May gana a los Comunes el pulso por quién lleva las riendas del Brexit
Hay una profunda división tanto en las filas conservadoras como en el Labour
En la ópera Tosca, la protagonista entrega su cuerpo al malvado Scarpia, símbolo de la autoridad despótica, a cambio de un salvoconducto para que ella y el pintor Cavaradossi, un preso político, escaparan de la Roma ocupada por el ejército napoleónico. Pero lo que iba a ser una ejecución simulada de su amante, se convierte en un fusilamiento real. Su sacrificio ha sido para nada, y la heroína se suicida arrojándose desde el castillo de Sant’Angelo a las aguas del Tíber. En el último acto –por el momento– del Brexit, los rebeldes conservadores que quieren evitar una salida brusca de la UE se sienten traicionados de la misma manera, no sólo por el Gobierno sino también por la oposición laborista.
Tras haber creído alcanzar un compromiso con Theresa May para que la Cámara de los Comunes tuviera una voz decisiva en caso de que no haya trato con Bruselas o aquél al que se llegue sea derrotado por el Parlamento, la primera ministra se desdijo con el argumento de que no puede tener las manos atadas en las negociaciones. Los rebeldes, encabezados por el exministro de Justicia Dominic Grieve, volvieron ayer a la carga con una nueva enmienda, pero en el último momento la mayoría dio marcha atrás y dejó solos a seis “valientes” que fueron llevados al paredón.
La versión gubernamental de quién lleva las riendas del Brexit prevaleció por 319 votos a 303, aunque con alguna que otra concesión (el speaker de los Comunes, si llega el caso, tendrá la última palabra) . El grupo de disidentes y los partidos opositores pretendían que, llegado el 21 de enero del 2019, a dos meses de la fecha del adiós del Reino Unido a Europa (29 de marzo), en caso de falta de acuerdo, el Parlamento pudiera obligar al ejecutivo a regresar a la mesa negociadora, pedir la ampliación del plazo de transición, congelar el protocolo de salida o incluso convocar un segundo referéndum. Aunque en ese escenario es fácil que cayera la Administración y se desatara el caos.
A la hora de la verdad, y tras mucho barullo, resultó que la mitad de los rebeldes iban de farol, y bajo presiones de su grupo parlamentario, votaron con el Gobierno. May los persuadió de que, para arrancar un trato mínimamente bueno al negociador europeo Michel Barnier, necesita que sea creíble la opción de irse dando un portazo. Algo que dejaría un agujero en los presupuestos de la UE, pero sería la ruina económica de Gran Bretaña, y que hasta ahora los interlocutores europeos no se toman en serio.
No sólo la mitad de los rebeldes se rajó, sino que media docena de diputados laboristas (de circunscripciones que votaron por la salida de Europa) se dejaron sobornar por la promesa de que los conservadores les tratarán con guante blanco en las próximas elecciones generales (es decir, sus escaños no serán un blanco prioritario), y respaldaron al Gobierno. Ello no quiere decir que la cosa acabe así, porque el Brexit es como uno de esos culebrones que duran años, y el pulso sobre el papel del legislativo y el ejecutivo en las negociaciones volverá a repetirse cuando se voten el acuerdo comercial y la relación aduanera.
La realidad es que tanto tories como laboristas están divididos, y ambos ejércitos postergan la batalla final. En el caso del Brexit, Scarpia ha traicionado a Tosca, pero Cavaradossi todavía está vivo. Y aunque un final feliz no es previsible, la protagonista (digamos que Gran Bretaña) aún no se ha suicidado.
El duelo entre el poder legislativo y el ejecutivo se reanudará cuando se discuta el acuerdo comercial