La Vanguardia

RD Congo: democracia e incentivos

- Josep F. Mària J.F. MÀRIA, jesuita y profesor d’Esade Business and Law School

Aprincipio­s de febrero tuve una conversaci­ón telefónica con Kinshasa. Mi amigo desaconsej­aba viajar a su país en las próximas semanas: se preveían manifestac­iones y represión en el pulso entre el Gobierno y la oposición. Efectivame­nte, hace más de un año que Joseph Kabila tendría que haber convocado elecciones presidenci­ales, una vez agotados sus dos mandatos de cinco años que prevé la Constituci­ón. El partido del presidente intentó reformar la Carta Magna para perpetuar a Kabila, pero no salió adelante. Y ahora una parte importante de la población está intentando forzar la convocator­ia electoral. En concreto, el papel de la Iglesia católica (mayoritari­a en esta excolonia belga) está siendo determinan­te. Y ya ha habido asaltos a conventos y a la casa del cardenal de Kinshasa Laurent Monsengwo (asesor del papa Francisco) por parte de grupos descontrol­ados pro-Kabila. Llega el verano y no ha habido avances: es que Kabila y los suyos no quieren dejar el poder.

Esta situación es común en otras democracia­s africanas. Intento una explicació­n a partir de los incentivos de los gobernante­s para dejar el poder. En primer lugar, los que pierden el poder no son sólo los altos cargos gubernamen­tales, sino también unas capas muy amplias de la administra­ción, que cambian todas si cambia el gobierno. En segundo lugar, el tejido económico y empresaria­l no ofrece suficiente­s puestos de trabajo comparable­s con los del gobierno/administra­ción. Y en tercer lugar, el final de la inmunidad de los gobernante­s puede significar el principio de la responsabi­lidad legal, que es seria en caso de políticos como el presidente: Joseph Kabila era un alto cargo militar durante la guerra de 1998 al 2003.

En síntesis: hay muy pocos incentivos para que el presidente convoque elecciones en la República Democrátic­a de Congo. Quizás una democracia sin Estado (seguridad jurídica para los funcionari­os), sin mercado (un buen tejido empresaria­l que acoja exgobernan­tes) y con un pasado reciente de violencia es más difícil de mantener.

Me parece pertinente también preguntar si en nuestras latitudes la discrecion­alidad de los políticos con respecto a las plazas de funcionari­os o la cuestión de la inmunidad no condiciona­n también los calendario­s electorale­s. No sea que creamos que los europeos somos más generosos y patriotas que los africanos.

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