“El sur puede enseñar al norte cómo reusar y llevar una vida más simple”
En Brasil existe un término que define la especial habilidad que tienen sus habitantes más pobres para aprovechar materiales insólitos y crear o reparar con ellos todo tipo de artefactos. Es la gambiarra, maña para buscarse la vida que compensa carencias materiales. La gambiarra explica también el trabajo de dos de los diseñadores más vanguardistas de Brasil y reconocidos internacionalmente, Humberto (1951) y Fernando (1961) Campana. El mayor de ellos, Humberto, leyó, el pasado 5 de junio, el discurso de apertura de la Barcelona Design Week, coorganizada, por primera vez, por el Foment de les Arts y el Disseny (FAD) y la fundación Barcelona Centre de Disseny (BCD). Nadie mejor para abrir una edición que, bajo el lema Revalorar,
ha reflexionado sobre la manera de consumir y producir y cómo concebir diseños que realmente reviertan en el entorno y aporten servicio a la sociedad. El objetivo es alcanzar un futuro sostenible.
¿Cómo están los ánimos en su país, Brasil?
Sin esperanza. Estamos en medio de dos fuerzas fanáticas. La clase media pide honestidad, alguien competente, técnico, no político. Los políticos en Brasil trabajan para sus bolsillos, no a favor de la población. La esperanza reside en la gente joven no fanatizada. Ahora estamos entre los izquierdistas que son como los de Maduro en Venezuela o la ultraderecha que está contra los gays, contra el aborto…
Hace ocho años me comentó que veía los Juegos Olímpicos de Brasil del 2016 como una oportunidad para mejorar la seguridad y la educación...
Pero no han servido para nada de nada. En Barcelona mejoraron la ciudad y crearon unos espacios que aún se mantienen. En Brasil mucho de lo que se construyó está abandonado o ni se llegó a usar. Ni siquiera se hizo el metro hasta uno de los estadios. Tampoco se descontaminó la bahía de Guanabara. Fue una oportunidad perdida.
¿Sigue pensando que las crisis son una oportunidad?
Brasil siempre ha estado en crisis, y además de crisis ahora hay mucha tristeza. Pero hay una esperanza, en el caso Lava Jato algunos políticos están acabando en la cárcel y esto nunca ha pasado en la historia de Brasil. Siempre se ha podido robar con impunidad, pero ahora los jueces están actuando contra la gente que está en el poder. Brasil no es sólo fútbol, samba y mujeres, es también un país con conciencia, donde la población reclama sus derechos.
¿Su trabajo como diseñador se ha vuelto más serio?
He madurado. Soy menos naif, y mi trabajo es más consciente. Cuando proyectamos la silla Favela, no sabíamos la dimensión de ese proyecto. Se podía pensar que nos aprovechamos de la estética del fenómeno de la pobreza, pero hoy estamos tratando de actuar respecto a la parte menos privilegiada de la sociedad. Nuestro trabajo ahora es mucho más consciente del rol respecto a los que tienen menos privilegios.
¿No es un contrasentido usar materiales baratos, casi encontrados en la calle, para producir piezas carísimas?
También hacemos diseños democráticos. El año pasado lanzamos una línea para una empresa brasileña, Tok&Stok. Es cierto que el 80% de nuestra producción son ediciones limitadas, pero también que el 80% de lo que producimos lo manufacturan mujeres de presidiarios que viven en favelas. Compramos localmente los materiales.
Combinar lujo y miseria...
No es un pecado trabajar para el mercado del lujo, siempre y cuando detrás de cada pieza haya un significado. Es un desafío enorme ser ético. Queremos mantenernos fieles a
nuestra filosofía independientemente de las empresas con las que trabajemos. Y trabajar con la élite permite invertir en otras áreas. Se trata de crear un objeto sin sentirme culpable de haberlo construido.
¿En qué consiste esa ética?
Queremos que nuestro trabajo tenga un retorno en Brasil, donde falta inversión en educación. Tenemos una pequeña escuela para reivindicar la artesanía y conservar tradiciones que están desapareciendo. Los que tenemos privilegios, debemos ayudar a las comunidades y a los jóvenes menos privilegiados.
¿Cómo atraer a los jóvenes?
Brasil tiene muchas carencias y el gran desafío es seducir a los jóvenes, mostrarles un universo menos claustrofóbico. Trabajo en las favelas con niños y jóvenes de 8 a 13 años. El primer día les pregunté qué querían ser de mayores, me dijeron que traficantes de droga. Son los ejemplos que tienen, el padre traficante, la madre prostituta, han sufrido abusos... Los primeros objetos que construyeron con plástico y cartones, los materiales que tienen a mano, fueron armas… No saben que existen buenos modelos. Es un trabajo constante, ese es el desafío.
Tiene en mente también un museo.
Queremos hacer un pequeño museo en nuestro taller del barrio Santa Cecilia, en São Paulo, porque tenemos un acervo muy grande de 34 años de trabajo. Queremos reunir todas las piezas.
¿Cómo surge la primera idea de un proyecto?
Mis proyectos siempre nacen de un material. Adoro los materiales. Es como un personaje que debe ser transformado. A veces me paso dos años viendo uno que he colocado delante de mi mesa y le digo que me fascina pero no sé qué quiero de él, dialogo con ellos, y un día ¡paf!, de pronto tengo una sensación.
¿Algún material nuevo que le haya seducido?
Vamos a hacer una exposición en el consulado de Portugal en São Paulo con corcho. Es fantástico, es reciclable, ecológico, las plantaciones de esta corteza necesitan de otras plantas para crecer... Y me gusta mucho fotografiar lugares que visito y convertirlos en un material.
¿Qué material representaría a Barcelona?
La piedra. Tiene montañas y su arquitectura está muy conectada con la piedra.
¿Es usted más pasional que racional?
Me conecto con las cosas con el corazón y con el estómago. Soy un híbrido de artista y diseñador. Crear
me mantiene Cuando equilibrado creo se disipa mentalmente. momentáneamente el caos.
¿La globalización difumina las diferencias creativas entre los países? Ese es el peligro, perder la identidad local. La suerte es que Brasil tiene una dimensión continental. Hay muchas tradiciones, paisajes y climas y tenemos la suerte de tener una mezcla de europeos, africanos, orientales... En Latinoamérica hay una riqueza latente que no ha sido tan explotada y esa es nuestra suerte. El sur tiene muchas cosas que ofrecer al norte. Sabemos cómo reusar y llevar una vida más simple, igual que África. Europa es previsible. Brasil cada día es una novela.
¿Cómo tiene que ser un diseño para ser bueno?
Adoro la belleza, unir belleza con materiales políticamente correctos para velar por el futuro. Sería la suma de estética, materiales y futuro. Futuro aunque se trabaje con tradiciones antiguas.
¿La belleza está por encima de la función?
Lo ideal es unir los dos conceptos y conseguir algo que emocione y que mejore con el paso del tiempo… Lo importante es registrar el momento que genera una emoción, después lo maduro y mejoro. Por eso hago fotos de lo que me afecta.
¿Qué tiene la silla como objeto que todos los diseñadores tienen que hacer una? Es porque tiene algo de erótica, por el contacto con el cuerpo. Sensualidad, erotismo.
¿Cuál es su diseño favorito?
Mi autorretrato es la estantería Cabana. Representa mis sueños infantiles, cuando quería ser un indio del Amazonas. De niño no usaba zapatos y hacía casas en los árboles. Tengo mucho cariño a esa pieza por mis recuerdos de infancia.
Es usted un apasionado de la naturaleza.
Tengo una hacienda a 6 km de la ciudad de Brotas, donde nací, y estoy levantando pabellones verdes, un diseño en crecimiento, como los que he hecho de bambú. Siento una gran pasión por la botánica. Mi pareja y yo hemos plantado 15.000 árboles autóctonos porque en el interior del estado de São Paulo se priorizan los monocultivos de caña de azúcar, de naranjas, y yo quiero preservar la diversidad, como mi padre, que era agrónomo. Mi idea es convertirlo en un pequeño parque en que la gente sienta bienestar.
¿Cómo se ve en el futuro?
Tengo 67 años y quiero ser jardinero, adoro ver crecer los árboles, eso me mantiene sin estrés.