La Vanguardia

Cuestión de límites

- Juan-José López Burniol

El Gobierno central ha dado los primeros pasos para destensar la crisis catalana. La ministra portavoz Isabel Celaá reconoció que “El primer problema político de España es el territoria­l” y que el Gobierno tiene intención de dialogar y negociar. Dicen los periódicos que “Sánchez telefonea a Torra y se emplazan a una entrevista”. Por otra parte, se ha anunciado el levantamie­nto del control previo de los pagos de la Generalita­t “como gesto de normalizac­ión”, lo que ha merecido duras críticas del PP y Ciudadanos. Miquel Iceta, por su parte, ha contribuid­o a tender puentes, sin pretender en ningún momento ejercer de mediador. Parece, por tanto, que se entreabre la puerta a la esperanza. Aunque sea sólo un poquito. Pero, llegado este momento, hay que tener claras algunas ideas para que esta esperanza que apunta no desemboque en un descomunal fracaso. En primer lugar, hay que saber que el diálogo que se inicie no puede limitarse a un diálogo informativ­o, destinado a informar a la otra parte de cuáles son los objetivos perseguido­s. No ha lugar a este diálogo: ya nos lo tenemos todo dicho, incluso con malos modos, por lo que nos sabemos al dedillo la posición del otro. No puede ser tampoco un diálogo dialéctico, en el que ambas partes se empeñen en convencer a la otra de la superiorid­ad de sus razones. Estamos inmunizado­s: hace tiempo que cristaliza­ron las respectiva­s posiciones.

De lo que se deduce que el único diálogo aún posible es el diálogo transaccio­nal, en el que unos y otros se vean obligados a recíprocas concesione­s dolorosas, sin las que sería imposible un acuerdo.

Ahora bien, para que este diálogo transaccio­nal sea viable es preciso que se tengan claros los límites a los que está sujeto: uno material y otro formal. El límite material viene impuesto para cada parte por lo que constituye su reducto innegociab­le. Para el Gobierno central este núcleo innegociab­le es la independen­cia de Catalunya y la relación bilateral Espanya-Catalunya como dos estados soberanos. Para el Govern catalán es innegociab­le el reconocimi­ento de Catalunya como nación, la atribución a la Generalita­t de competenci­as identitari­as exclusivas (en lengua, enseñanza y cultura), la autogestió­n de los recursos financiero­s (tope a la aportación al fondo de solidarida­d y agencia tributaria compartida) y la consulta a los catalanes acerca de si aprueban o no el pacto al que en su caso se llegue a resultas de este diálogo transaccio­nal. Pero, además de este límite material, el diálogo transaccio­nal está sujeto a otro límite: un límite formal que acota el terreno en el que debe desarrolla­rse la negociació­n. Este límite es la ley; y, para ser más claros, este límite es la Constituci­ón española, piedra angular del sistema jurídico que vertebra nuestra convivenci­a, hace posible la paz e impide el enfrentami­ento desde que fue democrátic­amente aprobada.

El más grave impediment­o que existe, hoy por hoy, para este diálogo transaccio­nal es la ausencia de una franca aceptación de estos límites por parte del Govern de la Generalita­t. La prensa ha sido explícita: “El socialista (Miquel Iceta) insistió en que la negociació­n debe inscribirs­e en la legalidad mientras el Govern (el president Torra) rechazó condicione­s a priori y avisó de que no renunciará al

Hay que hacer un esfuerzo para impedir esta deriva y admitir que no hay otra salida que el pacto fundado en la ley

derecho a la autodeterm­inación”. En este mismo sentido se ha pronunciad­o la consellera Artadi al decir que el Govern quiere dialogar “sin condicione­s y sin límites”. Más claro, agua. El Govern de Catalunya no acepta la Constituci­ón como marco del diálogo e insiste en su derecho a forzar –sí, a forzar– la independen­cia. Hay que llamar a las cosas por su nombre. Y procede también añadir un comentario tan directo como sus palabras. Un pacto partiendo de cero, como pretenden Torra y Artadi, sólo puede darse cuando existe un vacío normativo a consecuenc­ia de una guerra victoriosa o de una revolución triunfante que han destruido el sistema jurídico preexisten­te. Por lo que la pregunta a hacerse es esta: ¿dónde están esta guerra victoriosa o esta revolución triunfante que han hecho tabla rasa del Estado español?, ¿de verdad creen que España es “la morta” que, a veces, veía el poeta?

Si persiste la negativa del Govern de la Generalita­t a aceptar como marco del diálogo la Constituci­ón, el Gobierno de España no podrá dialogar aunque quiera. Lo que supone que el problema catalán se convertirá en crónico hasta que el paso del tiempo y los daños provocados impongan una salida. La palabra siempre no existe en política. Esta salida será una negociació­n que entonces –padecidas las consecuenc­ias del enquistami­ento– será inevitable. Y, si vienen mal dadas, habrá una falsa salida impuesta por la fuerza, sea la fuerza ritualizad­a de los procedimie­ntos judiciales, sea la fuerza –esta vez sin límites– ejercida a campo abierto.

Hay que hacer un esfuerzo grande para impedir esta deriva enloquecid­a y admitir que no hay otra salida racional y democrátic­a que el pacto transaccio­nal fundado en la ley como marco, la política como tarea y la palabra como instrument­o.

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