Sin visado
JAVIER Solana duerme poco, pero bien. Le recuerdo hace diez años corriendo a las seis de la mañana por Bruselas, mientras escuchaba en su iPod una ópera de Donizetti, cuando era el Alto Representante del Consejo para la Política Exterior y de Seguridad Común. Como el nombre del cargo era inacabable, se le conocía por el acrónimo Mister PESC y, por calificarlo de alguna manera, era lo más parecido al ministro de Exteriores de la UE. Sin embargo, Solana no se acostaba nunca antes de medianoche, porque era cuando le llamaba Condoleezza Rice, la secretaria de Estado de George W. Bush. A diario comentaban la actualidad política de la jornada, en lo que se convirtió en una relación bastante parecida a la amistad. Rice valoraba mucho las opiniones de Solana, quien había sido antes ministro de Exteriores de España y secretario general de la OTAN. Solana era un americanófilo desde joven, hasta el punto que completó sus estudios en la Universidad de Virginia gracias a una beca Fulbright, tras haber cursado la carrera de Física en Madrid.
Que alguien con un currículum así haya visto denegada la autorización electrónica para su entrada a Estados Unidos debido a sus viajes a Irán, uno de los países incluidos por Donald Trump en su lista negra, no tiene ninguna lógica. Como tantas cosas que ocurren últimamente en esa gran nación del otro lado del Atlántico. No viajó por placer, sino encabezando la delegación europea que alcanzó el acuerdo nuclear. Su última visita al país fue en el 2013, para la toma de posesión del primer ministro Hasan Rohani.
Solana, fino diplomático, le ha quitado importancia al incidente y ha asegurado que está en trámites para obtener el visado. El novelista Juan Valera, que consiguió ser embajador en EE.UU. a mediados del siglo XIX, escribió que sabiendo bailar la polca y comer foie gras, uno ya estaba preparado para la diplomacia. La decisión de negar el visado es más propia de un diplomático con estos criterios.