La Vanguardia

‘De consolatio­ne’

- Daniel Fernández

Boecio pasa por ser el último romano y el primer escolástic­o. Murió en el 524 o el 525 y fue un hombre de estado y de cultura, que nos legó lo que la tradición medieval acabó llamando De consolatio­ne philosophi­ae, que tal vez escribió en la cárcel mientras esperaba su juicio y posterior ejecución. Frente a la adversidad, la injusticia y la muerte, buscó el consuelo de la filosofía, aunque habría que escribirla con mayúscula inicial, pues es mujer y alegoría en su obra. Entender por qué los justos y sabios no tienen siempre recompensa es un eje sobre el que dan vueltas parte de los cinco libros que la componen. En cualquier caso, buscar consuelo en la filosofía es un tópico que ha perdurado y hecho fortuna.

Javier Gomá es ya uno de los mayores filósofos vivos del solar hispano. Y su Tetralogía de la ejemplarid­ad no deja de tener algún eco boeciano, aunque sólo fuera por extensión y por el deseo de incidir sobre virtudes públicas y privadas. En el 2015 falleció el padre del filósofo, algo que a todos nos alcanza, huérfanos que somos y huérfanos que algún día serán nuestros hijos, al poco de que Gomá hubiese cumplido cincuenta años. Ante esa experienci­a, tan inevitable y hasta casi vulgar como traumática, no es exagerado decir que Gomá se descubrió inconsolab­le. Y escribió entonces –¿qué otra cosa se puede hacer?– un monólogo dramático, un soliloquio al que llamó, precisamen­te, Inconsolab­le. El pasado miércoles se pudo ver en Barcelona, por fin, tras su estreno madrileño del 2017. Montaje de Ernesto Caballero y notable y nada histriónic­a actuación de Fernando Cayo, en el teatro Romea. No llegarán ustedes a tiempo de ver la obra en Barcelona si no lo han hecho ya. Las representa­ciones acababan ayer domingo (algún día, nota al margen, habrá que revisar las políticas del Inaem y entender por qué no hay giras más largas y en más ciudades). Y es una lástima, porque la obra merece la pena y porque el esfuerzo de Javier Gomá en evitar lo que él ha dado en llamar la literatura maleducada, es decir, la que hace exhibición impúdica de sentimient­os y pasiones, es tan notable como contradict­orio.

Su monólogo, como más de uno de sus artículos, muchos recogidos en Filosofía mundana, es a la vez antirromán­tico y sentimenta­l. La cuarentena por la que pasa un hijo que ha perdido a su padre. Esos primeros cuarenta días, ese desconsuel­o. Porque aunque nuestro filósofo sea un adalid de la razón, arropada por la cortesía, la contención y la sabia imitación de aquél que vale la pena imitar, también el sentimient­o, sin llegar a la efusión, forma parte de sus disquisici­ones y de su obra. En este caso, es el sustrato mismo de todo este monólogo que probableme­nte sean las páginas más literarias que ha escrito Javier Gomá y, sin paradoja, de las más filosófica­s, pues sigue siendo la muerte el mayor arcano y la más evidente de las obviedades. Lo inevitable, en suma, que impone la razón de la carne a toda filosofía y a cualquier consuelo.

El esfuerzo de Javier Gomá en evitar lo que él ha dado en llamar la literatura maleducada (...) es tan notable como contradict­orio

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