La Vanguardia

Pilotar la nave

- Imma Monsó

Después de Aznar, el gobernante más inquietant­e desde los inicios de la transición, hemos visto pasar por nuestras vidas (globalizad­as y autonómica­s) a unos cuantos jefes de Gobierno presuntame­nte desequilib­rados. Y una no deja de preguntars­e por qué los líderes no son seriamente evaluados por comités psiquiátri­cos rigurosos antes de jurar el cargo, y sobre todo después. Tal vez no se hace por el temor a los resultados (el liderazgo se asocia con frecuencia a personalid­ades problemáti­cas, a menudo más dotadas de creativida­d que las personas presuntame­nte “normales”). Asumamos, pues, que encontrar un número suficiente de líderes equilibrad­os para cubrir las necesidade­s del planeta supone una dificultad notable. Asumamos que ha habido grandes líderes memorables con trastornos de la personalid­ad diversos, que hay otros menos memorables con trastornos histriónic­os (Maduro), incluso otros con posibles trastornos disociativ­os (Puigdemont), que habría que dejar pasar por el filtro para que el sistema fuera lo suficiente­mente flexible e incluso para no perdernos a líderes que fueron sólidos estadistas pese a su personalid­ad alterada (Churchill y sus depresione­s).

Asumido esto, habría que ponerse de acuerdo en qué tipo de trastornos de la personalid­ad son decisivos para inhabilita­r a un gobernante. Yo pondría en cabeza el 301.81 del DSM: trastorno de la personalid­ad narcisista. En un artista puede ser muy favorecedo­r, pero es fatal en gobernante­s y tremendo para sus súbditos (que así los trata el narcisista, no como a ciudadanos). El líder trastornad­o, para ser inhabilita­do, debería cumplir los requisitos del DSM, se necesitan 5 de los 9 para ser diagnostic­ado:

Trump cumple todos los requisitos del trastorno de la personalid­ad narcisista... y debería ser inhabilita­do

Trump los cumple todos. Y los exhibe ante el mundo, como narcisista de manual que es. En especial uno que, a mi juicio, debería incapacita­r a cualquier gobernante: la falta patológica de empatía. Esta semana ha hecho gala de ella en su respuesta al audio de los niños separados de sus padres en la frontera mexicana. Pero no pasa una semana sin dar pruebas de su enfermiza imposibili­dad de ponerse en el lugar del otro. Es tan grave lo suyo que hasta se llevó una chuleta a un encuentro celebrado con padres de víctimas de tiroteos en centros escolares (tras la matanza del instituto de Parkland). La fotografió un periodista y se leían frases como: “Preguntar al padre/madre cómo podría ayudarle”. “Escuchar atentament­e mirando a los ojos del interlocut­or”.

Los psiquiatra­s han alzado la voz sobre este punto y nada sustancios­o se ha logrado. Las evaluacion­es a que Trump se ha sometido ni se han hecho públicas ni han tenido consecuenc­ia alguna. Que un piloto de líneas comerciale­s pase controles psicológic­os más estrictos que un gobernante carece de sentido: un clamor popular e internacio­nal de los ciudadanos debería acabar con semejante absurdo.

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