “Las redacciones han evolucionado y hoy, me temo, han dejado de ser un refugio de noctámbulos para convertirse en oficinas de profesionales madrugadores que incluso aspiran a la conciliación familiar, a cenar tempranito y encima con la familia”. Que un divorciado amante de la promiscuidad y la tauromaquia haya sido tan fiel a un único periódico debe de ser la consecuencia de una coherencia en la que la memoria le ha servido para vencer cierto pudor a no parecer más vanidoso de lo que es y, al mismo tiempo, para dar las gracias a (casi) todos sus colegas y a todos (sin el casi) sus lectores.
La memoria de Joaquín Luna le sirve para dar las gracias a sus colegas y a sus lectores