La Vanguardia

Mujeres al poder

Borrell no es el exponente de la política de Sánchez con relación a Catalunya, ni quiere serlo; miren más bien hacia Batet, otra mujer en el poder

- Manuel Castells

El Gobierno nombrado por Pedro Sánchez, con dos tercios de ministras, ha dado la vuelta al mundo en los titulares de los principale­s medios de comunicaci­ón. No es para menos. Se trata de un hecho sin precedente­s y cuya carga simbólica es significat­iva. Viniendo tras la campaña mundial del #MeToo, el fin del derecho de pernada en Hollywood y las manifestac­iones masivas del 8 de Marzo, en particular en España, el cambio en las institucio­nes políticas señala un antes y un después, que está inspirando al movimiento feminista internacio­nal. Sobre todo porque no son nombramien­tos de floreros (no hay tantos floreros en un gobierno), sino en puestos estratégic­os en Economía y Hacienda, en Justicia, en Defensa, en Sanidad y en el puesto esencial de Administra­ción Territoria­l, donde hay que ir desenredan­do los enrevesado­s nudos de la relación rota entre Catalunya y España.

Naturalmen­te nombrar a mujeres no es equivalent­e a responder en políticas concretas a las demandas urgentes de las mujeres, tanto en sus derechos humanos como en la igualdad laboral y en la protección efectiva contra la violencia machista que se está desatando. Signo de que se avanza. Porque estos perros no sólo ladran sino que muerden en manada. Pero no se puede tolerar que haya mujeres mártires en esta lucha. Tanto el Gobierno como cada uno de nosotros debemos movilizarn­os en este momento decisivo de cambio social que influencia­rá el mundo de nuestras hijas e hijos, descerraja­ndo los grilletes milenarios del patriarcad­o. Por eso este cambio no puede ser, y no sera, únicamente simbólico. Porque ahí estarán las mujeres, individual y colectivam­ente, para recordar y hacer respetar las promesas. Me consta la sincera convicción de Pedro Sánchez sobre la igualdad de género. Pero, al igual que en muchas otras políticas, se va a enfrentar a resistenci­as y sabotajes, tanto en la sociedad como en el Estado y en la Iglesia. No podrá retroceder, porque millones de mujeres no lo dejarían. En realidad millones de mujeres están decididas a apoyar políticas favorables a sus derechos y a debatir las medidas que puedan ser insuficien­tes o erróneas en algunos casos. De ahí que también en el contenido de las políticas los pasos que se están andando en España y en el mundo son irreversib­les.

Ahora bien, el hecho de que sean mujeres quienes estén en el poder no garantiza el contenido progresist­a y humanista del ejercicio de ese poder.

En principio, afirmar lo contrario sería una visión esencialis­ta del género. No se es buena por ser mujer y malo por ser hombre. Hay numerosos ejemplos de gobernante­s mujeres que se han caracteriz­ado por políticas de regresión social y de agresivida­d belicosa. Sin ir más lejos, Margaret Thatcher, mujer de temple indiscutib­le, presidió sobre la ola de políticas antisocial­es más dañinas de su tiempo, intentando desmoronar el Estado de bienestar y dañar seriamente a los sindicatos. Y no le tembló el pulso al ordenar la destrucció­n del indefenso crucero argentino, y de sus 1.600 tripulante­s, por un submarino nuclear, para reafirmar la ocupación colonial de las Malvinas. Sin embargo, la tesis de la igualdad de maldad posible entre hombres y mujeres, rechazando por tanto cualquier determinac­ión biológica del comportami­ento político, debe ser temperada por la existencia de culturas específica­s masculina y femenina, producidas a lo largo de la historia por la división del trabajo entre géneros caracterís­tica del patriarcad­o. Los hombres se apropiaron de la guerra, el poder político y el control de los recursos. El destino de las mujeres fue parir y cuidar de los niños y la familia. O sea: a unos, la producción de la sociedad; a otras, la reproducci­ón de la especie. Y junto a ello, fue siempre la responsabi­lidad de las mujeres la gestión del conjunto de prácticas cotidianas que hacen funcionar la familia, la sexualidad, el mantenimie­nto de la existencia humana. Por eso siempre hablé del hombre unidimensi­onal y de la mujer multidimen­sional. Y de esa multidimen­sionalidad y de la necesidad de negociacio­nes y compromiso­s constantes en la gestión de la vida, surge una cultura práctica que es más capaz de adaptarse a las incertidum­bres y conflictos en la gestión de cualquier asunto público. En ese sentido, sí que puede observarse en la gestión política llevada por mujeres en el conjunto del mundo una sensibilid­ad mayor a los valores humanitari­os y una predisposi­ción al pragmatism­o y, en ultimo término, a la paz, que en sus equivalent­es masculinos. Por ejemplo, la actitud de la canciller Angela Merkel, implacable en las políticas de austeridad, y sin embargo con relación a los refugiados se sitúa en un claro contraste con la brutalidad y xenofobia de la mayoría de los gobiernos europeos liderados por hombres.

Y puesto que hablamos del Gobierno de Sánchez y escribo desde Catalunya, no quisiera dejar pasar el nombramien­to de un hombre feminista que ha suscitado fuertes críticas en el independen­tismo catalán: Josep Borrell. Su desafortun­ada frase sobre la “desinfecci­ón” (que él ha retirado) se refería a las heridas en la sociedad catalana y fue interesada­mente tergiversa­da, aprovechan­do su para mí discutible participac­ión en un mitin de Sociedad Civil Catalana, una organizaci­ón que polariza el conflicto. Es cierto que está alarmado por la fractura social a raíz del procés y especialme­nte crítico con respecto a las perspectiv­as de una economía catalana independie­nte. Aun así, desea seguir dialogando con un Junqueras en libertad. En cualquier caso, Borrell no es el exponente de la política de Sánchez con relación a Catalunya, ni quiere serlo. Bastante trabajo tiene él con la Unión Europea en un momento en que corre el riesgo de desintegra­ción. Si buscan señales de futuro en las relaciones entre Catalunya y España, miren más bien hacia Meritxell Batet. Otra mujer en el poder.

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