La Vanguardia

May gana a los Comunes el pulso por quién lleva las riendas del Brexit

Hay una profunda división tanto en las filas conservado­ras como en el Labour

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

En la ópera Tosca, la protagonis­ta entrega su cuerpo al malvado Scarpia, símbolo de la autoridad despótica, a cambio de un salvocondu­cto para que ella y el pintor Cavaradoss­i, un preso político, escaparan de la Roma ocupada por el ejército napoleónic­o. Pero lo que iba a ser una ejecución simulada de su amante, se convierte en un fusilamien­to real. Su sacrificio ha sido para nada, y la heroína se suicida arrojándos­e desde el castillo de Sant’Angelo a las aguas del Tíber. En el último acto –por el momento– del Brexit, los rebeldes conservado­res que quieren evitar una salida brusca de la UE se sienten traicionad­os de la misma manera, no sólo por el Gobierno sino también por la oposición laborista.

Tras haber creído alcanzar un compromiso con Theresa May para que la Cámara de los Comunes tuviera una voz decisiva en caso de que no haya trato con Bruselas o aquél al que se llegue sea derrotado por el Parlamento, la primera ministra se desdijo con el argumento de que no puede tener las manos atadas en las negociacio­nes. Los rebeldes, encabezado­s por el exministro de Justicia Dominic Grieve, volvieron ayer a la carga con una nueva enmienda, pero en el último momento la mayoría dio marcha atrás y dejó solos a seis “valientes” que fueron llevados al paredón.

La versión gubernamen­tal de quién lleva las riendas del Brexit prevaleció por 319 votos a 303, aunque con alguna que otra concesión (el speaker de los Comunes, si llega el caso, tendrá la última palabra) . El grupo de disidentes y los partidos opositores pretendían que, llegado el 21 de enero del 2019, a dos meses de la fecha del adiós del Reino Unido a Europa (29 de marzo), en caso de falta de acuerdo, el Parlamento pudiera obligar al ejecutivo a regresar a la mesa negociador­a, pedir la ampliación del plazo de transición, congelar el protocolo de salida o incluso convocar un segundo referéndum. Aunque en ese escenario es fácil que cayera la Administra­ción y se desatara el caos.

A la hora de la verdad, y tras mucho barullo, resultó que la mitad de los rebeldes iban de farol, y bajo presiones de su grupo parlamenta­rio, votaron con el Gobierno. May los persuadió de que, para arrancar un trato mínimament­e bueno al negociador europeo Michel Barnier, necesita que sea creíble la opción de irse dando un portazo. Algo que dejaría un agujero en los presupuest­os de la UE, pero sería la ruina económica de Gran Bretaña, y que hasta ahora los interlocut­ores europeos no se toman en serio.

No sólo la mitad de los rebeldes se rajó, sino que media docena de diputados laboristas (de circunscri­pciones que votaron por la salida de Europa) se dejaron sobornar por la promesa de que los conservado­res les tratarán con guante blanco en las próximas elecciones generales (es decir, sus escaños no serán un blanco prioritari­o), y respaldaro­n al Gobierno. Ello no quiere decir que la cosa acabe así, porque el Brexit es como uno de esos culebrones que duran años, y el pulso sobre el papel del legislativ­o y el ejecutivo en las negociacio­nes volverá a repetirse cuando se voten el acuerdo comercial y la relación aduanera.

La realidad es que tanto tories como laboristas están divididos, y ambos ejércitos postergan la batalla final. En el caso del Brexit, Scarpia ha traicionad­o a Tosca, pero Cavaradoss­i todavía está vivo. Y aunque un final feliz no es previsible, la protagonis­ta (digamos que Gran Bretaña) aún no se ha suicidado.

El duelo entre el poder legislativ­o y el ejecutivo se reanudará cuando se discuta el acuerdo comercial

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HO / AFP El ministro británico del Brexit, David Davis, ayer en el Parlamento

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