Larga convalecencia
Alfredo Pastor escribe: “Si todo va bien, las próximas semanas verán el inicio de un diálogo que desembocará en una negociación entre el Gobierno del Estado y el de Catalunya. No parece posible que esa negociación concluya antes de unas elecciones. Lo que importa es que el resultado lleve a un acuerdo que pueda ser sometido a consulta, y uno espera que no sean necesarios grandes cambios en nuestro marco legal para alcanzarlo. Ese acuerdo es una condición necesaria para una buena convivencia, pero de ningún modo será suficiente”.
Ha sido suficiente un breve temblor de tierra en la política española, con Pedro Sánchez llegando al Gobierno de España, para dar sentido, orientación y calendario al diálogo entre España y Catalunya. La apelación constante al diálogo entre el independentismo catalán y Mariano Rajoy formaba parte de una estrategia basada en dejarlo hueco, vacío, y de esta forma concentrarse en hablar cada cual para sí y para sus votantes. Era una estrategia para engañar al adversario más que para convencerlo. Este tiempo político tan reciente se percibe por fin remoto y extraño tras los primeros pasos del Gobierno de Pedro Sánchez para restablecer la normalidad institucional. Hemos pasado del diálogo inconducente a un diálogo que debe conducir a algo que aún no podemos definir ni alcanzar a ver.
El apoyo del PDECat y ERC a la moción de censura impulsada por el Partido Socialista Obrero Español y el positivo cambio de posicionamiento de una parte de la opinión pública en Catalunya y en Madrid al constatar que nada beneficia más a una sociedad que el entendimiento evocado en el tono más constructivo de Carles Puigdemont en su última entrevista en el programa de Jordi Basté, permiten abrigar la esperanza de que la nueva etapa tenga elementos fundadores de una nueva relación. Dichos elementos fundadores deben apoyarse, como expresan entidades sociales y económicas de Catalunya, en reclamar un diagnóstico común que deje sin opciones a los que quieren seguir profundizando en la idea de ruptura social y, por lo tanto, seguir trabajando incansablemente en la unidad civil de Catalunya, enfatizando el catalanismo como el mejor espacio para lograrlo. El nuevo tiempo político al que estamos asistiendo nos advierte de que aún es posible sacar alguna cosa de provecho y que es posible aprender de los errores. El tiempo en el que vivíamos hace muy poco en el que dos realidades políticas se disputaban la primacía de la Verdad parece haber llegado a su fin o como mínimo queda pospuesto hasta después de las elecciones municipales del 2019. Algunos querrán que el diálogo fracase, que todo vuelva a ese tiempo remoto donde el gobierno español y el catalán hacían todo lo posible para evitar encontrarse. A todos ellos habría que preguntarles: ¿Qué sentido tiene seguir avanzando en un proyecto político que se limita sólo a aquellos que piensan como nosotros?