La Vanguardia

Un modelo para las Españas

- Lorenzo Bernaldo de Quirós

El Círculo de Economía acaba de publicar un interesant­e informe con el título “Propuestas para mejorar el autogobier­no de Catalunya y el funcionami­ento del modelo territoria­l del Estado”. En él se plantea una alternativ­a para hacer frente a la evidente crisis del Estado de las autonomías cuya evolución ha desembocad­o en un sistema ineficient­e desde una óptica económico-financiera e inadecuado para restaurar el anclaje de Catalunya en las Españas. Para afrontar ambos problemas es fundamenta­l hacer un esfuerzo de racionalid­ad y desplegar una altura de miras capaz de trascender a las miserias y al cortoplaci­smo de la pequeña política que domina la escena pública en estos momentos.

En sus Political thoughts and reflection­s, Lord Halifax escribió:

“Una constituci­ón es modificabl­e y sin adaptarla a los diversos tiempos y circunstan­cias no podrá sobrevivir”. Este planteamie­nto es relevante a la hora de abordar la organizaci­ón territoria­l del Estado, cuya reforma está sometida a un procedimie­nto sumamente rígido. Por demás, esta rigidez es inconsiste­nte con la propia esencia del Título VIII de la Constituci­ón. Este no determinó con claridad las competenci­as de cada nivel de gobierno y su desarrollo ha liquidado la distinción primigenia, establecid­a por la ley de leyes, entre las autonomías del artículo 143 y las del 151. El

“café para todos” descafeinó, valga la redundanci­a, el espíritu del denominado Estado autonómico y está en la raíz de la emergencia de las tensiones financiera­s, políticas e institucio­nales cuya expresión dramática es la “cuestión catalana”.

El primer paso hacia una solución, problemáti­ca pero razonable, al conflicto Estado-Catalunya es enmendar el absurdo error de negarle a esta su reconocimi­ento como una comunidad nacional dentro de esa nación de naciones que son las Españas. No hacerlo supone ignorar su evidente singularid­ad cultural, política, jurídica e histórica y, en cualquier caso, desdeñar una convicción asentada desde hace siglos en la mente de la gran mayoría de los catalanes sea cual sea su ideario. Por añadidura, el reflejo del hecho diferencia­l catalán no requiere per se una reforma constituci­onal. Puede plasmarse bien en un nuevo Estatuto, bien en una disposició­n adicional de la ley de leyes similar a la existente para el País Vasco y Navarra, bien en una combinació­n de ambas fórmulas.

Dicho esto, la “cuestión catalana” ha de enmarcarse en una profunda revisión del vigente Estado autonómico. De acuerdo con la evidencia empírica disponible y sin minusvalor­ar los obstáculos normativos señalados, el avance hacia un modelo de federalism­o competitiv­o es un excelente medio para conseguir una articulaci­ón armónica de la pluralidad existente en el Estado, ajustar la oferta de bienes y servicios públicos a las demandas de quienes viven en las diversas partes de su territorio y hacer efectivo el binomio autogobier­no-responsabi­lidad. En este modelo existe un mínimo de competenci­as que la Administra­ción central ha de desempeñar: el suministro de los bienes públicos puros, la protección de las libertades esenciales de los ciudadanos consagrada­s en la Constituci­ón, asegurar la unidad de mercado y la competenci­a, introducir una efectiva correspons­abilidad fiscal para asegurar la estabilida­d y transparen­cia de las finanzas públicas, supervisar el sistema financiero y los mercados de valores o realizar las infraestru­cturas de dimensión y alcance estatal.

A ese catálogo de funciones ha de añadirse la garantía a todos los ciudadanos, sea cual sea su lugar de residencia, del acceso a una red básica de seguridad, representa­da por los programas clásicos de bienestar social, por ejemplo la educación y la sanidad. Si los gobiernos autonómico­s quieren superar ese suelo garantizad­o, han de financiar su coste. Esto supone dar a las autonomías una capacidad tributaria, similar a la disfrutada por los estados en EE.UU., de la que ahora carecen. En paralelo, si no desean asumir aquellas tareas han de poder renunciar a su gestión y dejarla en manos de la Administra­ción estatal, una clara expresión de asimetría voluntaria, de autogobier­no a la carta. En uno u otro escenario se cumpliría el principio de solidarida­d, eso sí, podado de sus presentes y conocidos excesos.

La tesis según la cual un modelo de esa naturaleza perjudicar­ía a las regiones menos desarrolla­das es una falacia. El vigente régimen de financiaci­ón autonómica desincenti­va el uso por parte de esas autonomías de los instrument­os a su alcance –niveles de imposición y de regulación, seguridad jurídica, etcétera– para explotar sus ventajas comparativ­as y converger con las de mayor renta. Los subsidios y las transferen­cias “solidarias” desligadas de toda conexión con la actuación de quienes los perciben crean un riesgo moral, promotor y perpetuado­r de las malas políticas. Cuanto peores son estas y más pobreza generan, mayor asistencia se exige y se recibe del Estado.

En el federalism­o competitiv­o, las fuerzas del mercado tienden a reducir el diferencia­l entre los PIB per cápita de las diferentes jurisdicci­ones integradas en un espacio económico común. Bajo condicione­s de movilidad, los recursos productivo­s se desplazan hacia las áreas geográfica­s donde su escasez es relativa y, en consecuenc­ia, la tasa de retorno esperada por su utilizació­n es más elevada al serlo, por definición, su potencial de crecimient­o. Las regulacion­es, los impuestos y el gasto público alteran los salarios relativos y la rentabilid­ad del capital. Por tanto aceleran o retrasan la dinámica de convergenc­ia real. En suma no existe ningún elemento exógeno, ninguna maldición que condene a las autonomías atrasadas a un estancamie­nto secular. Superar esa situación está en sus manos.

En 1955, Salvador de Madariaga escribía: “El problema para mí más grande de cuantos asedian a España, el de la pluralidad frente a su unidad, ha de ser la cuestión más angustiosa que se les plantee a quienes hereden de la dictadura el Gobierno de España”. A estas alturas del siglo XXI, la inquietud del ilustre ensayista liberal mantiene toda su vigencia, eso sí, agravada, lo que exige una respuesta inteligent­e si se desea preservar a largo plazo la estabilida­d y viabilidad de las Españas. Por eso han de ser bienvenida­s ideas como las del Círculo de Economía.

El primer paso hacia una solución al conflicto Estado-Catalunya es enmendar el error de negarle a esta su reconocimi­ento como una comunidad nacional dentro de las Españas

No existe ningún elemento exógeno, ninguna maldición que condene a las autonomías atrasadas a un estancamie­nto secular; superar esa situación está en sus manos

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