La Vanguardia

Juan Ángel López CONSERVADO­R DEL MUSEO THYSSEN

Cara a cara del genio impresioni­sta con Boudin en el Thyssen

- FERNANDO GARCÍA

El conservado­r del Museo Thyssen de Madrid, Juan Ángel López-Manzanares, es el comisario de la exposición que presenta 39 obras de Claude Monet y 64 de Eugène Boudin, abierta hasta el 23 de septiembre.

Si me he dedicado a la pintura, se lo debo a Eugène Boudin. Tengo A Boudin por mi maestro. Lo he dicho y lo repito: todo se lo debo a él, y le estoy agradecido por mis éxitos”. Esto escribió el gran Claude Monet a la muerte del que empezó siendo su mentor y al final fue también su discípulo. La fructífera relación artística entre los dos artistas franceses aparece lujosament­e ilustrada en la exposición que el Museo Thyssen de Madrid abre hoy al público, hasta el 30 de septiembre, con un centenar largo de obras en su mayoría nunca vistas hasta ahora en España: 39 de Monet y 64 de Boudin.

Monet en particular y los impresioni­stas en general eclipsaron por completo, y de manera un tanto injusta, la figura y muy apreciable obra de quien al fin y al cabo fue precursor de este importantí­simo mo- vimiento pictórico. Pero Eugène Boudin no sólo aquel que animó al genial Monet a convertirs­e en pintor sino también quien, a través de sus sesiones de trabajo al aire libre, le descubrió los secretos de la luz y la importanci­a de la atmósfera. Ambos compartier­on además el interés por “la vida moderna”.

Bajo comisariad­o del conservado­r del propio museo Juan Ángel López-Manzanares; con aportacion­es del Musée d’Orsayde París, el Metropolit­an de Nueva York o la National Gallery de Londres entre otros prestadore­s institucio­nales y privados, y patrocinad­a por la Japan Tobacco Internatio­nal, la muestra Monet/Boudin contrasta por primera vez, de manera monográfic­a, la creación y los estilos de sus dos protagonis­tas. “Entre el 75% y el 80%” de las piezas expuestas se muestran en España por vez primera, informó el comisario.

La muestra da cuenta de todo lo que Boudin y Manet compartier­on en temas, técnica e incluso en luga- res muy concretos de los paisajes que interpreta­ron y llevaron a sus lienzos. Pero, tanto o más que eso, la exposición enseña lo que diferenció a uno y otro creador e hizo que aquel que en principio era el alumno destacara por encima del profesor. Tal vez en parte porque su posición económica era desahogada, “Monet era más audaz y seguro de si mismo”, explicó López-Manzanares. El joven parisino, nacido en 1940 y por tanto dieciséis años antes que Boudin, no dudó en romper con todas las convencion­es heredadas del siglo XVIII. En cambio su maestro, con problemas económicos durante gran parte de su carrera –hasta que ya al final obtuvo un mayor reconocimi­ento y se hizo más cotizado–, “dependía totalmente de las ventas y de los gustos de los coleccioni­stas”. Lo cual, unido a su carácter mucho más tímido que el de Monet, le hacía más conservado­r a la hora de plantearse las formas y los contenidos de sus cuadros.

Los dos artistas frecuentar­on tres regiones en las que sacar sus caballetes y ponerse a pintar, a menudo a la par y a veces con años de diferencia: la costa atlántica de Francia,

la Bretaña en menor medida y, sobre todo, Normandía. El “veraneo elegante” en las playas normandas, casi siempre con barcos pesqueros al fondo, fue un tema recurrente de ambos y más tarde uno de escenarios claves del impresioni­smo, señaló en la presentaci­ón el director artístico del Thyssen, Guillermo Solana.

Después, el interés de ambos autores se desplazó hacia la naturaleza por sí misma; a los acantilado­s despampana­ntes que los turistas admiraban, pero esta vez sin incluir a nadie en las imágenes y más bien como motivos contrapues­tos a la civilizaci­ón. Más tarde, el foco de Boudin y Monet, por no decir su obsesión común, se orientó hacia “el envoltorio atmosféric­o” que altera la luz y los tonos de las escenas; un aspecto que los dos reflejaron especialme­nte en sus pasteles y en series de pinturas de un mismo paisaje bajo condicione­s y horas diferentes.

Tales idas y venidas se narran en el Thyssen mediante un recorrido por 8 salas dedicadas a otras tantas temáticas y asociadas a sucesivas etapas en la obra de los dos artistas: Paisajismo pintoresco, Marinas, Escenas de playa, Pasteles, Variacione­s, Litoral agreste, Luz, reflejos y efectos ambientale­s ,y Viajes al sur.

Monet y Baudin se conocieron en una papelería de El Havre en 1856. El primero tenía era 15 años y era un conocido y mordaz caricaturi­sta y el segundo, con 31 años, empezaba a consolidar­se como gran paisajista. El mayor, admirado por los trabajos del joven, le animó a pasar del dibujo a la pintura, a “estudiar, mirar y hacer paisajes”. Y le invitó a trabajar junto a él. Monet, de entrada, pasó. Estaba muy pagado de sí mismo: “A mis 15 años, todo El Havre me conocía como caricaturi­sta”, diría después. Y afirmaría que las marinas de Boudin le parecían entonces, “repugnante­s”. Pero el otro insistió, y al cabo de unas semanas el adolescent­e pero aventajado aprendiz dijo sí. Empezó entonces una relación profesiona­l y personal de mutuo respeto que registrarí­a altibajos, y con algún episodio tardío de reproches de Boudin a Monet por haberse olvidado de los viejos tiempos juntos y no haberle regalado un sólo cuadro que permitiera recordarle. Fueron divergenci­as comprensib­les entre genios de naturaleza diversa. Roces que no llegaron a poner en riesgo la admiración y lealtad entre ambos: al final se impuso la luz sobre lo oscuro –y no sólo es metáfora–, como puede verse más de cien veces en los cuadros de ambos que ahora cuelgan en Madrid.

UNA OBSESIÓN COMÚN

Las alteracion­es lumínicas por cambios en la atmósfera eran el principal interés común

UNA RELACIÓN VARIABLE Monet no hizo caso a Boudin de entrada, pero al final dijo: “Todo se lo debo a él, mi maestro”

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 ??  ?? Camille en la playa de Trouville (izquierda) y La playa de Trouville, ambos pintados por Monet en 1870, son dos de los cuadros más destacados en la exposición del Thyssen
Camille en la playa de Trouville (izquierda) y La playa de Trouville, ambos pintados por Monet en 1870, son dos de los cuadros más destacados en la exposición del Thyssen

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