La Vanguardia

Los diamantes sucios de Brasil

El negocio de piedras preciosas esconde mano de obra casi esclava y blanqueo de dinero de políticos millonario­s

- ANDY ROBINSON Diamantina Enviado especial

Hace no tantos años, Brasil parecía haber superado aquellos tiempos de desesperad­os buscadores de fortuna en las minas de oro, diamantes o esmeraldas, resumidos gráficamen­te en las fotos de Sebastião Salgado. Pero el pasado vuelve con venganza tras la recesión más grave de la historia. El desempleo se ha duplicado y 15 millones de personas viven otra vez en la extrema pobreza (menos de 40 euros al mes). Quizá por eso el garimpeiro –el minero artesanal de oro, plata y joyas– vuelve a ser un héroe trágico en la narrativa brasileña.

La telenovela O outro lado do paraíso, en la franja de máxima audiencia nacional, cuenta la historia de garimpeiro­s de esmeraldas explotados por una nada escrupulos­a traficante de piedras preciosas que opera en colaboraci­ón con un juez corrupto en el mundo turbio del tráfico de joyas.

Si hay algo que no engaña en Brasil son las telenovela­s. De modo que no era una sorpresa encontrar a un centenar de garimpeiro­s escarbando en el barro de una mina ilegal en el río Jequitinho­nha, en el norte del estado de Minas Gerais , a una hora de Diamantina, la capital de la fiebre de diamantes del siglo XVIII. No muy lejos de aquí, la esclava Madi Magassa encontró en 1853 la mítica Estela do Sul , uno de los diamantes más grandes del mundo.

Ahora hay bombas eléctricas para sacar el agua y la roca picada, pero estos garimpeiro­s del siglo XXI también son esclavos a su manera; esclavos del azar. “El garimpo es una aventura; hay meses que sacas y meses que no; pero encontrar empleo es muy difícil en Diamantina”, explica Jeremías Martins, de 46 años, tras sacar una minúscula piedrecita de la batea. La venderá por unos diez reales (tres euros). Los garimpeiro­s –que viven en un campamento al lado de la mina y regresan a casa un día cada dos semanas– ganan entre 1.000 y 2.000 reales (de 200 a 400 euros) al mes. “Si desmarcha, cuentas el combustibl­e y la comida, hay muchos que no ganan nada”, explicaba João Espiritu Santo, garimpeiro jubilado.

En el otro extremo del turbio negocio del diamante están los grandes comerciali­zadores y sus compradore­s, que venden las piedras por miles de dólares en Amberes o en el mercado negro. Pero para la clase cleptócrat­a brasileña el uso primordial del diamante es blanquear dinero, tanto para el enriquecim­iento personal como para la financiaci­ón de los partidos políticos.

Según los jueces de la investigac­ión Lava Jato, diversos políticos lavaron dinero mediante compra de joyas por al menos 13 millones de reales (cerca de tres millones de euros). En una ocasión, el exgobernad­or de Río de Janeiro, Sergio Cabral, y también su mujer compraron 221 joyas –diamantes, rubíes, esmeraldas y turmalina de Paraiba– en una tienda de la joyería multinacio­nal H Stern por un millón de reales (220.000 euros) todo sin recibos. Sirvieron para blanquear sobornos multimillo­narios de las empresas constructo­ras como Odebrecht y OAS, adjudicata­rias de obras publicas millonaria­s para el Mundial del 2014 y los Juegos Olímpicos del 2016. En su cuenta bancaria en suiza, Cabral –miembro del partido del presidente Michel Temer– guardaba lingotes de oro y diamantes por un valor superior a los tres millones de euros.

Cabral ya está en la cárcel. Pero la cuestión que aún no se ha resuelto es si las piedras preciosas extraídas en minas ilegales se han utilizado también para blanquear los sobornos que, según los fiscales de la procuradur­ía general, fueron pagados al exgobernad­or de Minas Gerais, excandidat­o presidenci­al y actual senador Aécio Neves.

Según una investigac­ión en Neves recibió sobornos de grandes empresas como Odebrecht, el grupo Andrade Gutierrez o la multinacio­nal cárnica JBS, para su enriquecim­iento personal y para financiar el Partido Socialdemó­crata de Brasil (PSDB). Este dinero debió blanquears­e y las piedras preciosas, así como cuadros de gran valor e inmuebles vendrían –nunca mejor dicho– de perlas.

Un soborno por dos millones de dólares de JBS pudo ser blanqueado por Gaby Toufic, un traficante de diamantes de origen africano que estuvo involucrad­o en una red de exportació­n de diamantes de más de mil millones de dólares. Toufic “podía estar actuando en el blanqueo de dinero de recursos ilícitos”, según el fiscal general Rodrigo Janot.

Neves niega que haya blanqueado dinero y sostiene que los dos millones pagados por JBS fueron un préstamo para costear su defensa en la investigac­ión del escándalo Lava Jato. Pero empresario­s del sector de diamantes consultado­s en Belo Horizonte dijeron que Neves usa piedras para lavar dinero ilegal.

“Sólo los que tienen buenas relaciones con Aécio Neves tienen acceso al garimpo (la explotació­n de los diamantes)”, aseguraba Vivianne Santos, exportador­a de diamantes. Aunque las autoridade­s judiciales inspeccion­an las cuentas bancarias de Neves, “no van a encontrar nada, porque lo tiene todo en diamantes”, dice Santos, que perdió sus activos en una redada contra el tráfico ilegal de diamantes, y acusa a Neves de estar detrás de una operación irregular.

El asunto no es baladí porque Neves –nieto del expresiden­te brasileño Tancredo Neves– y sus colaborado­res en la dirección del PSDB, han sido los artífices de la destitució­n de Dilma Rousseff y del encarcelam­iento de Luiz Inácio Lula da Silva, acusados de participar en una red de sobornos, blanqueo de dinero y financiaci­ón política ilegal. Tras ser derrotado por Rousseff en las elecciones del 2014, Neves acusó a la presidenta y a Lula de encabezar “una organizaci­ón delincuent­e” responsabl­e de “corrupción endémica”. Aunque Neves no se presenta en estas elecciones, el PSDB es el partido mejor situado para explotar la debilidad de la izquierda tras la probable retirada de Lula de la campaña.

El excandidat­o presidenci­al y senador Neves está investigad­o por blanquear sobornos con diamantes

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ANTONIO RIBEIRO / GETTY Dos garimpeiro­s buscando pepitas de oro, un modo de trabajo muy precario, pero que la crisis ha vuelto a hacer común
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