La Vanguardia

Otra batalla: los traslados

- PÉREZ DE ROZAS / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

Un Mariano Fortuny, pintor que prometía, recibió el encargo de la Diputación de Barcelona para pintar un cuadro sobre la campaña militar africana.

No se trataba de un tema baladí, pues era una obra que había de comunicar al espectador toda la épica de la expedición a Marruecos, en la que tomaban parte los voluntario­s catalanes y un celebrado general Prim que comandaba. Ambos eran reusenses.

Se quería un gran cuadro. Y cuando las autoridade­s empleaban tal calificati­vo no se referían a la calidad, sino a la dimensión. El precio ofrecido era razonable, mientras que el formato resultó excesivo para un pintor que, ante un lienzo tan enorme, podía perder el control y sentirse algo perdido. Nada menos que tres metros de altura y casi diez de anchura. Ni que decir tiene que se trataba de todo un desafío.

En cierto modo, se esperaba que Fortuny fuera el cronista plástico de la campaña, mientras el escritor Pedro Antonio de Alarcón, el literario. El trabajo creativo de ambos dio como resultado La batalla de Tetuán y Diario de un testigo de la guerra de África, respectiva­mente.

Fortuny estuvo en aquel escenario varios meses, presenció la cruda realidad en la batalla de Wad-Ras, e incluso a punto estuvo de ser fusilado al ser tomado por inglés, pero lo que más le enriqueció fue descubrir la luz, el ambiente urbano o no, los tipos humanos, la vestimenta, aquel costumbris­mo tan distinto.

Entre 1863 y 1865 libró su personal e íntima batalla pictórica, que le ocasionó problemas e insatisfac­ción, hasta el extremo de que no terminó la obra, sino que prefirió no entregarlo y devolver el dinero del encargo. Le valió ser tenido por “vanidoso e ingrato”. Mereció críticas en contra. El desenlace fue que lo recompraro­n a la viuda, para así colgarlo en 1888 en el salón de sesiones de la Diputación. Fue mal situado y peor iluminado.

Y principió este imprudente vaivén de traslados. En 1891 es exhibido en la Primera Exposició General de Belles Arts, y no regresa hasta 1919. En 1920 los bomberos lo llevan a mano para ser colgado en el palacio de Belles Arts, y vuelve a la Diputación. En 1929 es portado al Palau Nacional de Montjuïc. Durante la guerra incivil y por temor a los bombardeos se envía a Olot. En 1939 se retorna a Montjuïc. En 1940 se muestra en Reus, y es devuelto a la Ciutadella. En 1955 se cuelga en el Palau Nacional y en 1957 regresa a la Ciutadella. En 1962 se muestra en el Tinell, y vuelta a la Ciutadella. Se envía a Montjuïc para una breve exposición temporal, y torna a la Ciutadella. En el 2004 se instala para, al fin, reposar en el MNAC, museo que le dedicó una buena exposición en el 2013.

Y dije vaivén imprudente de traslados: basta ver las condicione­s en que se realizaban, tal como ilustra la fotografía que se muestra. Era el estilo que se practicaba en otra época, que por fortuna no ha vuelto.

La obra de Fortuny ‘La batalla de Tetuán’ sufrió un incontable sinfín de idas y venidas

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Sobrecoge pensar en el peligro que corría la pintura de Fortuny en este traslado de 1957

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