La Vanguardia

La directora de porno que se enamoró de Barcelona

HARTA DE VER QUE LA INDUSTRIA IGNORABA EL PLACER DE LAS MUJERES, ESTA CREADORA QUISO DEMOSTRAR QUE ERA POSIBLE UNA PORNOGRAFÍ­A VISUALMENT­E BELLA, FEMINISTA Y RESPETUOSA

- PERE SOLÀ I GIMFERRER

Pablo llevaba a su hija al colegio en la Vila Olímpica cuando la madre de otro alumno le preguntó a qué se dedicaban él y su mujer. Dijo que tenían una productora, sin dar más detalles. Pero la mujer quería saber exactament­e lo que hacían. “Hacemos cine erótico”, respondió. No hubo mirada de desaprobac­ión, sólo curiosidad por saber si sus produccion­es se parecían a las de Erika Lust. “Es que mi mujer es Erika Lust”, dijo Pablo. Esta era la entrada de una de las directoras de cine porno más influyente­s en la escuela de sus dos hijas. Nada de letras escarlatas en la frente, sino absoluta normalidad. “Esa madre me ayudó mucho porque me presentaba al resto de padres con mucho entusiasmo”, recuerda la directora desde su despacho en el Born.

Una no pasa de un día para otro de licenciada en Ciencias Políticas en la Universida­d de Lund a directora estrella e icono feminista. Su vida es la historia de una mujer determinad­a que en un momento dado se dio cuenta de que le interesaba la sexualidad femenina y de que el placer de las mujeres estaba ausente en los vídeos que corrían por internet. “En los sesenta y los setenta se hacían cosas muy interesant­es como Behind the green door. Se profundiza­ba en los personajes y se notaba que las personas que estaban detrás de las cámaras eran creadores”, explica en su despacho rodeada de fotografía­s sensuales, incluyendo un primer plano de Angelina Jolie. Pero en los ochenta y los noventa, con la aparición del vídeo, esta pátina artística desapareci­ó en las produccion­es más comerciale­s: “Los hombres que tenían clubs de striptease compraban cámaras para hacer dinero fácil y no les importaba ni el cine, ni el sexo, ni las actrices, ni si sus produccion­es eran éticas”. Con la llegada del nuevo milenio se democratiz­aría el audiovisua­l. Con una cámara y un ordenador se podía experiment­ar al margen de la industria más mainstream.

Erika, que nació en Estocolmo en 1977 con el apellido Hallqvist, es hija de este indie porn, en el que se adentró casi por casualidad. Se había enamorado de Barcelona en 1997 cuando llegó con un autobús desde Copenhague (“entonces no existían los low-cost y mi beca no daba para un vuelo”). Como le encantaba pasar periodos de tiempo en la ciudad y era complicado encontrar trabajos de ciencias políticas sin saber catalán, sus amigos le ofrecían trabajillo­s en el audiovisua­l. Preparaba cafés y llevaba el coche (”una vez llevé a Henry Thomas, el niño de ET”) mientras estudiaba y aprendía la profesión. Y, cuando fue el momento de dirigir un corto, se dio cuenta de que quería explorar su visión del sexo.

Con su proyecto actual, XConfessio­ns, explora las fantasías que proponen sus seguidores con unos objetivos claros (también hay una versión soft en forma de webserie para presentar su visión del cine para adultos a las personas menos cercanas al género). Harta de ver películas donde las mujeres estaban allí sólo para satisfacer a los hombres y sin ninguna belleza visual, ella explora el placer femenino, sin violencia y asegurándo­se de que los valores de las produccion­es son positivos tanto delante como detrás de la cámara. No contrata a actores o actrices que tienen problemas a la hora de trabajar con actores de otro color (algo que se considera normal en EE.UU.) o con el colectivo LGBT. Le resulta importante por sus ideales y porque la pornografí­a es una herramient­a educativa: “Tiene la capacidad de informarno­s, inspirarno­s y de ayudarnos a encontrar nuestra propia sexualidad y entender la de los demás, por esto siento la responsabi­lidad de mostrar un sexo sincero, realista y con respeto”.

Confiesa que no ha tenido problemas por su profesión, pero sí por sus ideales: “Me han criticado mucho más por decir que soy feminista que por hacer porno. Me invitaban a radios y teles y me encontraba a machos que se metían conmigo, que me llamaban feminazi”. Pero esta visión le ha permitido diferencia­rse y expandirse con la ayuda de Pablo Dobner, su marido y socio, experto en marketing, que ha organizado el negocio y ha sabido perfilar la marca y captar las inercias del consumo con Barcelona como centro de operacione­s.

Es aquí donde intenta rodar sus produccion­es al mismo tiempo que ve como cambia la ciudad (“en la Vila Olímpica se nota mucho la proliferac­ión de pisos turísticos”) y cría a sus hijas de 7 y 10 años. Ellas saben que su madre rueda “cortometra­jes eróticos donde la gente está desnuda”. No es tabú. También saben que Erika las puede ayudar con los deberes de matemática­s, inglés y castellano, pero no los de catalán (“¡son ellas las que me lo enseñan a mí!”). Y, hablando de la escuela, está convencida de que tendrá noticias en breve de los padres y las madres de los alumnos: “Si se publica esta entrevista, seguro que me escriben para decirme que la han visto”.

En la escuela de sus hijas llevan con absoluta normalidad su trabajo; algunas ya lo conocían

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. Erika Lust dirige en estos momento una empresa con 20 trabajador­es, la mayoría mujeres

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