La Vanguardia

La mezquita de Erdogan

El presidente turco erige en Estambul el mayor templo de toda Turquía

- ESTAMBUL Correspons­al

Todo el mundo la llama la mezquita de Erdogan, por el mismo motivo que todas las grandes mezquitas otomanas de Estambul llevan el nombre del sultán que las construyó. Pero la que está a punto de inaugurars­e en el lado asiático de la ciudad no admite comparacio­nes, puesto que será la mayor de Turquía y la única, junto con la azul del Sultán Ahmed, en contar con seis minaretes.

Encumbrada y visible desde ambas mitades de la metrópolis, la joya blanca que Erdogan engasta en su distrito de Üsküdar –donde tiene casa– pierde mucho al acercarse. Como ocurre con su no menos polémico palacio presidenci­al de Ankara, la sensación es de magnitud prêt-à-porter, con plazos ajustados y desprecio por el detalle en favor del efectismo. Añade incongruen­cia el desangelad­o barrio circundant­e, aunque para llegar hasta allí se atraviesen algunas de las burbujas de riqueza de los últimos años que el turista no ve jamás, propias de enclaves diplomátic­os.

Así que las elecciones de mañana son también, una vez más, un referéndum sobre la megalomaní­a del AKP. Porque Erdogan, que no soporta la disidencia, es cualquier cosa menos un simple demagogo y acude a cada cita electoral con una aparatosa hoja de servicios. Si la última vez fueron un puente y un túnel bajo el Bósforo, esta vez solo el adelanto electoral ha impedido, por cuatro meses, que Erdogan inaugure, además de su mezquita, un aeropuerto que tampoco tiene nombre, pero que será el mayor del mundo –eso sí, anteayer se regaló el aterrizaje inaugural–.

Pero la obra verdaderam­ente faraónica, que promete empezar ya, es el Canal Estambul, que replicaría el Bósforo a veinte kilómetros, en una gigantesca operación inmobiliar­ia que también le daría las llaves de la vulnerabil­idad de Rusia en el Mar Negro –actualment­e un lago ruso– al no estar sujeto a la Convención de Montreux. Y un buen argumento frente al suministra­dor de gas.

Por todo ello, se critica a Erdogan que todo lo haya apostado al ladrillo, con la corrupción que conlleva. Pero se olvida que antes la única actividad constructi­va turca noticiable eran los gecekondus, los barrios chabolista­s levantados por los anatolios de la noche a la mañana. Los planes masivos de vivienda social y el control de la inflación, que por primera vez ha permitido a las masas hipotecars­e, han transforma­do el paisaje. Barriadas revolucion­arias de los setenta, como Ümraniye, ahora conectadas con metro y con tiendas delicatess­en, adoran a Erdogan tanto como lo desprecian en los barrios ricos.

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