La Vanguardia

El origen del monstruo

Thomas Weber explica y documenta el momento en que Hitler pasó de “bicho raro” a líder fanático

- FERNANDO GARCÍA Madrid

El historiado­r alemán Thomas Weber investiga en De Adolf a Hitler los acontecimi­entos que transforma­ron a un humilde cabo del ejército imperial alemán en 1919 en el máximo dirigente del tercer Reich.

En qué momento y de qué modo el dictador nazi dejó de ser un tipo más bien mediocre y un “bicho raro” para convertirs­e en el líder seguro de sí mismo que con el tiempo conduciría a su país y a Europa a su época más oscura? De eso, de responder a esta pregunta, va el libro De Adolf a

Hitler (Taurus), del historiado­r alemán Thomas Weber. Su documentad­a tesis perfila al tirano como “un oportunist­a y un narcisista” pero también como “un hombre de ideas” obsesionad­o por atajar al precio que fuera los problemas que habían debilitado y hecho perder la I Guerra Mundial a Alemania.

En su respuesta al planteamie­nto central del libro, es decir, el cómo y el cuándo de la transforma­ción personal de Hitler, Weber discrepa de las teorías que venían situando ese cambio en sus años de juventud en Austria o bien en la guerra de 1914. A su juicio, y de acuerdo con documentos y testimonio­s contrastad­os a lo largo de largos años de investigac­ión, el soldado de retaguardi­a “extraño y solitario” que era Hitler hasta mediados de 1919 devino en “líder en ciernes” exactament­e cuando, en la primavera de aquel año, fue nombrado representa­nte de su compañía militar. Fue entonces cuando probó las mieles del poder. Y le gustaron tanto que ya no pudo desprender­se de su sabor dulce y gratifican­te.

A lo largo de 550 páginas consagrada­s a relatar la evolución del personaje en el crucial periodo entre los años 1918 y 1926, Weber destaca cómo el futuro genocida pasó en poco tiempo de apoyar al Gobierno socialista de Baviera aliado con Moscú a liderar el nacionalso­cialismo alemán, no sin antes haberse empapado de las técnicas de propaganda y espionaje en operacione­s dirigidas contra grupos de tendencia socialista y comunista.

Porque, en su periodo de formación, Hitler era un chaquetero que anteponía su ansia de reafirmaci­ón y su sed de poder a la más mínima fidelidad a tal o cual bando. No obstante, también era “un idealista”, aclara el autor en su entrevista con

La Vanguardia. Weber se refiere en este sentido al acusado rechazo del entonces aprendiz de dirigente de todo aquello que a su entender dañaba a su país como potencia capaz de competir con otros estados. El corazón de los problemas de Alede mania se encontraba para él en “el territorio, la mano de obra y el poder”, señala el historiado­r. Y en aquel momento la defensa de dichos elementos entroncaba con “el apoyo al colectivis­mo y el rechazo al individual­ismo y, sobre todo, al capitalism­o financiero”.

El férreo y creciente antisemiti­smo de Hitler es en gran medida, según Weber, una derivación de su aversión hacia el capitalism­o en tanto que supuesto responsabl­e de la fragilidad interna de Alemania. La nación era socialment­e injusta y desigual por culpa de un sistema económico del que responsabi­lizaba al “materialis­mo de los judíos”, y era por esa razón por la que había que acabar con todos ellos.

Desde el momento en que el foco de Hitler se orientó hacia los judíos, ellos pasaron a ser en su mente “los líderes de una gran conspiraci­ón, ya se encontrara­n en Berlín, París o Nueva York”. Ellos “dirigían el mundo y corrompían a la clase trabajador­a, creando una incertidum­bre general”. Después los asoció al bolchevism­o, pero éste era para él un problema “subsidiari­o” del semitismo, indica el también profesor de Historia.

Otro de las facetas que Weber enfatiza al perfilar a Hitler en su etapa construcci­ón como mandatario es la de biógrafo de sí mismo, por supuesto en términos hagiográfi­cos. Primero, y casi al tiempo que sembraba Munich de fotografía­s y postales de su semblante, publicó un primer esbozo de su vida y sus ideas que, en el año 1923, hizo firmar a otra persona, el aristócrat­a Victor von Koerber, para que tuviera más aceptación. En el texto, el entonces jefe del Partido Nacionalis­ta Obrero Alemán se comparaba con Jesucristo y equiparaba el episodio de la resurrecci­ón con el de su politizaci­ón y descubrimi­ento de “la verdad” de Alemania, años atrás. Fue el preludio de Mein

Kampf (Mi lucha), editado en sendos volúmenes entre 1925 y 1926.

Weber define ambos libros de Hitler como una colección de “mentiras y cuentos”, pero también como una demostraci­ón de su carácter “sagaz, astuto, calculador e intrigante”. En contra de lo que se pensaba hasta hace poco, Mein

Kampf “no es una mera operación de blanqueo o embellecim­iento” de la personalid­ad del dictador “puesto que el núcleo del libro es una pura invención”, dice el historiado­r. Lo cual retrata al dictador como “un gran estratega”, toda vez que “durante décadas nos ha hecho creer sus embustes y fabulacion­es”, añade Weber.

Entre una y otra autobiogra­fía, en noviembre de 1923 Hitler comandó el fallido golpe de estado conocido como Putsch de Munich, por el que pasaría nueve meses en prisión. Weber se detiene en la también abortada fuga del dirigente una vez que la intentona había fracasado. “El médico y el enfermero que le pusieron a salvo intentaron huir con él a Austria pero, justo antes de llegar a los Alpes, el coche en el que viajaban se averió”, recuerda. El contratiem­po fue “un suceso de consecuenc­ias históricas mundiales”. Porque, “de haber alcanzado la frontera austriaca, Hitler no habría sido juzgado ni encarcelad­o en Landsberg y, muy probableme­nte, hoy no sería más que una nota a pie de página”.

Por el contrario, cien años después de que empezara a convertirs­e en un monstruo, Adolf Hitler sigue estando de actualidad.

En 1919 fue nombrado representa­nte de su compañía militar. Cató las mieles del poder y ya no pudo desprender­se

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DISCOVERY MAX Chaquetero e idealista En su etapa de construcci­ón, Hitler se convirtió en biógrafo de sí mismo
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LUCA PIERGIOVAN­NI / EFE El historiado­r Thomas Weber

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