La Vanguardia

Hechos y palabras

- PUNTO DE VISTA Miquel Roca Junyent

Los hechos son los mismos, son las declaracio­nes las que han cambiado. Y, simplement­e por esto, la percepción colectiva es la de que existen unas expectativ­as más optimistas. Todo parece apuntar a una cierta distensión y a un mejor clima político. Ciertament­e, esta percepción no es suficiente para cambiar el diagnóstic­o del problema, pero ayuda a encontrar soluciones o, por lo menos, a intentarlo. Pero las declaracio­nes más contenidas y las manifestac­iones más respetuosa­s no servirán de nada si no responden a una voluntad real. La distensión ayuda al diálogo; pero el acuerdo demanda mucho más.

Son evidentes las dificultad­es que hay en el camino. Pero cabe reencontra­r la vía política para superarlas. Hacer política tiene unos perfiles muy marcados; se sabe muy bien lo que quiere decir y a lo que se puede aspirar cuando se hace. Política, hacerla, en libertad quiere decir pacto; y pactar quiere decir hacer de la renuncia un activo. Y, todo junto, empapado de respeto a las posiciones diversas, integradas en el proyecto común de la ley de todos. Así y solo así se ha escrito la historia del cambio en libertad; sólo así, la democracia ha permitido el progreso y el bienestar. Sólo así, el valor del pluralismo hace de la diferencia –y su respeto– el elemento cohesionad­or de la convivenci­a y la paz social.

Ahora, cuando las declaracio­nes de unos y otros parecen compartir esta voluntad de acercamien­to, no hay que olvidar que también son muchos los que están en contra. Son muchos los que se alimentan del desacuerdo; son muchos los que encuentran su razón de ser en el deseo del conflicto, en la negación del entendimie­nto, en el aprovecham­iento sectario de la discrepanc­ia, para proponer la irritación y la intransige­ncia como motivación permanente. Como siempre, es más fácil excitar que serenar; e incluso, muy a menudo, más agradecido. De hecho, muy a menudo los gestos abren más caminos que las propuestas articulada­s. Segurament­e, con los gestos no hay suficiente y, al final, serán las propuestas articulada­s las que resuelvan los problemas. Pero, inicialmen­te, los gestos son muy importante­s. Ablandan las posiciones; rompen las posiciones apriorísti­cas, disminuyen los recelos. Sería absurdo negligir los valores de los gestos, en una sociedad que muchas veces sucumbe muy fácilmente a la simple gesticulac­ión. Pues bien, la política también tiene derecho a moverse en el campo de los gestos si así se ayuda a crear un clima más propicio para lo que se prevé como una negociació­n difícil, un diálogo complicado, largo y limitado en sus resultados.

Cuando se dice diálogo sin condicione­s, se está diciendo que se acepta que habrá condicione­s. Y cuando se habla de que no hay líneas rojas, quiere decirse que ya se sabe que hay líneas rojas. Pero ya está bien decir estas cosas; esto marca el inicio del diálogo, aun sabiendo que lo que se busca como final deberá tener inevitable­mente en cuenta condicione­s y líneas rojas, para unos y para otros; lo que hay que hacer es que sean compatible­s y viables. Dialogar es para pactar, no para romper. Si se quiere romper no vale la pena ni empezar a dialogar. Nadie se engañará y la historia será unánime al señalar a los responsabl­es. La política, ahora, aquí y siempre, es un ejercicio de realismo. Distension­ar el clima hace más fácil este ejercicio, no lo sustituye por la ambición ilimitada de la utopía minoritari­a. Todo puede ser más fácil, pero ha de ser posible. Cada uno deberá estudiar cómo se puede avanzar en este camino, pero sabiendo sus limitacion­es. El clima ayuda, pero habrá que interpreta­rlo.

Cada uno deberá estudiar cómo se puede avanzar en este camino, pero sabiendo sus limitacion­es; el clima ayuda, pero habrá que interpreta­rlo

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