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EL miércoles sabremos quiénes aspiran a liderar el PP en los próximos años. Pablo Casado y José Manuel García-Margallo han sido los primeros en dar un paso adelante. Un vicesecretario del partido y un exministro de Exteriores lo comunicaron explícitamente. Margallo (74) dobla en edad a Casado (37), pero no en entusiasmo. Anoche, Alberto Núñez Feijóo, que estaba en todas las quinielas antes incluso de que Mariano Rajoy tirara la toalla, descartó sumarse al grupo después de deshojar la margarita. Falta saber qué harán las dos mujeres fuertes dentro del partido, la exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y la secretaria general Dolores de Cospedal. Casado se ha quejado de que los candidatos parece que se sitúen en la línea de salida arrastrando los pies, cuando las encuestas sitúan a los populares como segunda fuerza tras el PSOE, que ha subido en todas ellas al primer lugar tras el acto de audacia de Pedro Sánchez que le ha permitido alcanzar la Moncloa.

Sin embargo, es evidente que en el PP hay dudas no sólo sobre las personas, sino sobre el modelo de partido. En las últimas elecciones se vio claramente que el voto rural era el gran fortín, lo que es una manera de reconocer que se ha abandonado a las clases medias urbanas, que han resultado un granero de papeletas del que se ha alimentado Ciudadanos. Los populares han querido hacerse fuertes con el discurso de que eran el partido de la seguridad y de la permanencia. Pero los electores quieren cada vez más sentir que forman parte de la innovación y la modernidad.

La sensación en el PP es parecida a la de aquel hombre que se ha caído del tejado y, al pasar por cada piso, dice: “Por ahora todo va bien”. Pero, si no quieren darse un castañazo, están obligados a hacer un relato regeneracionista. Y no deben hablar más de la gestión de los tiempos. Los tiempos han venido para cambiarse, no para esperar a ver qué nos traen.