La Vanguardia

El retorno

- Pilar Rahola

Aunque es el autor de La Gioconda, la pintura más turbadora de la historia, Leonardo Da Vinci fue mucho más que un pintor, fue la esencia del Renacimien­to: científico, inventor, ingeniero, naturalist­a, filósofo..., es decir, el hombre dotado de una curiosidad inmensa, y de un espíritu universal. El llamado homo universali­s, del que Da Vinci es el paradigma, y Aristótele­s y el gran sabio Ramon Llull fueron el precedente. Es de Leonardo la afirmación que me baila por la memoria, justo al punto de volver a casa y que, más o menos, asegura que todos los elementos, cuando están fuera de su lugar natural, desean volver a él, especialme­nte el fuego, el agua y la tierra. No recuerdo si lo estudié en físicas (dónde tenía un profesor de ciencias muy filosófico) o en filosofía, pero la idea del retorno al propio lugar me quedó fijada.

Tierra, fuego o agua, sea cual sea el elemento que me empuja, lo cierto es que tengo en la piel la desazón del retorno, y cuando hoy aterrice en Barcelona, notaré el deleite del aroma conocido. Sólo he estado diez días fuera, pero la intensidad de las estancias en Chile, Uruguay y Argentina, ha multiplica­do el efecto de la distancia, y la sensación de retorno se agudiza. Desde

Ni entre los que defienden la unidad española hay argumentar­io a favor de la prisión o el exilio

fuera, Catalunya es una constante pregunta abierta, y el conflicto se convierte en una cuestión relevante, con vaivenes que transitan de la simpatía al rechazo, en función de la proximidad con aquello que, por aquellas tierras, consideran “la madre patria”. Una “madre”, sin embargo, de la que huyeron a la primera que tuvieron ocasión. Más de una vez les he respondido que, si eran tan entusiasta­s de la susodicha “madre”, lo tenían fácil: podían retornar a la Corona española. De momento no he tenido mucho éxito. Pero incluso en Argentina, donde se percibe una mayor incomprens­ión con la causa catalana, la convicción de que el Estado español ha usado una represión excesiva, impropia de un Estado de derecho, es generaliza­da. Y cuando la cuestión se plantea en términos de urnas y democracia, en el marco de la Unión Europea, la simpatía por Catalunya aumenta considerab­lemente. Ni entre los que defienden la unidad española como si les fuera la vida, hay argumentar­io a favor de enviar líderes políticos a la cárcel o condenarlo­s al exilio. Sin olvidar que España puede ser más o menos simpática para muchos, pero no hay ni un solo sudamerica­no que no considere que, cuando la Corona mandaba en sus países, se mostraba despótica, corrupta e intolerant­e. La memoria de España no es precisamen­te gloriosa en el continente. Y de ahí a imaginar que tampoco es gloriosa con respecto a Catalunya, hay un pequeño paso.

Nada, el retorno a casa, con las ansias de recuperar el paisaje humano y físico que me es propio, pero también con la amargura de saber que todavía hay prisión y exilio hiriendo a nuestra gente y nuestra tierra. Alegría y dolor, la realidad dual de Catalunya.

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