La Vanguardia

Selectivid­ad y memoria

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Pertenezco a la vieja generación del bachillera­to memorístic­o: el de las reválidas y el preunivers­itario. A los siete años teníamos que saber el catecismo de memoria, y a los nueve los verbos, los cabos y los golfos, la tabla de multiplica­r, y los huesos y músculos más importante­s del cuerpo.

Y no digamos las faltas de ortografía: no podíamos acceder a 1.º de bachillera­to, que se comenzaba a los 10-11 años, si teníamos en el examen de lengua de ingreso, con 10 añitos, más de tres faltas.

Posteriorm­ente cursé Biología, en cuya facultad ejercí hasta no hace mucho como profesora titular. Y la gran queja de todos mis colegas, yo incluida, era el fatal nivel de expresión del alumnado. Ahora he leído en La Vanguardia un artículo sobre el examen de lengua en la selectivid­ad del presente año, aludiendo a que no ha de ser tan memorístic­o (“Una moderna revisión histórica de la mujer gana a Bernarda Alba”, Tendencias, 13/VI/2018).

He leído la parte del examen publicada: era un fragmento de

La casa de Bernarda Alba, de García Lorca. No se pedía ningún resumen, ni había preguntas sobre la época y el ambiente, como era de esperar. Ni una redacción sobre un tema semejante. Al revés, era un auténtico galimatías del que, por otro lado, no se apreciaba la “memorizaci­ón” por ninguna parte, excepto el saber los tiempos verbales.

Así que ahora me explico el porqué del bajo nivel lingüístic­o del que tanto nos hemos quejado.

MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

Barcelona

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