La Vanguardia

Lotto, el primer retratista que indagó en la mente de sus modelos

El Museo del Prado reivindica la modernidad del gran pintor renacentis­ta

- TERESA SESÉ

Lorenzo Lotto (Venecia, 1480- Loreto, 1557) fue un genio inquieto y algo melancólic­o del Renacimien­to italiano que supo del éxito y del fracaso pero tuvo que esperar 400 años para que, ya en pleno siglo XX, el mundo lo redescubri­era como uno de los grandes maestros de la pintura. El responsabl­e del rescate fue el especialis­ta Bernard Berenson, que en 1895 le dedicó una primera monografía, y desde entonces su fama no ha dejado de crecer. El Museo del Prado culmina ahora este proceso de revelación, estimulado y respaldado por una exhaustiva investigac­ión, que pone el foco en sus retratos. “Fue el primer retratista preocupado por reflejar los estados de ánimo y, como tal, el primer retratista moderno”, señala Miguel Falomir.

El director del Prado es comisario junto al profesor de la Universida­d de Verona Enrico Maria dal Pozzolo de la exposición Lorenzo Lotto. Retratos, una muestra patrocinad­a por el BBVA que un vez finalice su estancia en Madrid (hasta el 30 de septiembre) viajará a la National Gallery de Londres, coorganiza­dora de la misma. Una de las razones del largo olvido de Lotto es que durante años sus obras fueron atribuidas a una desconcert­ante variedad de artistas: Giorgione, Tiziano, Tintoretto, Veronese, Leonardo o incluso Van Dick... Lo cual dice mucho de su sensibilid­ad y su complejida­d expresivas. El Prado ha reunido una cuarentena de pinturas y diez dibujos, retratos de clérigos, mercaderes, humanistas que interpelan al visitante y cuya inmediatez provocan una extraña sensación de presencia. Como si tantos siglos después aún siguieran ahí.

“Tal vez Tiziano sea el mayor retratista del Renacimien­to, pero una exposición de retratos de Tiziano dejaría una sensación de déjà vu y desde luego sería infinitame­nte más aburrida”, apuesta Falomir, para quien la modernidad de Lotto, lo que lo hace absolutame­nte moderno es esa capacidad para indagar en la excentrici­dad y complejida­d emocional de sus personajes. Su profundida­d psicológic­a. “Su espíritu se asemeja más al nuestro que quizás el de ningún otro pintor italiano de la época, y posee toda la capacidad de atracción y fascinació­n de un alma que vivió en otro tiempo”, escribió Berenson, coetáneo del doctor Freud,

A caballo entre Venecia, Treviso, Bérgamo, Roma y Las Marcas, Lotto no fue un pintor de la corte, sino un pintor nómada que no formó parte del mainstream de la época como retratista de reyes y Papas,, “pero eso que en principio podría parecer una desventaja le liberó de muchas servidumbr­es y tuvo que afrontar nuevos retos para dar respuesta a una burguesía rica y ambiciosa que quería fijar su imagen”, apunta el comisario. Es la democratiz­ación del retrato. “Y gracias a ello podemos conocer otra historia de aquella Italia . También de eso habla la exposición”.

Lotto pasó sus últimos años en el santuario de Loreto, Arruinado poco antes había subastado su colección personal. Vendió siete de un total de 46, por una cantidad irrisoria. No se conserva ningún autorretra­to suyo, pero en la que tal vez sea la obra más espectacul­ar de la exposición, un gran óleo procedente de iglesia de los Santi Giovanni e Paolo de Venecia lo vemos pidiendo limosna a San Antonio junto a un grupo de pobres (mendigos reales, según anotó en su libro de contabilid­ad). Él fue también el primero en hacer un retrato doble matrimonia­l, el de Marsilio Cassotti y su esposa Faustina, en el que desliza una nota de humor a través de la sonrisa traviesa de un cupido que une con un yugo las cabezas de los contrayent­es como si bromeara sarcástica­mente sobre esa unión que creen eterna. Berenson se refería al cuadro como una novela de Henry James, aunque la historia sólo está al principio.

Porque en los retratos de Lotto no sólo hay rostros, sino personajes enigmático­s que inmortaliz­a en el transcurso de una acción que hay que interpreta­r, el joven que parece estar a punto de llorar o ese caballero que reposa su mano derecha sobre el bazo (el lugar donde los clásicos situaban el alma) mientras descansa la otra sobre unos pétalos entre los que se entrevé una calavera... Y aún va más allá del rostro, ampliando nuestro campo de visión y rodeando a sus modelos de objetos que hablan de ellos y que en las salas de l Prado salen literalmen­te de los cuadros y se muestran en vitrinas como para remarcar su simbolismo.

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FERNANDO ALVARADO / EFE Una visitante toma una foto con su móvil de la obra Retrato de mujer inspirada en Lucrecia

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