La casa encantada de Nixon
La mansión del expresidente en Orange County lleva tres años a la venta pero nadie quiere comprarla
Decir la verdad nunca se le dio muy bien a Richard Nixon, ya fuera sobre el Watergate, la guerra de Vietnam, el apoyo a Pinochet o la financiación de la fabulosa mansión que compró en el Orange County de California, feudo de millonarios y republicanos, que era en realidad su hogar y donde comenzó su carrera como congresista. Tenía dos casas blancas, la del número 1400 de la avenida Pennsylvania de Washington, y la del número 4100 de la Calle Isabella (escrito así, en castellano) de San Clemente.
En la Casa Blanca de verdad hizo sus barrabasadas, que le obligaron a dimitir en 1974 para evitar un impeachment (el único presidente norteamericano que ha sufrido semejante humillación, a la espera de lo que pase con Trump). En la del oeste, que bautizó La Casa Pacífica, recibió al líder ruso Leonid Brézhnev y al presidente sudvietnamita Nguyen Van Thieu. Frank Sinatra y John Wayne, amiguetes suyos, eran invitados habituales. Y a Henry Kissinger le ofreció el cargo de secretario de Estado al borde de la piscina, tomándose una piña colada cada uno.
Cinco años después de la dimisión, Nixon se trasladó a Manhattan para estar más cerca de sus hijos, y vendió La Casa Pacífica a Gavin Herbert, ejecutivo retirado de la industria farmacéutica que había apoyado sus campañas políticas y lleva queriendo venderla desde el 2015. No lo consigue, dicen los agentes inmobiliarios, porque pide demasiado dinero. Y también, dicen los supersticiosos, porque entre sus paredes reside aún el fantasma del 37.º presidente de Estados Unidos.
Si Pablo Iglesias e Irene Montero han sido crucificados por la prensa de derechas por la compra de un chalet de 600.000 euros, el asunto es un juego de niños en comparación con las especulaciones inmobiliarias del protagonista del Watergate, para quien la Casa Blanca, ya fuera la de Washington o la de California, fue siempre su cortijo. Nacido en Yorba Linda, Orange County, siempre quiso tener ahí una gran mansión, e hizo realidad su sueño en 1969, nada más alcanzar la presidencia. En su momento declaró que había pagado por ella cien mil dólares y firmado una hipoteca por otros 240.000, pero posteriores investigaciones de un fiscal especial revelaron que la realidad era más turbia, y que amigos y socios políticos le pres-taron a interés nominal 450.000 dólares para que adquiriese la vivienda y sus terrenos, y al poco tiempo compraron otras 12.000 hectáreas adyacentes cuyo control dejaron en sus manos. No sólo eso, sino que utilizó indebidamente 66.000 dólares de dinero gubernamental para efectuar reformas que deberían haber corrido a su cargo.
Semejantes irregularidades pasaron casi desapercibidas en comparación con el Watergate, la madre de todos los escándalos políticos, incluso ahora. Pero parecen ser un factor a la hora de vender La Casa Pacífica, que hace tres años se puso en el mercado por 75 millones de dólares, se retiró posteriormente por falta de ofertas y ahora ha vuelto a salir por 63,5 millones, un descuento sustancial. La vivienda, en lo alto de un acantilado, es lo que en California se llama “de estilo español”, con arcos y tejado de tejas y unas vistas espectaculares al Pacífico, y se alquila a estudios de cine para el rodaje de películas. A sólo ocho kilómetros el expresidente pidió la mano de su esposa Pat en un viejo Oldsmobile. En ella Nixon pasaba temporadas de hasta un mes seguido, recibiendo a sus ministros, a los directores de la CIA y el Consejo Nacional de Seguridad, a los generales del Pentágono y a dignatarios extranjeros. Llegaba en helicóptero desde el aeropuerto de Los Ángeles o de Orange County, y el último tramo lo recorría en un carrito de golf. Los hoteles de los alrededores se llenaban de periodistas, guardaespaldas, agentes del servicio secreto y funcionarios, para desesperación de los turistas que querían visitar Disneylandia.
Al final, Nixon no cayó porque sus fontaneros entrasen en las oficinas del Partido Demócrata en el edificio Watergate, sino por negarlo, obstruir a la justicia y mentir al pueblo norteamericano. Pero su famosa confesión al periodista inglés David Frost no se grabó en La Casa Pacífica, sino en un anexo para invitados con mejor cobertura. Y menos historia.
Frank Sinatra y John Wayne iban mucho, y Kissinger recibió su nombramiento al borde de la piscina