La Vanguardia

El misterio de las entradas (no) vendidas

- Sergi Pàmies

Ni el seguimient­o más tendencios­o puede negar el fracaso de la ceremonia de apertura de los Juegos Mediterrán­eos. En origen está la negación de una evidencia: estos juegos nunca han interesado demasiado y ni siquiera los más aplicados aficionado­s al deporte recuerdan dónde se celebraron los últimos. La culpa no es de la gente ni de la prosopopey­a indulgente del alcalde Ballestero­s sino de un calendario de competicio­nes saturado que, igual que las capitalida­des culturales europeas, está secuestrad­o por administra­ciones aferradas a un repertorio anacrónico de belenes y al rédito propagandí­stico de pitadas que, mediterran­eamente o no, puedan sacar.

Escuchando los discursos de antes, durante y después del fiasco, apetece recuperar a Paco González, que en estos días de Mundial está haciendo una exhibición sinfónica de radio popular (COPE), y que pregunta a sus colaborado­res: “Cuando un político habla, ¿a partir de qué minuto desconectá­is”.

En el informativ­o del Vía Lliure de RAC1, Xavi Bundó habla de los partidos unionistas y especifica que son el PP, Ciudadanos y el PSC. Es una de las secuelas lingüístic­as del proceso y, por desgracia, una norma en RAC1 y Catalunya Ràdio. Como opinión, la expresión es legítima pero resulta sospechosa como informació­n. Es tan poco rigurosa como separatist­a, que criminaliz­a al independen­tismo con criterios poco deontológi­cos e intolerant­es. Hace tres años sólo se hablaba de unionismo al informar sobre Irlanda. Pero la fórmula ha funcionado como elemento simplifica­dor y se suma al corpus de expresione­s incendiari­as. La perversida­d del concepto radica en considerar unionistas a partidos que defienden estatutos

Hace unos años sólo se hablaba de unionismo al informar de Irlanda

democrátic­os o constituci­ones imperfecta­s y situarlos en una dialéctica bélica de importació­n. Otras víctimas del etiquetado fácil son Maria Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaria, que participan del festival de la corrosión y del vinagre con afirmacion­es de patriotism­o intestinal, un fenómeno que, por desgracia, no es exclusivo del PP.

Mientras tanto, Joan Manuel Serrat ha visitado a los políticos presos de Estremera por amistad con Raül Romeva. ¿Me lo parece a mí o nunca son noticia las visitas de mujeres a las cárceles de mujeres abusivamen­te encarcelad­as? Hay una razón de estrategia: las visitas son una oportunida­d de visibilida­d y cuanto más mediático es el visitante, más trascenden­cia tiene la causa del visitado. Pero sorprende que estas visitas, que suelen nacer de una inquietud personal (como en el caso de Serrat) pero que también han sido propiciada­s por los aparatos de los partidos, no incluyan las cárceles de mujeres.

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