La Vanguardia

El Robinson de la Botticelli

- Màrius Serra

Sandro Botticelli es el artista renacentis­ta que asociamos a una Venus surfeando sobre una concha mientras se cubre los pechos con la mano derecha y el sexo con las puntas de una larguísima melena rojiza. Botticelli es, también, el nombre de una plaza hundida en mi barrio de Horta, que sobrevivió de modo increíble a la reforma del colector de Collserola y ahora es una rotonda en la parte alta del precioso y larguiruch­o parque de les Rieres. Muchos barcelones­es pasan fugazmente por ahí cuando transitan entre la Ronda de Dalt y el túnel de la Rovira. Si Paganini es el patrón de quien paga la cuenta de una comida y Pirandello remite a quien se las pira, Botticelli remite inevitable­mente al botellón, tal como corroboran los vecinos de la zona, habituados a aguantar raves. La plaza Botticelli es ideal para aislarse del mundo: un enorme patio de luces circular accesible por una larga rampa ajardinada. En horario diurno la frecuentan los amantes de la escalada, ya que las paredes perimetral­es se han transforma­do en rocódromos. Cuando Mercadona iba a instalarse en un inmueble vecino, proyectaro­n situar ahí el parking aprovechan­do la rampa. Buena parte de la juventud hortense se movilizó para defender su pervivenci­a con uñas y dientes, las uñas para reivindica­r el rocódromo y las dientes por el botellón. Se salieron con la suya, para gran consternac­ión de los vecinos más próximos, que se quedaron sin Mercadona. Desde entonces, Botticelli es un espacio connotado, y el CDR del barrio convocó (y consumó) los cortes de tráfico en la huelga general del pasado 8 de

Parcerisas reflexiona sobre este no-lugar: “En estos espacios olvidados veo las contradicc­iones de la vida moderna”

noviembre. Hay una insólita referencia a la plaza Botticelli en el último libro de Francesc Parcerisas, vecino de Horta desde hace casi dos décadas. Un estiu (Quaderns Crema) es un texto maravillos­o que transforma el sedentaris­mo de unas vacaciones de playa en una experienci­a digna del más apasionant­e de los viajes. Parcerisas, poeta laureado y traductor de Seamus Heany o J. R. R. Tolkien, integra, desde la playa de Vilanova, la lectura en la vida y viceversa, armado sólo con la “lubricidad de las palabras”. Las lecturas actúan de vasos comunicant­es con las observacio­nes, vivencias y reflexione­s. Por ejemplo, describe la rotonda hundida de Botticelli y explica la existencia de un Robinson que se instaló a principio del siglo XXI.

El hombre se hizo un espacio con una gran lona colgante y empalmó un cable a la luz. Tras la lona tenía cocina, colchón, mesa, silla... y delante un huerto. Parcerisas reflexiona sobre este no-lugar: “En estos espacios excedentes, olvidados —espacios con los que la ciudad no saben qué hacer—, veo todas las contradicc­iones de la vida moderna: el rechazo social, el control, la capacidad de adaptación, la fuerza de la iniciativa personal, la diferencia entre los ideales que impone la sociedad y la libertad y el empuje individual­es”. Haré cuanto esté en mi mano por saber más de este hortense fugaz, el Robinson de la Botticelli.

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