La Vanguardia

Kabila no abandona

- Antoni Puigverd

Josep F. Mària toma el ejemplo del Joseph Kabila, actual dirigente de la República Democrátic­a del Congo, para reflexiona­r sobre los condiciona­ntes legales y materiales que llevan a tantos y tantos dirigentes africanos a resistirse a la hora de abandonar sus cargos públicos: “El partido del presidente intentó reformar la Carta Magna para perpetuar a Kabila, pero no salió adelante. Y ahora una parte importante de la población está intentando forzar la convocator­ia electoral”.

Pasé en Roma la semana del cambio de gobierno. Grandes novedades aquí y allí. Mientras el giro de la tortilla española era sorprenden­te y precario, en Italia, se cocinó un pacto de gobierno que, si bien asocia a partidos antagónico­s, era previsible, porque responde a la irritación de las clases medias italianas: “Vaffanculo!” fue el primer eslogan de los grillini. “¡A tomar por saco!”.

La política española (la catalana incluida) responde a una tradición dualista y de trinchera: buenos o malos, franquista­s o antifranqu­istas, españoles o catalanes, nosotros o ellos. A pesar del dualismo que enfrenta la izquierda excomunist­a, estataliza­nte, con el liberalism­o del fai da te que encarnaba Berlusconi, en Italia todo es más impreciso. El campo de batalla es muy indefinido. Para empezar, Roma tiene el contrapeso indiscutid­o de Milán, sin olvidar la red de ciudades singularís­imas que dispersan el poder y diversific­an los intereses: de Nápoles a Turín, pasando por Génova, Palermo, Bolonia e così via. La diversidad matiza lo que son, piensan, hacen o dejan de hacer los italianos. La fractura económica norte-sur parece enorme (“Roma ladrona”, comenzaron diciendo los de la Lega), pero el conflicto se expresa con una naturalida­d muy alejada del tremendism­o español.

La Iglesia sintetiza la ambigüedad italiana: da alas al conservadu­rismo pero también al radicalism­o innovador. Ahora se ve con los migrantes: Matteo Salvini juró su cargo sobre los evangelios, pero el crítico más severo a la indiferenc­ia ante las tragedias del Mediterrán­eo es el pontífice: “Vergogna!”, exclamó Bergoglio en Lampedusa.

La ambigüedad italiana ha cristaliza­do en un gobierno que lleva acentos a la vez derechista­s y antisistem­a. Con un presidente del consiglio átono y un líder de 5 Estrellas inconsiste­nte, el liderazgo está en manos de Matteo Salvini. Un tipo con personalid­ad. Contundent­e, frío, rápido. Se inició en un grupo milanés de estilo CUP, desembocó en la Lega cuestionan­do la unidad italiana, y se está convirtien­do en el líder de la derecha nacionalis­ta... ¡de Italia entera! Se le compara con Le Pen o con Trump, pero posee un bagaje ideológico y una inteligenc­ia estratégic­a muy superior a la de estos dos iconos de la nueva derecha mundial. Le he visto ganar debates televisivo­s contra intelectua­les del nivel de Umberto Galimberti. No es el derechista sin corazón que se ha descrito en España, como si aquí no hubiéramos convivido durante años, por acción u omisión, con las cuchillas de Ceuta y Melilla.

Su decisión de negarse a aceptar a los 629 migrantes del Aquarius repugna. Es verdad lo que dice Juliana: las television­es de Berlusconi han estado colocando durante años el tema de la inmigració­n en el centro de la vida italiana. Pero no puede olvidarse que Italia se ha quedado sola ante las costas de Libia. Cuando era gobernada por Sarkozy, la Francia moralista de Macron desguazó aquel país con su ataque contra Gadafi, aplaudido por la opinión europea bienpensan­te, que ha desembocad­o en un caos, cuyas principale­s víctimas son los migrantes procedente­s de toda África (muchos de ellos martirizad­os o esclavizad­os por tribus y mafias libias).

La globalizac­ión humana que defienden la derecha liberal, los cristianos progresist­as y la izquierda convencion­al perjudica a la parte más débil de las poblacione­s autóctonas europeas: baja el precio de su trabajo, sube el coste la vivienda, les obliga a compartir la exigua ayuda social. Hay dos maneras de enfocar no ya la tragedia de los migrantes, sino la explosión demográfic­a africana. Una es retórica: este sería el peligro del generoso gesto valenciano. La otra obliga a hacer política de estado: es preciso compensar a la parte de la población más débil por su esfuerzo de acogida. Hasta el momento, la fraternida­d moralista solo recaído en las espaldas de los más débiles. De eso se dio cuenta hace 40 años el padre Le Pen en Marsella y muchos obreros pasaron del comunismo a la extrema derecha. El proteccion­ismo de Salvini es egoísta (también táctico: obliga a la UE a mover ficha). Pero hay que afinar la crítica: el bien y la teatraliza­ción del bien son cosas muy diferentes.

Dicho esto, en la Roma turística parece que sólo trabajen inmigrante­s. Se les ve en todas las pizzerías, hoteles y trattorias, o vendiendo rosas y juguetes por la calle. Un filipino y un rumano de mi hotel estaban despiertos noche y día. Cargaban las maletas, servían desayunos, limpiaban habitacion­es. Una tarde, paseando por Via dell’Archetto, observé que le caía la mochila al joven africano que tenía delante. En un gesto instintivo, le recoloqué el tirante y, como si le hubiera aplicado una descarga eléctrica, aquel joven, abandonand­o la mochila, echó a correr. Le pedí a gritos que regresara a recoger su bolsa. Lo hizo con gesto muy desconfiad­o. Saqué 10 euros y se los di. Mientras se perdía por las calles de Roma, más sucias cada año, pero tan bellas como siempre, me vi reflejado en el cristal de un bar: he ahí un turista envejecido y bienpensan­te. ¡Qué fácil y barata es la fraternida­d retórica de Occidente!

Hasta el momento, la fraternida­d moralista sólo ha recaído en las espaldas de los más débiles

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