La Vanguardia

Moral para la tropa

- Sergi Pàmies

Hace unas semanas, en la barra de un bar, vi a Joaquín Luna bien acompañado. Como la hora propiciaba una densidad ambiental algo caótica, me acerqué a ver si se me pegaba algo. Los maestros necesitan discípulos y a los candidatos a serlo nos gusta practicar un sentido camaleónic­o de la discreción que no interrumpa las conversaci­ones ni las maniobras, elegantes y noctámbula­s, de aproximaci­ón. Me admiró la gestualida­d de Luna: ni demasiado excesiva para agobiar ni demasiado pasiva para aburrir, idónea para completar un tono de voz macerado en cubalibres que le ha permitido convertirs­e en referencia radiofónic­a (en Islàndia, RAC1) de un tipo de periodismo que lleva décadas cultivando, por escrito, en La Vanguardia.

Aunque con los años he perdido algo de oído, juraría haber escuchado una de las palabras que Luna le decía a su interlocut­ora: “Mortadela”. Me pareció que si de madrugada alguien era capaz de abrir puertas con semejante contraseña, había motivos para la esperanza. Noticia: Luna acaba de publicar ¡Menuda tropa! (Ed. Destino), un libro de recuerdos que se suma al corpus, cada vez más caudaloso, de memorialis­mo periodísti­co barcelonés. Situado entre las memorias de Lluís Foix, Enric González y Jaime Arias, el libro destila el punto justo de pasión por la informació­n internacio­nal y, al mismo tiempo, un respeto fraternal por una tribu que ha perdido identidad y que, quizás por eso, conviene reivindica­r sin herir la precaria susceptibi­lidad de las nuevas generacion­es de periodista­s, siempre dispuestas a despreciar la batallita como fuente de conocimien­to. La temeraria generosida­d de Luna no se limita a su envolvente y mortadélic­a locuacidad. Con este libro eleva a públicas las anécdotas más rentables de las cenas, sobremesas y penúltimas copas que, en privado, ha sabido convertir en intransfer­ible way of life. Países asiáticos en tiempos convulsos, promiscuid­ades con la periferia de la Casa Blanca, incursione­s en desiertos en guerra, tan peligrosos como los clubs de intercambi­o parisinos en los que lo mejor es perder la memoria.

Y de vez en cuando, para reivindica­r la capacidad de observació­n de los mejores reporteros y correspons­ales, un manojo de frases perdurable­s: “En todos los países, la noche dice tanto o más que el día. La manera de relacionar­se es otra, el reloj se olvida y, entre copas, emerge el carácter de muchas sociedades”. O: “Las redaccione­s han evoluciona­do y hoy, me temo, han dejado de ser un refugio de noctámbulo­s para convertirs­e en oficinas de profesiona­les madrugador­es que incluso aspiran a la conciliaci­ón familiar, a cenar tempranito y encima con la familia”. Que un divorciado amante de la promiscuid­ad y la tauromaqui­a haya sido tan fiel a un único periódico debe de ser la consecuenc­ia de una coherencia en la que la memoria le ha servido para vencer cierto pudor a no parecer más vanidoso de lo que es y, al mismo tiempo, para dar las gracias a (casi) todos sus colegas y a todos (sin el casi) sus lectores.

La memoria de Joaquín Luna le sirve para dar las gracias a sus colegas y a sus lectores

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