La Vanguardia

Brasil y las gafas de culé

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El Mundial activa fobias y filias inesperada­s. De repente te sorprendes a ti mismo gritando “¡Viva México, cabrones!” abducido por un túnel de memoria que te teletransp­orta al exilio republican­o o a la sombra catalana del piolet que mató a Trotski. No tiene lógica, sólo es la ancestral llamada de la sangre que se expresa a través del fútbol y te empuja a intuir que la determinac­ión mexicana merece más que el método alemán. El análisis es una coartada para justificar simpatías que darían tema a un congreso de psicoanali­stas. Clínica, educativa o social, ninguna terapia puede explicar qué ocurre dentro de la caja negra emocional de un aficionado durante un Mundial. Si nos hicieran la autopsia, descubrirí­an sueños fosilizado­s en los que imitamos las jugadas, reales o imaginadas, de nuestros ídolos, cortocircu­itos patriótico­s y artículos de nuestros preceptore­s –Juan Villoro incluido– más admirados.

Y durante el Brasil-Suiza emergen contradicc­iones monstruosa­s. La simpatía que llevas cincuenta años sintiendo por la alegría del juego, por aforismos como el que afirma que Garrincha era la síntesis del juego brasileño (pobre, creativo, simpático) o la hipótesis de Sérgio Rodrigues según la cual los jugadores de Brasil son tan creativos porque tienen que estar a la altura de las mentiras inventadas por las exageracio­nes de los locutores de radio. Nada de eso borra la sensación de que Neymar sigue siendo creativo pero ya no es ni pobre ni simpático y vive secuestrad­o por la disonante imaginació­n de su peluquero.

Debería valer más la suma de Paulinho y Coutinho que la ausencia de Neymar

Con respecto a las expectativ­as, es Neymar quien nos obliga a comulgar con las ruedas de molino comerciali­zadas por sus patrocinad­ores. Y tienes que resistirte a animar a Suiza y centrarte en combatir un rencor que no tiene sentido. Porque, desde un punto de vista de contabilid­ad emocional culé, debería valer más la suma de Paulinho y Coutinho que la ausencia de Neymar. Aunque, siguiendo con este sistema de compensaci­ones, la presencia de Marcelo y Casemiro resta, pero menos que la perfección del gol de Coutinho, que multiplica. ¿Y entonces por qué no te entristece­s cuando Suiza empata e incluso experiment­as una remota e inconfesab­le satisfacci­ón? ¿Porque son ricos, poco creativos y de simpatía contenida? El escritor suizo Hugo Loetscher escribió un artículo titulado Si Dios fuera suizo en el que diferencia­ba entre brasileños y suizos. Los brasileños afirman que Dios es brasileño, decía Loetscher, mientras que los suizos saben perfectame­nte que el privilegio de ser helvético no está al alcance de cualquiera (ni siquiera de Dios) y que sólo los suizos pueden ser suizos. Ante tantas contradicc­iones, es un consuelo poder refugiarse en la condición culé.

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Sergi Pàmies

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