Hechos y palabras
Los hechos son los mismos, son las declaraciones las que han cambiado. Y, simplemente por esto, la percepción colectiva es la de que existen unas expectativas más optimistas. Todo parece apuntar a una cierta distensión y a un mejor clima político. Ciertamente, esta percepción no es suficiente para cambiar el diagnóstico del problema, pero ayuda a encontrar soluciones o, por lo menos, a intentarlo. Pero las declaraciones más contenidas y las manifestaciones más respetuosas no servirán de nada si no responden a una voluntad real. La distensión ayuda al diálogo; pero el acuerdo demanda mucho más.
Son evidentes las dificultades que hay en el camino. Pero cabe reencontrar la vía política para superarlas. Hacer política tiene unos perfiles muy marcados; se sabe muy bien lo que quiere decir y a lo que se puede aspirar cuando se hace. Política, hacerla, en libertad quiere decir pacto; y pactar quiere decir hacer de la renuncia un activo. Y, todo junto, empapado de respeto a las posiciones diversas, integradas en el proyecto común de la ley de todos. Así y solo así se ha escrito la historia del cambio en libertad; sólo así, la democracia ha permitido el progreso y el bienestar. Sólo así, el valor del pluralismo hace de la diferencia –y su respeto– el elemento cohesionador de la convivencia y la paz social.
Ahora, cuando las declaraciones de unos y otros parecen compartir esta voluntad de acercamiento, no hay que olvidar que también son muchos los que están en contra. Son muchos los que se alimentan del desacuerdo; son muchos los que encuentran su razón de ser en el deseo del conflicto, en la negación del entendimiento, en el aprovechamiento sectario de la discrepancia, para proponer la irritación y la intransigencia como motivación permanente. Como siempre, es más fácil excitar que serenar; e incluso, muy a menudo, más agradecido. De hecho, muy a menudo los gestos abren más caminos que las propuestas articuladas. Seguramente, con los gestos no hay suficiente y, al final, serán las propuestas articuladas las que resuelvan los problemas. Pero, inicialmente, los gestos son muy importantes. Ablandan las posiciones; rompen las posiciones apriorísticas, disminuyen los recelos. Sería absurdo negligir los valores de los gestos, en una sociedad que muchas veces sucumbe muy fácilmente a la simple gesticulación. Pues bien, la política también tiene derecho a moverse en el campo de los gestos si así se ayuda a crear un clima más propicio para lo que se prevé como una negociación difícil, un diálogo complicado, largo y limitado en sus resultados.
Cuando se dice diálogo sin condiciones, se está diciendo que se acepta que habrá condiciones. Y cuando se habla de que no hay líneas rojas, quiere decirse que ya se sabe que hay líneas rojas. Pero ya está bien decir estas cosas; esto marca el inicio del diálogo, aun sabiendo que lo que se busca como final deberá tener inevitablemente en cuenta condiciones y líneas rojas, para unos y para otros; lo que hay que hacer es que sean compatibles y viables. Dialogar es para pactar, no para romper. Si se quiere romper no vale la pena ni empezar a dialogar. Nadie se engañará y la historia será unánime al señalar a los responsables. La política, ahora, aquí y siempre, es un ejercicio de realismo. Distensionar el clima hace más fácil este ejercicio, no lo sustituye por la ambición ilimitada de la utopía minoritaria. Todo puede ser más fácil, pero ha de ser posible. Cada uno deberá estudiar cómo se puede avanzar en este camino, pero sabiendo sus limitaciones. El clima ayuda, pero habrá que interpretarlo.
Cada uno deberá estudiar cómo se puede avanzar en este camino, pero sabiendo sus limitaciones; el clima ayuda, pero habrá que interpretarlo