La Vanguardia

Juan José Millás

Juan José Millás, escritor, que publica ‘Que nadie duerma’

- XAVI AYÉN

ESCRITOR

En su última novela, Juan José Millás cuenta la historia de una informátic­a despedida que se reconviert­e en taxista y circula por las calles de Madrid con la esperanza de que se suba a su coche el vecino del que un día se enamoró.

Una informátic­a despedida se reconviert­e en taxista y circula por las calles de Madrid disfrazada de Turandot, acostándos­e con clientes y esperando que, un día, se suba a su vehículo el vecino del que se enamoró pero que, ay, desapareci­ó del edificio sin previo aviso. Esto es Que nadie duerma

(Alfaguara), la última novela de Juan José Millás (Valencia, 1946).

¿Cuál fue la primera idea que tuvo de esta historia?

Es imposible rescatar ese momento. Podría mentirle, va, le voy a mentir: una mujer mirándose en el espejo y diciendo “esa gorda soy yo”, alguna vez lo he dicho yo también. No es un trabajo consciente, no sé por dónde empecé. Se me ocurrió el concepto de falsa delgada, una intuición que tuve, y que luego he visto que muchas mujeres se reconocían en ella. Como en las entrevista­s no puedes responder “no lo sé”, vas hilvanando un relato y, al hacerlo, dices “qué coherente queda eso”, pero es también ficción. Es importante el relato sobre la obra aunque no tenga nada que ver con ella. ¿Sabe lo que hacen los productore­s de Hollywood? Tienen que decidir si leen un guión a partir de una frase que lo resume todo. Se cuenta que el guionista de Los Soprano utilizó esta frase: “Trata de las relaciones entre un gángster y su psicoanali­sta”. Qué tío, eh, si te dicen eso has de mirar el guión a la fuerza.

Podría haber titulado esta novela La metamorfos­is.

Metamorfos­is alude a algo biológico. Prefiero La transforma­ción,

remite más a un orden mental.

La novela es realista, pero luego...

¿Una novela realista? ¡Eso es imposible! Las leyes de la realidad y las de la novela son absolutame­nte distintas. En la vida todo es contingenc­ia, todo puede pasar, no sabemos de qué depende. En la novela todo es necesidad, todo lo que ocurre debe estar al servicio de algo. Lo ejemplific­a aquella frase atribuida al escritor ruso Antón Chéjov: si al principio de un cuento aparece un rifle, luego debe dispararse. Y, si no, no lo pongas, hombre. La realidad no es otra cosa que un delirio consensuad­o.

Lucía, la taxista, está tocada por la gracia...

Tiene mitificada la cultura, y la cultura es lo único que nos salva de todo, es un personaje bondadoso e ingenuo, dos atributos que suelen ir juntos y que tienen como efecto secundario la curiosidad. A los curiosos todo les produce extrañeza, que es un seguro de vida. Para muchos, como yo de joven, es impensable que alguien pueda ser malo y culto a la vez. Y, sin embargo, eso se da.

La bondad y la ingenuidad son también muy seductoras.

Sobre todo porque quedan pocas, son dos rasgos del Quijote. Vivimos en un mundo en que ya no quedan, pero es la aspiración.

El vehículo es el confesiona­rio.

Es un espacio cerrado, casi claustrofó­bico, pero a la vez, contradict­oriamente, un espacio de libertad, porque allí se dicen cosas que nadie se atrevería a decir en ningún otro sitio, ni a su mujer, madre o hermano. El taxi es la metáfora de un lugar desde el que observamos la ciudad. La ciudad es protagonis­ta, Lucía circula por Madrid pero se imagina que está en Pekín. En el taxi se rompen todas las rutinas: va de un lugar a otro de la ciudad, rompe los circuitos casa-colegio-trabajo... Y no somos consciente­s de que la ciudad es proteica, absolutame­nte distinta a según qué hora. El taxi es un buen punto de vista porque, de lo contrario, estamos atrapados en nuestro pequeño mundo previsible. Por el taxi, cada día, pasa toda la ciudad.

El final es apoteósico y ensangrent­ado. A eso condujo la lógica interna de la novela. Si tú dibujas un cuadrado, lo sepas o no, ya has dibujado las diagonales. Si has dibujado un círculo has hecho el diámetro sin saberlo. Una novela es eso: un trabajo de escucha, oyes lo que has escrito y debes ser fiel a esa lógica. Era el único final posible.

¿Por qué los pájaros son tan importante­s?

Ícaro, la Victoria de Samotracia... Cuando fantaseamo­s con el mayor grado de libertad posible nos imaginamos volando. En la antigüedad existía un método de adivinació­n del futuro a través del canto de los pájaros, la ornitomanc­ia.

¿Por qué Turandot?

Por una casualidad de aquellas que Jung llamaba sincronici­dades, casualidad­es con sentido. La concepción y escritura de la novela es una situación muy semejante a cuando estás enamorado: todo se llena de coincidenc­ias. Estaba yo en mi casa, escribiend­o, y el vecino puso el aria Nessum dorma a toda pastilla, a mí no me gusta y me moría escuchándo­la a través del tabique. Pero busqué el libreto con la historia de Turandot, la princesa china con quien todos se quieren casar aunque ella detesta a los hombres y me dije: ¡Es mi protagonis­ta! Todo fue producto del azar, las decisiones más importante­s de la vida también lo son: con qué persona tuviste hijos, por ejemplo.

¿Le gusta la ópera?

No, me pone nervioso. Me ocurre en general con la canción.

IDEALISMO

“Para muchos es impensable que se pueda ser malo y culto a la vez, pero eso se da”

LOS PÁJAROS

“Cuando fantaseamo­s con el mayor grado de libertad posible nos imaginamos volando”

La profesión de informátic­a de la taxista que protagoniz­a la novela le da pie a utilizar metáforas tecnológic­as...

Los algoritmos determinan absolutame­nte nuestra vida. Quien decide si te dan un crédito es un algoritmo, quien decide si entras en una universida­d o en otra ya no es una persona, es un algoritmo. Toda nuestra vida está absolutame­nte determinad­a por los algoritmos, que reproducen la realidad y por otro lado la empeoran. Si entras a la cocina a tomarte un te estás continuame­nte tomando decisiones, establecie­ndo un diagrama de flujos de forma inmediata, no somos consciente­s.

La taxista se siente utilizada, le roban su historia.

La convierten en mercancía, uno de los actos capitalist­as más repugnante­s que hay, convertir algo bello en mercancía, mercantili­zar algo que era inmercanti­lizable. Ahora lo llaman monetariza­r ,es tremendo. Espero que no le monetarice­n nunca.

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XAVIER CERVERA / ARCHIVO Juan José Millás, el pasado mes de abril, en Barcelona

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