La caja de las sorpresas
El Gobierno de Sánchez va a jugar con los golpes de efecto para conquistar a la opinión pública y evitar que su paso por la Moncloa sea un mero paréntesis. Y su política en Catalunya será audaz para evitar los errores del quietismo del PP
Pedro Sánchez ha llegado a la Moncloa después de haber sido enterrado en dos ocasiones. En una revivió por la voluntad de las bases del PSOE, y en la segunda por los errores de sus adversarios, que le permitieron aprovechar una mínima oportunidad. Hay que ponerse en la piel del nuevo presidente del Gobierno, que en dos ocasiones ha arriesgado al todo o nada y en ambas ocasiones ha ganado. Con este precedente, ¿hay alguien que piense que ahora va a adoptar una estrategia conservadora y timorata para mantenerse en el poder? Como avanzó como primer gran mensaje institucional su hombre fuerte en la Moncloa, Iván Redondo, Sánchez va a dar muchas sorpresas. Nada que ver con su antecesor, Mariano Rajoy, que prefería que el tiempo solucionase muchos de los problemas que tenía sobre la mesa.
Bienvenidos, pues, a un tiempo de tsunamis. Sánchez tiene que aprovechar los dos años que le quedan de legislatura, siempre que sea capaz de mantenerse en el poder con 85 diputados, para convencer a la opinión pública española que no va a ser un paréntesis en la historia y, sobre todo, para ganar claramente las próximas elecciones generales. Su hoja de ruta será aguantar hasta el bloque de municipales, autonómicas y europeas de junio, y en caso de que obtenga un buen resultado, convocar las legislativas. Para ello no va a dudar en tomar decisiones populistas, siempre marcadas por ese punto de riesgo que le caracteriza. La decisión de aceptar la llegada del Aquarius es sólo una muestra del nuevo estilo. Sánchez seguramente irá más allá de lo que hizo Zapatero y hará gestos que gustarán a la izquierda más radical, pero también tomará decisiones que no serán compartidas por esta. En el primer capítulo den por seguro que afrontará el traslado de los restos de Francisco Franco del Valle de los Caídos, la retirada de la medalla al policía González Pacheco (Billy el Niño) o una política más contundente sobre los desaparecidos del franquismo. En relación a las políticas sociales, donde Zapatero tuvo su momento de gloria con el reconocimiento del matrimonio homosexual, Sánchez va a apostarlo todo en el terreno de la igualdad y así promulgará la ley para derribar la brecha salarial entre ambos sexos. Pero habrá muchas más iniciativas. La instrucción clara del nuevo Gobierno es que tiene que dejar una huella evidente en este campo.
¿Y Catalunya? Seguro que en esta carpeta también veremos golpes de efecto, aunque no en una primera fase. El nuevo Gobierno entiende que el independentismo sigue en fase de shock provocado por los sucesos de los últimos meses y necesita adaptarse a la nueva situación, que está marcada por el próximo juicio contra los líderes independentistas. Pero habrá diálogo, mucho más del que ha habido en los últimos años entre el PP y los nacionalistas catalanes. Habrá dos capas de conversaciones: la propiamente institucional entre Madrid y Barcelona y una segunda esfera fuera de los focos entre Madrid y Bruselas (o Berlín o allá donde esté Carles Puigdemont). Habrá un enviado del Gobierno que hablará con el expresident de todo lo que se pueda para que la relación entre la Moncloa y la Generalitat fluya mejor. Como aquel general Andrés Cassinello que fue enviado por Adolfo Suárez para entrevistarse con Josep Tarradellas, tendremos enviados del Gobierno socialista hablando con Puigdemont, 40 años después. Es cierto que el expresident tuvo una primera reacción negativa ante la moción de Sánchez por el recuerdo de experiencias anteriores del PSOE en el Gobierno, pero coincide ahora en que hay que explorar todas las vías. Puigdemont, pendiente de su vía crucis judicial, ha dicho a los suyos que no hay que cerrar ninguna puerta. Pero estará muy atento a cómo enfoque el Gobierno socialista el posible traslado a cárceles catalanas de los políticos presos, la petición de penas que haga la Fiscalía en la vista y el propio devenir del juicio. Las ganas de anticipar las elecciones catalanas coincidiendo con la sentencia se han enfriado y ahora toda la carne en el asador se pone en las municipales del 2019. Sánchez debe de utilizar bien su caja de las sorpresas con Catalunya porque aquí se jugará buena parte de su futuro.