Muere el jefe de los talibanes pakistaníes por un dron de EE.UU.
El mulá Fazlulah había ordenado matar a Malala, luego Nobel de la Paz
Fazlulah estaba acostumbrado a mirar al cielo, tanto por su condición de mulá como por haber trabajado en un telesilla, en su panorámico valle pakistaní de Swat. Pero anteayer nada pudo hacer para esquivar el mensaje inapelable que se le enviaba desde lo más alto, la víspera del final del Ramadán. El dron estadounidense que llevaba horas, si no días, vigilando su camioneta no erró el tiro. Como tampoco fallaron los proyectiles que en el 2013 y el 2009 liquidaron del mismo modo a sus predecesores en la jefatura del Movimiento Talibán de Pakistán (TTP).
Junto a Fazlulah, habrían muerto dos milicianos que le acompañaban, según el Ministerio de Defensa de Afganistán, país en cuyo distrito fronterizo de Kunar tuvo lugar el ataque. Cabe señalar que este se produjo estando en vigor una tregua de una semana ofrecida por el Gobierno de Kabul y que los talibanes afganos se avenían a respetar a partir de ayer, durante tres días. También dijo sumarse EE.UU., a cargo de las operaciones aéreas. Aunque el protegido de estos, el presidente Ashraf Gani, había advertido que las organizaciones terroristas quedaban excluidas de su gesto de buena voluntad.
Fazlulah reunía la rara condición de ser odiado a la vez por el establishment pakistaní y por el resto del mundo, al que conmocionó al dar la orden de asesinar a Malala Yusufzai. La niña, miembro de su misma tribu, se había distinguido por sus locuciones a favor de la educación femenina, que la BBC editaba en forma de blog. Varios tiros a bocajarro dejaron a la futura Nobel de la Paz al borde de la muerte.
Los talibanes pakistaníes serían finalmente expulsados de Swat, donde Fazlulah se había ganado el apelativo de Mulah Radio por su prédica de la sharia, acompañada de destrucción de escuelas y ejecuciones públicas.
Desde el exilio en Afganistán, Fazlulah se superó a sí mismo ordenando el asalto a una escuela de Peshawar para hijos de militares, con el resultado de ciento treinta estudiantes y veinte profesores muertos. Una sangría que marcó un antes y un después en Pakistán y sin la cual habría sido más difícil y más largo llegar a la integración a todos los efectos –hace apenas quince días– de las zonas tribales del país.
Cabe decir que EE.UU. ofrecía desde marzo una recompensa de cinco millones de dólares a quien ayudara a localizar al Mulá Fazlulah. Aunque cuesta imaginar que nadie en Kabul tuviera sus coordenadas. Hace poco más de un año, quien fuera portavoz del TTP, Ehsanullah Ehsan, fue capturado y su confesión –aunque sonsacada y editada por el ejército pakistaní– era demoledora. En ella acusaba a las agencias de espionaje de India y Afganistán de proponer y financiar los atentados de su milicia. En simétrica respuesta, por otro lado, al apoyo de la inteligencia pakistaní a la lucha armada en Cachemira o a los talibanes afganos.
La eliminación de Fazlulah, una semana antes de que los pakistaníes acudan a las urnas, es un regalo caído del cielo para Islamabad, que a su vez abre esperanzas en Afganistán.
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