La solidaridad nos hará solidarios
Ayer, el día amaneció soleadamente solidario. Bañistas en las playas, inmigrantes en los muelles de València. Costas las de Levante, playas las de Lloret .... Hemos dado futuro, vida y alegría a 629 personas. Ahora, convendría aclararnos y fijar una política de Estado sobre la inmigración, no sea que España –y el resto de la UE– acaben siendo como yo: a días doy limosna, a día la niego.
El Gobierno socialista ha actuado con humanidad. No se podía abandonar a personas que, habiendo apostado la vida a cara o cruz, tuvieron la suerte de ganar aguas de Europa. Un final feliz. La noticia ideal para la paella del domingo. Messi falló un penalti, los cuñados revolotean sobre las cocas de Sant Joan y el telediario asegura que los niños africanos –más de cien– están bien, gracias.
¿Cuántos inmigrantes morirán ahora en ruta a València, carne de breve en agosto? No habrá cámaras, ni comunicados ni expectación. Morir en alta mar...¿dejas de luchar contra las corrientes y, exhausto, revisas tu vida o te despides imaginando un piso con
Las élites africanas son lamentables: hay que obligarles a que dejen de enviar cadáveres a Europa
pantalla de televisión gigante, un hijo con la camiseta de Neymar y una cerveza en el sofá? Morir en alta mar, quizás viendo a lo lejos la silueta de un crucero por el Mediterráneo, con excursiones opcionales al Vesubio. Yo no querría morir en alta mar.
La inmigración es el espejo de nuestras contradicciones. Hoy les damos la bienvenida, mañana les miraremos de reojo y pasado alguien –quizás con un subsidio de 600 euros mensuales– se quejará en la cola de un ambulatorio, previa aclaración de que no es racista, y menos de los negros que sonríen y no roban chalets.
El Estado no puede ser como nosotros: hoy te doy cinco euros, mañana ni te miro. El Estado, el nuestro y los otros, es, por naturaleza, cínico, realista y un poco hijo de la gran puta. Los estados europeos tienen que seguir evitando que zarpen pateras, botes y lanchas de las costas de África. Por razones humanitarias. Para que las 630 vidas salvadas no provoquen la muerte de 6.300, 63.000 o 630.000 personas en los próximos meses.
La complejidad no es para el verano. Urge que la UE adopte una política común y deje atrás esta carrera miserable de buenos y malos, tan propicia a los shows mediáticos. La debilidad de Bruselas es grande: demasiados frentes y pocos socios que miren más allá de sus impulsos, sus sondeos, sus golpes de solidaridad dominical.
Los estados africanos van a lo suyo: perciben la debilidad, conocen las contradicciones de nuestra solidaridad y se libran –de paso– de los excedentes humanitarios. Son estados fallidos que no han seguido el ejemplo exitoso de Extremo Oriente y esquilman. Las élites son lamentables y ya va siendo hora de abandonar el paternalismo y exigirles que dejen de enviar cadáveres a Europa.
Menos oenegés y más diplomacia.