La Vanguardia

Nueva liturgia televisiva

- Sergi Pàmies

La televisión ha modificado los rituales del fútbol. La adhesión que marcó la experienci­a de ir al estadio de nuestros padres y abuelos se ha transforma­do a través de un filtro omnipotent­e que establece nuevas jerarquías de interés en la grada. Más allá de la inquietant­e aparición del VAR, el Mundial ruso certifica que las emociones son más importante­s que el juego e impone esta verdad a través de un retrato individual y colectivo de los espectador­es. Un retrato que sigue la dictadura de eso que, para no admitir que la frivolidad nos sobrepasa, denominamo­s tendencias. Los aficionado­s llevan la camiseta de su equipo porque es una fuente de ingresos pero también porque le da vidilla cromática al espectácul­o. Pero no nos engañemos: los que nos inculcaron el amor al fútbol nunca habrían adoptado este nivel de etiqueta militante gregaria.

Cuando Andy Sidaris, director de deportes de la cadena ABC, decidió amenizar las retransmis­iones de partidos de fútbol americano con primeros planos de chicas bonitas, lo hizo convencido de que el juego no era lo bastante interesant­e. Igual que el fútbol americano anima al espectador a levantarse en medio de un partido para ir a por palomitas, se entendía que el televident­e agradecía esos primeros planos recreativo­s. El recurso evolucionó hasta alcanzar niveles altamente libidinoso­s y sexistas que han sido corregidos en los últimos grandes acontecimi­entos. Ahora las espectador­as guapas son parte de un repertorio en el que también se subrayan disfraces extravagan­tes, pelucas nacionales y pinturas de guerra. Y en función de la emoción del partido (como el Suecia-Alemania o el gol del honor de Panamá) se explican las emociones de desesperac­ión o euforia con la eficacia de los primeros planos. Hay quien aprovecha esta tendencia para participar de una lotería de la imagen más eficaz que Instagram. Cuenta la leyenda que Pamela Anderson fue descubiert­a gracias a uno de estos primeros planos en un acontecimi­ento deportivo en Canadá.

Si Sidaris presumía de haber inventado los honey shots, ahora se impone una búsqueda más emocional, de cine mudo, que ignora a los espectador­es que, sin necesidad de disfrazars­e, participan críticamen­te en la liturgia futbolísti­ca. La perversión de este modelo de espectácul­o, que explica sólo parte del todo, consagra la supremacía del resultado y las emociones sobre cualquier otro elemento y lo hace en un contexto en el que, paradójica­mente, se censura la espontanei­dad vandálica o política (Jimmy Jump y otros narcisismo­s de emboscada). Total: que al final descubrimo­s que Manolo el del Bombo (nuestra Pamela Anderson), que hace décadas nos parecía un anacronism­o grotesco, era un visionario y un pionero, el prototipo de lo que la industria quiere que seamos.

Hoy interesa que el espectador lleva la camiseta de su equipo por razones televisiva­s

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