Pasado enterrado
Sergi Doria publica ‘La verdad no termina nunca’, viaje por la España de posguerra
El escritor barcelonés Sergi Doria publica La verdad no termina nunca, una novela que afronta el conflicto de los pecados heredados a partir de la relación de un hombre, el protagonista, con su madre, que se resiste a recordar.
Barcelona, años cincuenta. Un joven que vive con su madre, una mujer sumida en el silencio de los secretos, intenta investigar algo más de quien fue su progenitor. ¿Por qué no quiere ella desvelarle quién fue su padre? ¿Por qué apenas le comenta que fue miembro de las Brigadas Internacionales? La búsqueda de sus orígenes le lleva a un viaje en el tiempo donde se mezclan posguerra, arte, estraperlo, periodismo y cabaret.
La verdad no termina nunca (Destino) afronta el conflicto de los pecados heredados. ¿Cómo asumir los errores de nuestros antepasados? Especialmente si alguno hubiera sido responsable, por ejemplo, de un ingenio tan diabólico como las checas... En la novela, la madre del protagonista, inmersa y camuflada en su incesante labor como costurera, se resiste a recordar.
Apasionado del mundo cultural y la Ciudad Condal, Sergi Doria (Barcelona, 1960), doctor en Ciencias de la Comunicación, profesor universitario y periodista, se estrenó como novelista en el 2015 con No digas que me conoces. “Allí salen algunos personajes que ahora he recuperado. Me gustaría escribir una tercera novela con continuidad temática pero no una trilogía al uso”. Después, lo jura, volvería al oficio.
Parte de la novela surge del trabajo de investigación que inició Doria en sus tiempos de tesis doctoral (se titulaba “La bondad cosmopolita”). De todos aquellos papeles consultados, de todas las revistas gráficas de la época, llega el hilo conductor. “Creo en la novela de hechos. La realidad siempre supera a la ficción”. También llegan ecos de una época en que las mujeres vivían atadas a una Singer: “Mi madre, mis dos abuelas modistas, las tardes de niño llegando a casa, el consultorio de Elena Francis, la luz del flexo y ellas dándole al pedal...”.
Doria nos da las pinceladas necesarias para entender a Alejandro Promio (vendió en España el cinematógrafo de los hermanos Lumière) y sus dobles entradas en una enciclopedia. Ese otro Promio que aparece en la segunda ficha y que corresponde al periodista, al estafador, ya conocido por sus lectores más fieles.
El autor busca derrumbar mitos. “Se ha querido ocultar lo que eran las checas en esas torres del barrio de Sant Gervasi, como la Tamarita, o la checa de Vallmajor. La represión en el ámbito republicano fue pensada y organizada, aunque nos digan lo contrario”. Por eso se adentra en la explicación de lo que fueron esas checas psicotécnicas: “Inspiradas en Kandinsky, tenían juegos de luces, un metrónomo con ruido martilleante, espirales que giraban continuamente...”. Doria también evoca –con licencias literarias– el episodio en que Ana María Dalí, hermana del pintor, fue detenida en Figueres y llevada a Barcelona. “La torturaron durante catorce días en la checa de la calle Saragossa, de hecho parece que la violaron, aunque ella nunca quiso
“Se ha querido ocultar lo que eran las checas en esas torres del barrio de Sant Gervasi, la Tamarita o Vallmajor”
explicar mucho, después, de ese episodio terrible”.
La verdad no termina nunca nace con vocación histórico-periodística y, como tal, nos devuelve personajes como Luys Santa Marina (“lo reivindico, fue un intelectual al que estropeó la historia, algo así como a Riduejo; vivió y murió austero y no se aprovechó del régimen como otros a pesar de sus cargos; salvó a mucha gente”) pero también ecos biográficos (“a mi abuelo lo llevaron a Montjuïc por un consejo de guerra pero un exfalangista que se cambió de bando dio la cara por él. Y mi abuelo, de noche, volvió a casa”). La vida, en varias versiones.