La Vanguardia

Joël Dicker

ESCRITOR

- FERNANDO GARCÍA

Cinco años después del bombazo de La verdad sobre el caso Harry Quebert, el suizo Joël Dicker (33) presenta La desaparici­ón de Stephanie Mailer, una novela río con un homicidio como núcleo. La intriga se mantiene hasta el fin.

Cinco años después del bombazo que consiguió a los 28 años con La verdad sobre el caso Harry Quebert, el suizo Joël Dicker presenta la también adictiva novela La desaparici­ón de Stephanie Mailer (Alfaguara en castellano / La Campana en catalán), un potente artefacto literario de 650 páginas que, con un homicidio como núcleo de una acción que transcurre a caballo entre 1994 y 2014, mantiene intrigado al lector hasta la última página.

Sus libros dan fe de una acusada preocupaci­ón por el proceso de la escritura, y no en vano siempre hay algún personaje que escribe, en este caso teatro. ¿Ha avanzado en esa búsqueda? Buena pregunta. Esta preocupaci­ón empezó con La verdad sobre el caso Harry Quebert, que era la segunda novela que publicaba aunque la sexta que había hecho. Antes de eso nadie sabía que yo escribía. Porque enviaba mis libros y los editores me decían: ‘Gracias, pero es muy malo’. Decidí que hasta que no me publicaran algún libro no diría que escribía. De repente, cuando me publicaron y pese a que ya llevaba seis años escribiend­o durante un montón de horas al día, mis amigos me dijeron: ‘¡Pero si eres escritor!’ Luego, con el éxito de Quebert ya me señalaban como El Escritor: “¡Ah, eres tú el que hizo ese libro!’, me soltaban. Esto me llevó a preguntarm­e por qué era entonces más escritor que antes, cuando no publicaba. Para mí no hay jerarquía. Por otra parte, ¿cómo se convierte uno en un escritor? Si quieres ser periodista, pintor, abogado o incluso futbolista, tienes que recibir una formación. Pero si quieres ser escritor, ¿qué estudias? Es una de las pocas profesione­s que no tiene una formación específica. Yo empiezo ahora a ser más consciente de mi identidad como escritor. Hasta hace poco no me sentía legitimado. Porque esa legitimida­d no viene del éxito sino que se da en relación a uno mismo. Es un proceso que no miente. Si tu percepción no coincide con la de los lectores y éstos me dicen por ejemplo que un personaje es divertido cuando yo quería que fuera triste, es que he fallado.

En la novela de Quebert los personajes estaban al servicio de la intriga; en El libro de los Baltimore, al revés. En esta hay más equilibrio. ¿Lo buscó así?

Me encanta que me diga eso, pues yo buscaba ese equilibrio. Al terminar con Quebert me dije que los personajes eran un poco flojos, y me propuse darles más fuerza en Baltimore. Pero entonces me dijeron que esa novela tenía menos intriga. Y quise que ésta tuviera más equilibrio entre intriga y personajes con presencia. Vuelvo a lo del aprendizaj­e: para mí, el único modo de aprender este oficio es intentarlo realmente. Pese a tener éxito, todavía me siento un escritor joven. Aún tengo más novelas rechazadas que publicadas.

Esta novela tiene casi 30 personajes, pero uno no se pierde. Quizá porque no los perfila con descripcio­nes sino con sus actos y emociones. ¿Es su estrategia?

No. Ya me gustaría tener una estrategia. El que usted no se haya perdido me tranquiliz­a: es el primer lector en España que me lo dice. Meter muchos personajes tratando de evitar que el lector se perdiera era un gran reto. La única forma de intentarlo era escribiend­o sin perderme yo. Hice esta novela sin plan ni notas. Pero eso no es una proeza, sino la garantía de que yo no me pierdo en los personajes ni en la trama. Lo

LA VENTAJA DE LAS LETRAS “Todo el mundo ama leer, pero algunos no lo saben; la literatura es más fuerte que el cine”

UNA TÉCNICA OSADA “Escribo sin planificar la trama ni tomar notas y sin saber el final de antemano”

UNA NOVELA MONUMENTAL

El libro tiene 650 páginas que se devoran: “Al principio eran 1.200, pero había que cortar”

cual no asegura que no se pierda el lector. En cuanto al hecho de no describir, no es estrategia; es que no me gustan las descripcio­nes. No las veo importante­s ni interesant­es. Si yo le hablo de una mujer hermosa, usted imagina a una mujer que para usted lo es, pero si se la muestro quizá se decepcione porque va a comparar la imagen que tenía con la realidad y no es seguro que se ajuste. Si le digo en la novela que una mujer es rubia y alta le estoy limitando cuando a lo mejor usted quiere imaginarla morena y baja.

Ahí está el plus de la literatura, por ejemplo respecto al cine, ¿no? Estoy de acuerdo. El cine es menos fuerte que la literatura. Impide que uno imagine lo que quiere; impone la imagen y el ritmo. En una novela uno lo decide todo: imagen y ritmo al que lee. Es una ventaja enorme. Creo que todo el mundo ama leer pero algunos no lo saben aún. Cuando uno lee una novela, lo que sucede en su interior es algo muy fuerte. Le acerca a su capacidad como creador. Vivimos en un mundo en que nos olvidamos ese potencial porque ya no conocemos al aburrimien­to. Tengo amigos con hijos de 6 y 8

años que, cuando viajan en coche, instalan pantallas atrás para que los críos vean una película y se distraigan. Así no se aburren, pero tampoco miran por la ventana ni echan a volar la imaginació­n. El aburrimien­to es el principio de la creación. Y con los móviles y tabletas nos pasa lo mismo a los mayores. Sí esperamos a alguien en una terraza y nos avisa de que llegará tarde, enseguida cogemos el móvil y nos ponemos a mirar el correo o a leer lo que sea. Así perdemos unos minutos impagables para observar la calle, imaginar o reflexiona­r.

Dice que no planifica los argumentos, pero al menos sabrá se antemano el final, ¿verdad? Pues no. El placer para mí es descubrir lo que va a pasar. Es importante, porque si conozco el final tengo la impresión de que no necesito escribir. Si leo una novela, lo que me gusta es tener ganas de descubrir qué pasa. Para mí, al escribir tiene que ser lo mismo. En un 90%, escribo el libro como usted lo lee.

¿Y el 10% restante?

Correspond­e a las idas y venidas qué hago al escribir cuando me meto en un callejón sin salida o si, como me ocurrió aquí, decido que un personaje que en principio era un hombre debería ser una mujer. Aquí he quitado varios personajes

¡Vaya!

Sí, eliminé diez. Y corté el libro por la mitad; al principio escribí 1.200 páginas. Cortar duele pero es necesario. Además, el defecto de este libro es que hay que leerlo en poco tiempo. Si no, te pierdes.

¿Puede tener continuaci­ón?

No creo. No.

¿Y en qué está ahora?

No sé. Como no tengo plan, ignoro no sé en absoluto qué va a pasar.

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EMILIA GUTIÉRREZ Pensar másEl fácil acceso a internet y las redes nos quita tiempo para observar y echar a volar la mente; consumimos más y estamos más activos, pero al precio de crear menos, sostiene Joël Dicker en su entrevista conVanguar­diaLa

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