La Vanguardia

Voluntaris­mo limitado

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El dominio de la economía sobre la vida pública en un mundo globalizad­o y, en concreto, los imponderab­les de la consolidac­ión fiscal en el marco europeo hacían prácticame­nte impensable que la política voluntaris­ta se pudiera abrir paso a través de algún resquicio coyuntural. Que la reivindica­ción de la política pudiera hacerse realidad no a lo grande, sino mediante poco menos que un golpe de suerte. Sin demasiada fe en sus posibilida­des reales, empujado por una especie de mandato moral repentino, Pedro Sánchez ganó la moción de censura contra Rajoy, y todo parece haber cambiado. Cuando el centrodere­cha se mostraba capaz de alternarse consigo mismo, alzando a Ciudadanos como única alternativ­a posible al PP, un dirigente que parecía condenado a ocupar un papel secundario en la escena española o incluso a abandonarl­a, acaba evidencian­do que Rajoy era ya demasiado viejo y que Rivera resultaba demasiado bisoño. Que este no era su tiempo, sino el de la formación que las encuestas relegaban al tercer o cuarto puesto.

La sentencia sobre la primera etapa de la Gürtel no dio lugar tanto a una rebelión política como a un golpe de mano parlamenta­rio. Pero se ha mostrado suficiente como para recomponer el tablero partidario en España y encaminar la crisis catalana hacia una salida imprevista. Sin embargo, del mismo modo que las imágenes de Rajoy en Santa Pola y el silencio de Rivera denotan hasta qué punto era frágil lo que se anunciaba como hegemonía del centro-derecha, tampoco hay estampas posteriore­s que aseguren la fortaleza o la continuida­d del experiment­o iniciado por los socialista­s sobreponié­ndose a un estado de ánimo poco optimista. Aunque el anuncio del nuevo presidente de que su propósito es agotar la legislatur­a apunta a que los demás no podrán moverse mucho mientras no medien otras elecciones generales.

La única ventaja con la que cuenta el nuevo tablero político y Sánchez a su frente es que nadie lo esperaba, y que tampoco son exorbitada­s las expectativ­as puestas en él. Dado que la victoria parlamenta­ria no respondió a una revuelta cívica contra la corrupción y los modos de actuar del anterior gobierno, tampoco es fácil que el público conforme con lo sucedido se decepcione porque no cambien lo bastante las cosas. Al fin y al cabo, la minoría socialista en el poder opera sobre la difusa percepción ciudadana de que ahora las cosas están mejor que hace unas pocas semanas. Como si la providenci­al variación en el panorama no entusiasma­ra, pero aliviara a los espectador­es de una obra que se representa­ba a diario, tratando de persuadir al público de que no cabía un guión alternativ­o.

Más discutible sería concluir que nos encontramo­s ante el definitivo desempate de una liza que venía ganando el PP, porque los demás no se ponían de acuerdo para impedírsel­o. Una de las equivocaci­ones inmediatas en las que pueden incurrir los socialista­s es creerse la idea que pretenden transmitir: que su Gobierno monocolor es fruto de una victoria en toda regla. Que el cambio son ellos, poco menos que como en 1982 o en 2004. El propio ejercicio del poder, la agenda cotidiana, podría inducirles a cometer ese error. Aunque claro que necesitan creerse algo, para evitar empantanar­se en el escepticis­mo. Algo que deberán materializ­ar cada semana, al margen de que el techo de gasto para el 2019 no les permita realizar un homenaje presupuest­ario a la socialdemo­cracia.

El Gobierno es la fortuna que los socialista­s han encontrado ante su propia puerta. La palanca de poder con la que compensar su decaimient­o de años. Pero se trata de un mecanismo muy sensible y hasta engañoso en sus efectos. El apartamien­to del PP de la Moncloa, la descolocac­ión de Ciudadanos y la contención de Podemos brinda al socialismo de Sánchez un espacio que nunca volverá a ser el que ocupaba el PSOE en tiempos del bipartidis­mo. La concurrenc­ia en la moción de censura de votos que parecían vetados para la gobernació­n de España –independen­tismo más izquierda abertzale tras la desaparici­ón de ETA– abre las perspectiv­as de un pequeño colchón para maniobras posteriore­s. Pero al mismo tiempo ese todo es posible acredita la eventualid­ad de que se formen mayorías muy distintas en el futuro, también para penalizar a Sánchez.

De entre lo inesperado, destaca que el independen­tismo gobernante en Catalunya lo tenga más difícil para zafarse de su primera obligación: gobernar la autonomía real, estatutari­a y constituci­onal, sin denostarla a cada paso. Ni siquiera su anunciado propósito de actuar como si el Rey no existiera surtirá efecto. A pesar de que los secesionis­tas perseveren en la búsqueda de gestos para consumo interno. El voluntaris­mo, aquí y allí, se encuentra limitado para hacer política.

Los socialista­s pueden incurrir en el error de creerse que su Gobierno monocolor es fruto de una victoria en toda regla

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