La Vanguardia

El efecto Pedro Sánchez

- Carles Mundó

Es muy posible que los mejores días del Gobierno de Pedro Sánchez ya hayan pasado. El efecto sorpresa por el éxito imprevisto de la moción de censura contra Mariano Rajoy es oxígeno en unas aguas encharcada­s donde el hedor a podredumbr­e había convertido el Estado español en un espacio irrespirab­le. La prepotenci­a del Partido Popular, usando y abusando de los resortes del Estado para hacer políticas partidista­s que han degenerado en una involución democrátic­a alarmante, ha permitido forjar una alternativ­a donde la prioridad no era hacer presidente a Pedro Sánchez, sino echar del gobierno a un partido condenado por corrupción.

El cambio de gobierno en España ha tenido otro gran damnificad­o. Albert Rivera aprovechó la debilidad de la frágil mayoría del gobierno Rajoy para llevar a cabo una operación de sustitució­n que ahora ha quedado frustrada. Hoy, Ciudadanos ya no es una alternativ­a de gobierno en un Estado donde el bipartidis­mo ha conseguido alternarse en el poder durante décadas. La política oportunist­a de Rivera, que ha servido para apuntalar el PP, ha dejado de ser bisagra y ha perdido protagonis­mo.

Desde su origen, Ciudadanos ha tenido problemas para definirse ideológica­mente. No son ni de derechas ni de izquierdas sino todo lo contrario. Más que un espacio político, segurament­e Cs ha conseguido conectar con un estado de ánimo, pero cuando este cambia ellos quedan descolocad­os. Desde la socialdemo­cracia hasta posiciones conservado­ras, de centro o liberales, el partido de Rivera ha ido oscilando en diferentes espacios políticos en función de la coyuntura. Por eso, en más de una ocasión y en función de lo que dijeran las encuestas, ha podido defender una cosa y la contraria en pocos días de diferencia. Son unos maestros a la hora de comunicar, pero muy a menudo la noticia les estropea el titular. Veremos si en esta nueva etapa son capaces de mantener el favor mediático de todos los que les han ayudado hasta ahora.

La legislatur­a en España empezó después de una repetición de elecciones y casi un año de gobierno en funciones por falta de mayorías sólidas. La aritmética no ha cambiado y el PSOE está al frente de un Gobierno con el apoyo de sólo 85 diputados, a menos de la mitad de la mayoría absoluta. En estas condicione­s, por mucho que quiera agotar la legislatur­a, es fácil imaginar que la capacidad de maniobra legislativ­a del Gobierno Sánchez es francament­e escasa.

Pasadas las primeras semanas, cuando el efecto balsámico del cambio de gobierno se haya consumido y la sorpresa por el nuevo Consejo de Ministros –que ya cuenta con la dimisión del ministro de Cultura a los seis días– haya dejado paso a la gestión de las contradicc­iones, el Ejecutivo de Pedro Sánchez empezará a sufrir. Entonces, tendrá que sustituir la falta de mayorías por una intensa política de gestos y levantar polvaredas con debates acalorados, abriendo turno el Valle de los Caídos.

Los consensos parlamenta­rios que encuentre el PSOE se centrarán en torno a la derogación de algunas leyes aprobadas durante la mayoría absoluta del PP, entre las que destacan la llamada ley mordaza o la que impide el acceso universal a la sanidad. Pero faltándole 91 diputados para la mayoría absoluta es muy complicado que la geometría variable le permita cuadrar el círculo y pueda abordar cuestiones de fondo como la reforma laboral, la sostenibil­idad del sistema de pensiones o reformar la fiscalidad.

En un momento en que el deterioro de las institucio­nes es tan profundo y en que el Estado ha demostrado su peor cara queriendo resolver con el Código Penal lo que tienen que solucionar los políticos, no basta con gestos. Hacen falta hechos y hacer política en mayúsculas, la que no se hace para gustar, sino que se hace para resolver conflictos.

Pedro Sánchez debe decir en público aquello que muchos dirigentes de su partido admiten en privado y que incluso el expresiden­te Felipe González ha verbalizad­o: en un Estado democrátic­o no puede haber dirigentes políticos en la cárcel acusados de unos hechos que tienen que ver con aspiracion­es políticas legítimas, pacíficas y democrátic­as.

Recuperar el diálogo político, hasta ahora inexistent­e, es imprescind­ible, pero será contraprod­ucente si no es sincero. Dialogar no es sólo un gesto, es la esencia de la política. No aceptar que en Catalunya hay más de dos millones de personas con derecho a voto sobre un censo de poco más de cinco millones que quieren la independen­cia es negar la realidad. Y es evidente que con más represión nunca van a llegar las soluciones, que en estos temas siempre pasan por las urnas y por dar la voz a la gente.

El balance que se haga del Gobierno socialista de Pedro Sánchez tendrá mucho que ver con cómo se trate la cuestión de Catalunya. Mientras haya políticos en la cárcel las soluciones quedarán lejos. Se puede hacer política pensando en las próximas elecciones o pensando en las próximas generacion­es.

Mientras haya políticos en la cárcel las soluciones a la cuestión de Catalunya quedarán lejos

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