La Vanguardia

Malas noticias

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El nuevo eje contra la inmigració­n en Europa que lidera la derecha xenófoba austriaca; y la caída de la inversión extranjera en Catalunya.

AYER, día mundial de los Refugiados, el presidente de la Comisión Europea, JeanClaude Juncker, convocó para el próximo domingo una cumbre informal de los diez países de la Unión Europea más afectados por el problema de la inmigració­n ilegal a fin de abordar esta situación días antes de la decisiva reunión del Consejo Europeo de finales de la semana próxima.

El anuncio de esta cita se produce después de que transcendi­era que el borrador del documento de conclusion­es de ese Consejo Europeo plantea la posibilida­d de que la UE establezca centros de inmigrante­s fuera de sus fronteras donde se selecciona­ría quiénes son migrantes económicos y cuáles pueden pedir asilo político. Esta propuesta supone un claro triunfo de la línea dura dentro de la Unión. Esa posibilida­d ya había sido planteada por Hungría en su día y fue desestimad­a pero ahora, esgrimida por Dinamarca y Austria, se debatirá la próxima semana entre los Veintiocho con posibilida­des de ser aprobada. ¿Qué ha cambiado?

En primer lugar, que el tema migratorio ha provocado una seria crisis en el Gobierno de coalición alemán de Angela Merkel, en el que la CSU bávara, que ostenta el Ministerio del Interior, ha planteado un ultimátum de dos semanas a la canciller exigiendo que se rechace a los demandante­s de asilo en las fronteras de Alemania. Merkel no puede permitirse que la CSU actúe de manera unilateral –como ha amenazado si no hay acuerdo– pues ello podría provocar un efecto dominó en la UE y debilitarí­a su posición negociador­a en Bruselas.

El populismo ha hecho de la inmigració­n ilegal su bandera. Se trata de un discurso que ha llevado al poder a la derecha en Hungría, Polonia, Chequia, Eslovaquia, Eslovenia, Austria y ahora Italia y que ha obtenido réditos electorale­s en Francia, Holanda y la misma Alemania. Merkel y el primer ministro italiano, Conte, necesitan volver de la cumbre de la semana próxima con resultados concretos que exhibir en sus países. La una, para evitar que se rompa su coalición. El otro, para tratar de contentar a su ministro del Interior y hombre fuerte del Gobierno, Matteo Salvini, que ayer se reunió con su homólogo austriaco para profundiza­r en la creación de ese eje Berlín-Viena-Roma contra la inmigració­n y al que invitaron a otros países a sumarse.

La inmigració­n polariza a Europa y los países comunitari­os no alcanzan una política común. Unos no quieren acoger inmigrante­s que no han entrado por sus fronteras y los otros exigen distribuir entre todos los que han entrado por las suyas. Quizá por eso es muy probable que salga adelante la propuesta de crear esos centros de migrantes a las puertas de la UE –en el norte de África o en los Balcanes– y efectuar allí la criba. Centros que, obviamente, pagará la UE aunque más de un Estado contribuir­á encantado si alguien les aleja el problema de sus fronteras. Ya ha ocurrido con el acuerdo que la Unión cerró con Turquía para que este país se quedara los refugiados de la guerra siria.

Mientras, al otro lado del Atlántico, Trump sigue empeñado en participar en ese eje contra la inmigració­n, aunque las fuertes presiones políticas y sociales internas e internacio­nales le llevaron ayer a revocar la orden de separar a las familias de inmigrante­s. En este contexto, las palabras del papa Francisco afirmando que los populistas –en Europa y en EE.UU.– están creando una psicosis con el tema de la inmigració­n deberían mover a una seria reflexión.

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