La Vanguardia

ABIERTO HASTA QUE DIOS QUIERA

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El treintañer­o Gerardo pide conversar en inglés para que su amigo gringo participe en la charla sobre el Mundial de fútbol. ¿Messi o Cristiano Ronaldo? Esta es la cuestión.

“A mi lo que me apasiona es la ópera –sorprende Gerardo con su cambio de ritmo–, sobre todo Plácido Domingo y Carreras. Pavarotti era el peor de los tres ”, bromea.

Representa­n a las nuevas generacion­es, influidas por el hipsterism­o del entorno. “Vengo por el ambiente, por la música, por la gente, es un sitio auténtico, te vistes como quieres y nadie te dice nada”, sostiene Débora, argentina que luce un top escaso, con dos años de estancia neoyorquin­a.

Este lugar no tiene nombre. No hay letrero. Como dice la jefa, María Antonia –de aquí Toñitas–, es el Caribbean Club que surgió como sede del equipo de peloteros (béisbol), que jugaba en un parque cercano. “El Ayuntamien­to empezó a pedir mucho por el alquiler del campo, no podíamos vender cerveza, se acabaron los fondos”. Su equipo, como los otros siete del vecindario, se disolvió. La sede se mantuvo gracias a ella. “Es una filántropa”, subraya el jubilado José, llegado desde Puerto Rico de vacaciones tras residir en Nueva York medio siglo.

La dueña alimenta gratis a la gente, en especial los domingos a la hora de la comida. Recibe a los sintecho como si fuera su hogar. “Esto no es trabajo, es entretenim­iento”, insiste. Asegura la dama de los anillos que seguirá mientras le aguanten las fuerzas o, según sus propias palabras, “abierto hasta que Dios quiera”.

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